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Eliminemos los fines de semana
No hace falta señalar lo que el Covid-19 ha dejado claro: una gran crisis económica y una elevada tasa de desempleo en gran parte de las economías del mundo. En Estados Unidos al menos 30 millones de trabajadores han pedido el subsidio por desempleo. México tiene algo más de 20 millones de trabajadores dados de alta en el Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS). En lo que va de la crisis por el coronavirus se han destruido 400,000 empleos formales y se prevé que los datos de abril sean los peores de la historia.
En la Segunda Guerra Mundial la mano de obra formal a escala global aumentó con la incorporación de la mujer al mercado laboral. Esta incorporación era, para algunos, una solución temporal, ya que cuando el hombre regresara de la guerra volvería a ocupar su lugar en la cadena productiva. Pero la mujer se incorporó al mercado laboral formal para ya no dejarlo e ir ocupando los espacios que le pertenecían. Fue una solución que no estando en la mente general sirvió para salvar una capacidad productiva de una economía en guerra.
La crisis provocada por el Covid-19 será una de las más duras que hemos visto, en palabras de Angela Merkel. “Es la peor crisis que hemos tenido desde la Segunda Guerra Mundial”.
Frenar la recesión es imposible, pero ¿por qué no buscamos un rebote tan rápido como la caída? Sería el sueño de todas las economías. Para buscar soluciones a esta crisis, a un virus con una velocidad de propagación nunca vista (tanto por su facilidad de contagio como por la globalización), debemos buscar soluciones que no están dentro de la normalidad pero sí dentro del imaginario.
Para salir de ella debemos pensar en soluciones fuera de lo común. Las primeras que pondría sobre la mesa van orientadas al mercado laboral:
- Eliminar del calendario los fines de semana.
- Diseñar jornadas laborales de cuatro días, con tres de descanso.
El año pasado Microsoft Japón implementó una jornada laboral de cuatro días y consiguió aumentar su productividad un 40 por ciento. Si a eso le sumamos que los trabajadores están más contentos, aumenta la lealtad del trabajador a largo plazo. Pero va más allá de aumentar la productividad. Si el trabajador tiene tres días de descanso aumenta su espacio de ocio en un 30% y va a poder gastar más, lo que permitirá activar la economía por el más que probable incremento de gasto de los hogares. Al volver todos los días hábiles aumentamos la oferta laboral en la economía, lo que tiene como efecto una reducción del desempleo. Y no sólo eso, también se aumentan los rendimientos de las inversiones y se vuelven más eficientes los espacios de trabajo.
El efecto que tendría esta decisión impactaría a sectores con ciclos intradiarios de consumos como telecomunicaciones, ocio, turismo, transporte y eléctricas, entre otros, que tendrían menos picos de congestión.
Los detractores pueden pensar que esto haría que se perdiera la conciliación familiar… Lo mismo dijeron muchas voces con la incorporación de la mujer al mercado formal. También muchos pensarán que, en la época de las telecomunicaciones y las tecnologías de la comunicación, al final estaremos todo el rato conectados al trabajo. Sí, se requerirá un esfuerzo por parte de trabajadores, administraciones públicas y empresas para recordar que los días de descanso son los que corresponden; algo que afortunadamente estamos aprendiendo en esta cuarentena.
Si implementamos una jornada laboral de cuatro días aumentaremos la felicidad de los trabajadores y la productividad en la empresa; pero para que esta reforma surta efecto, las administraciones públicas tienen que ser las primeras comprometidas en esta reforma sustancial del mercado de trabajo en sus países y sus estructuras. Una vez comprometidos, los beneficios serán palpables en el corto plazo.
* Alejandro Cubí es Director de Desarrollo de Negocio e Internacional en Tirant lo Blanch.
Twitter: @Alejandro_Cubi