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Opinión

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En memoria de Orión: ¿Nunca más?

“Esta es una generación que no conoce el miedo. Es la generación del misil, el túnel y operaciones suicidas”.

Ismail Haniyeh, líder de Hamás

Cada vez se habla menos de Orión, sobre todo, después del mensaje del 25 de mayo, en el que el presidente Andrés Manuel López Obrador lamentó su secuestro y asesinato, dejando claro que México había hecho “todo lo necesario” para que el joven fuera liberado, algo digno de discutirse y profundizarse.

¿En verdad hizo nuestro país todo lo que estuvo de su parte o pudo haber hecho más para salvar su ciudadano del terrorismo? ¿Presionó y reprobó lo suficiente?, o bien y ante la triste noticia muerte de Orión ¿Condenó las acciones de Hamás en su debida dimensión?

Antes de adentrarnos en los porqués, vayamos al principio, pues no podemos darnos el lujo de confundirnos. Es crucial que como mexicanos, pero también en nuestro lugar de seres humanos, llamemos a las cosas por su nombre y entendamos de una buena vez que los alcances del odio desconocen nacionalidades, etnias, ideologías y religiones, convirtiendo en sus víctimas potenciales a todo los que quedamos fuera de los 1200 millones practicantes del Islam.

Ojo: cuando me refiero a los no creyentes de la ley de Mahoma no sólo hablo de los israelís, ni de sus aliados norteamericanos, ni de los franceses receptores de un sinfín de agresiones, ni de los muertos en la estación madrileña de Atocha, no. Me refiero a los cristianos, católicos, protestantes, judíos, hindús, taoístas y testigos de Jehová, pero también a los integrantes de las comunidades LGBT+, a las mujeres que usan el cabello descubierto y sueñan con igualdad y a personas que cómo tú y yo, o como el mismo Orión, transitamos por la vida sin deberla ni temerla, hasta que la furia de la intolerancia nos alcanza y deja truncos nuestros sueños e historias.

Recuerdo a Orión Hernández Radoux porque su doloroso desenlace debería indignarnos mucho más de lo que lo hizo. Morir en una masacre y en manos de un puñado de seres llenos de rencor es injusto; hay cosas que no deben pasar.

Quizá por eso me decepciona tanto no haber visto una manta con el rostro del mexicano asesinado por Hamás desplegada en el Ángel de la Independencia, ni una marcha organizada con el único propósito de denunciar la cobardía del terrorismo, como las muchas que se hacen a favor de los palestinos, traicionados y utilizados como escudos humanos por sus gobernantes.

Entonces, si toda vida tiene un valor,  ¿Por qué no hay más consignas que echen de menos la de Orión Hernández y muestren la crueldad de los actos terroristas del 7 de octubre? ¿Se vale normalizar el descuartizamiento y la quema de niños y de padres y madres frente a sus hijos?

Evocar a Orión y a la pequeña huérfana que deja debería de alertarnos: ¿Cuántos pequeños desamparados y chicos sin padres dejarán los terroristas de Hamás y Hezbolá?

Cuando la hija de Orión Hernández esté en edad de saber más del trágico final de su padre, alguien tendrá que aclararle que los últimos instantes de la vida de Orión estuvieron marcados por la zozobra, los golpes y una furia inmerecida. Y, cuando en su incredulidad, la niña necesite profundizar y entender mejor su desgracia, será aún más complicado explicarle que, a pesar de amar la música y la paz y ser un hombre apacible que no tenía problemas con nadie, su progenitor murió por la mala fortuna de estar en un espacio y un tiempo equivocados.

El problema es que como civiles y simples mortales sin cualidades proféticas, el terrorismo seguirá sorprendiéndonos y matándonos en el marco de la vida cotidiana, en horas no hábiles y en actividades entrañables como cantar o dormir. Y lo hará en lugares tan diversos como la intimidad del hogar, un concierto, la calle o un templo.

Es necesario comprenderlo: si no luchamos por erradicar el terrorismo, nadie estará a salvo.

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Linda Atach Zaga es historiadora de arte, artista y curadora mexicana. Desde 2010 es directora del Departamento de Exposiciones Temporales del Museo Memoria y Tolerancia de la Ciudad de México.

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