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Opinión

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Greta Thunberg, Donald Trump y el futuro del capitalismo

US President Donald Trump looks back as a question from the press is shouted after a press conference at the World Economic Forum in Davos, Switzerland, on January 22, 2020. (Photo by JIM WATSON / AFP)AFP or licensors, AFP

Palabras que Trump, y después Mnuchin, dirigieron a la joven líder ambientalista Greta Thunberg, en Davos, abrieron una ventana para analizar el capitalismo tardío

Atenas. Steven Mnuchin, secretario del Tesoro del presidente estadounidense Donald Trump, indignó a los analistas liberales en la reunión del Foro Económico Mundial de este año en Davos con un comentario sarcástico dirigido a la activista climática adolescente Greta Thunberg. En respuesta al reclamo de Thunberg de una salida inmediata de las inversiones en combustibles fósiles, Mnuchin dijo que la joven debería ir a la universidad a “estudiar economía” y después “volver a explicárnoslo”. Dos días antes, Trump se había referido a los científicos climáticos como “los herederos de los insensatos adivinos del pasado”.

La actitud de la administración Trump frente al cambio climático, y quienes hacen campaña a favor de medidas drásticas para contenerlo, es abominable, desagradable y errónea. Pero detrás de la vulgaridad y la toxicidad de Trump, Mnuchin, y otros, es lógica fría y honestidad brutal: su política es la única defensa auténtica del capitalismo contemporáneo. Y, a juzgar por el consejo condescendiente de Mnuchin a Thunberg, entienden que la economía tradicional, a diferencia de la ciencia climática, es su amiga.

Yo tampoco pude contenerme tras el comentario de Mnuchin en Davos. “Mnuchin, tristemente, tiene razón”, escribí en un tuit. “Si Greta fuera a estudiar economía tradicional, pasaría varios semestres estudiando modelos de mercados en los que ni un desastre climático ni una crisis económica es posible. ¡Es hora de transformar la política económica y la economía!”.

Muchos colegas economistas se fastidiaron con mi tuit. Uno me respondió: “No sé qué programas de estudios estás mirando, pero todos los cursos de economía básica que conozco incluyen fallas de mercado, donde el cambio climático es el principal ejemplo”. Es verdad. Pero me temo que eso es irrelevante. Si bien muchos ejemplos y conceptos en los cursos de economía no dudarían en apoyar la determinación de Thunberg y la dotarían con argumentos poderosos contra tipos como Mnuchin y Trump, también se sentiría frustrada y, en definitiva, socavada por la economía y su efecto en sus compañeros estudiantes.

Una razón son la estructuración y los valores predeterminados de la disciplina. Todos conocemos el poder de la predeterminación o la base de referencia. En las sociedades donde la donación de órganos es el parámetro predeterminado —automática sin una exclusión por escrito—, la oferta de órganos para trasplante es sustancialmente mayor que en los países donde la gente debe llevar tarjetas de donante. La estructuración es crucial en todos los ambientes donde la mente y el corazón humanos deben estar energizados contra algún mal.

La economía no es una excepción. Los libros de texto de economía que Thunberg tendría que leer comienzan con modelos de mercados donde se demuestra matemáticamente que el impulso por un beneficio privado sin límites sirve al interés público. Sólo después de que haya aprendido estos teoremas y haya practicado la gimnasia mental necesaria para extraer sus pruebas matemáticas, estará expuesta a “excepciones”, por ejemplo, las “externalidades” de los procesos de producción, como la contaminación que induce al cambio climático, que imponen costos que no son absorbidos plenamente por el contaminador. El propio encuadre de las fallas de mercado como una “excepción”, quizá causada por alguna “externalidad”, es una inmensa campaña de propaganda para los Trump y los Mnuchin de este mundo.

Peor aún, a diferencia de la donación de órganos, para la cual toda sociedad puede decidir revertir el encuadre transformando la donación en el parámetro predeterminado, los profesores universitarios de economía no pueden simplemente revertir el encuadre enseñando externalidades y fallas de mercado como el caso general y presentando a los mercados perfectamente competitivos como excepciones. Los teoremas icónicos de economía no se pueden comprobar en presencia de externalidades. Desafortunadamente, son estas pruebas las que se les inculcan a los estudiantes y al resto de la sociedad, especialmente a quienes están en el poder, y les brindan a los profesores de economía su hegemonía discursiva dentro de las ciencias sociales, para no hablar de la mejor parte del financiamiento público y privado.

Desde esta perspectiva, Mnuchin en conciencia (o instintivamente) ofreció algo más que un ninguneo sarcástico. Si Thunberg siguiera su consejo, estaría debilitada. Un título en economía, y no en ciencia, política o historia, aplastaría su espíritu o la alejaría de emprendimientos que podrían tornarla aún más peligrosa de lo que ya es para los intereses económicos que representa Trump.

Algunos lamentan la animosidad de la administración Trump hacia los jóvenes y científicos que hablan con sensatez sobre una amenaza enorme que deberíamos enfrentar a través de la cooperación global. Pero Trump y su camarilla parecen entender algo que sus detractores liberales no entienden: no se pueden admitir los peligros del cambio climático, comprometerse a hacer lo que haga falta para revertirlo y seguir pensando en el capitalismo como un sistema natural que se puede modificar para brindar una prosperidad verde y compartida.

Trump lo entiende: el cambio climático es el Waterloo del capitalismo. Lisa y llanamente, no existe ningún camino posible hacia la restabilización del clima que sea consistente con el mantenimiento de los principales pilares del capitalismo.

El sistema en el que vivimos, a diferencia del sistema que describen los libros de texto de economía de las universidades, pone en marcha un mecanismo de reciclaje dinámico patológico: los oligopolios extraen un valor agotable de los seres humanos y de la naturaleza a una velocidad vertiginosa, solventados por un financiamiento turboalimentado con deuda, que a su vez alimenta a los oligopolios extractivos.

Esta “tecnoestructura”, como bautizó John Kenneth Galbraith este mecanismo en su libro de 1967 El nuevo estado industrial, nunca aceptará voluntariamente los límites al crecimiento físico y la extracción necesarios para contener el cambio climático, porque no podría sobrevivir. La clase política depende completamente de ella para el financiamiento de campaña, de manera que cualquier límite, cuota o esquema de comercialización de emisiones impuesto por el gobierno resultará cosmético y, en definitiva, impotente. De la misma manera que los estudiantes de economía estudian las fallas de mercado como excepciones de un sistema de mercado que, de lo contrario, funciona perfectamente, los reformistas de centro asumen la tarea engorrosa de imaginar un capitalismo reformado y verde.

El trumpismo, a pesar de ser grosero y desagradable, es una manifestación honesta del momento histórico en que el capitalismo tardío empujó a la humanidad más allá de un punto de no retorno. Trump nos insta a seguir adelante, mientras que Mnuchin sugiere que Thunberg anestesie su alma con el opio de la economía tradicional. La única alternativa a su política de un cambio climático acelerado, a los maleficios petroleros y financieros que impulsan al capitalismo es la desintegración general de la tecnoestructura de hoy.

¿Tenemos el estómago para eso?

El autor

Yanis Varoufakis, exministro de Finanzas de Grecia, es líder del partido MeRA25 y profesor de economía en la Universidad de Atenas.

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