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La Ruta de la Seda: desastre financiero y ambiental “Made in China”
Hace 10 años que el presidente chino Xi Jinping lanzó su iniciativa de la “Ruta de la Seda” (en inglés Belt and Road), el mayor y más ambicioso programa de desarrollo de infraestructura en la historia humana.
China ha prestado más de 1 billón (1,012) de dólares a más de 100 países con este esquema, lo que ha hecho palidecer toda la inversión occidental y de bancos multilaterales, y expandir las preocupaciones de Occidente sobre el creciente poder e influencia del gigante asiático. Se ha interpretado este programa como un tipo de diplomacia económica, pero ha resultado en una trampa de deuda para los países prestatarios, dado que los proyectos no han generado los rendimientos esperados.
Muchos han caído en insolvencia, incapaces de hacer frente a su servicio, como ha sido el caso de Sri Lanka, Argentina, Kenia, Malasia, Montenegro, Pakistán, Tanzania, Zambia, Ghana, Etiopía, Ecuador, Surinam y numerosos más. Estos, incluso, han tenido que recurrir al FMI para solventar los pagos. China ha sido vista como un acreedor rapaz e inflexible, en nada diferente a los bancos comerciales internacionales, lo que ha erosionado fuertemente su prestigio. Otra desventaja para China es que los activos (carreteras, aeropuertos, centrales eléctricas, puertos) no pueden ser tomados como colateral.
Gran parte de los proyectos ha fracasado; no han sido capaces de ofrecer una rentabilidad competitiva, mientras que han provocado fuerte oposición de poblaciones locales al tener graves impactos ambientales, o bien, han sufrido problemas técnicos por la mala calidad de la construcción. Esto, además del rechazo de la opinión pública, dada la utilización de trabajadores y subcontratistas chinos.
Sin embargo, China ha sostenido una posición negociadora sumamente intransigente, apostando a su rol como el principal prestamista oficial bilateral del mundo, y principal socio comercial de la mayor parte de las economías afectadas. Una excepción, y caso de éxito es el puerto de El Pireo en Grecia, que logró una gran ampliación del principal puerto griego y ha traído considerables rendimientos y efectos multiplicadores.
China emprendió su Ruta de la Seda con la finalidad de acrecentar su influencia internacional, así como de ofrecer nuevos mercados a sus empresas y apuntalar su gigantesco sector de construcción, junto con los millones de empleos que significa, y ello, sin prestar atención a colosales riesgos políticos en países autoritarios o inestables como la República Democrática del Congo o Venezuela.
Los créditos de la Ruta de la Seda, por otra parte, son otorgados por bancos chinos controlados por el gobierno, a prestatarios también gubernamentales en los países de destino. Es lógico, así, que sus procedimientos de evaluación de riesgos y de due diligence dejen mucho que desear, además de que los contratos se negocian directamente, y no a través de licitaciones públicas, lo que implica una gran opacidad y falta de transparencia y rendición de cuentas.
Claramente, también hay riesgos para Occidente, en la medida en que la Ruta de la Seda ejerce presiones financieras capaces de desestabilizar profundamente a países en vías de desarrollo, lo que a su vez crea problemas y riesgos para el propio FMI, el Banco Mundial y el Banco Europeo de Reconstrucción y Desarrollo.
Estos riesgos se exacerban, ya que casi la mitad de los créditos de China a los países en vías de desarrollo están ocultos y no se incluyen en las estadísticas oficiales de deuda. China ha tomado algunas medidas correctivas, como financiar rescates y ofrecer swaps monetarios y créditos puente a los bancos centrales de países deudores. Sin embargo, los rescates y renegociaciones no son transparentes ni equitativos con otros acreedores, ya que China no forma parte del Club de París, donde se renegocian las deudas bilaterales de países en vías de desarrollo con gobiernos de países desarrollados.
En este contexto, el FMI no puede actuar como “rescatista” o prestamista de última instancia, ni tampoco ser el respaldo para las malas decisiones financieras del gobierno chino. Occidente debe coordinar a los países prestatarios de China para fines de transparencia, y para tratar que estos negocien con China como grupo y no individualmente, y definir criterios claros y estrictos de elegibilidad para rescates y nuevos créditos del FMI.
Debe existir una clara clasificación de créditos, como comerciales u oficiales, ya que sus condiciones son distintas. Con respecto a ello, debe impedirse que los acreedores chinos discrecionalmente reclasifiquen deuda oficial bilateral como deuda comercial, lo que empeora términos (tasas de interés y plazos) para los países prestatarios. Pero Occidente debe cuidar que sus acciones no sean interpretadas como anti-China, sino simplemente como pasos para proteger principios de transparencia, comparabilidad y equidad en la restructuración de deudas nacionales. Y China debe replantear (o liquidar) su Ruta de la Seda.
@g_quadri