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Opinión

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La herencia maldita

Con el triunfo contundente de Claudia Sheinbaum (CS) junto con la probabilidad de que su partido obtenga la mayoría calificada en ambas cámaras, y de que ya son 24 estados gobernados por Morena, estamos viviendo una regresión al unipartidismo hegemónico de Estado. Se dice que retornamos al PRI de los años sesenta y setenta.

Sin duda ese PRI y Morena comparten ser un gobierno monolítico, autoritario, con un amplio espectro de control de la vida pública, sin vocación democrática, sin transparencia, con una oposición débil, un Congreso mayoritario y la corrupción sistemática como instrumento político. Otra similitud es que el PRI de entonces tenía mecanismos para controlar las elecciones y asegurar su victoria. Esto incluía manipulación del padrón electoral, coacción del voto y fraude electoral. Las irregularidades de la última elección obedecen a esas prácticas, modernizadas, por Morena. Ahora las quiere consolidar, culminando en un INE controlado por gobernación.

El PRI setentero y Morena sustentan su paradigma económico en un populismo que antepone el intervencionismo estatal a los mecanismos de mercado. Parte importante son las empresas gubernamentales dirigidas con criterios políticos y no técnicos sin importar la viabilidad financiera.

Pero hay diferencias entre ese PRI y Morena. La primera que salta a la vista es que el PRI se creó para terminar con el caudillismo posrevolucionario así como el militarismo en la política. Esto último tomó tiempo; no fue sino a partir de Miguel Alemán que ya no hubo presidentes militares. Los políticos del PRI hegemónico tenían lealtad al monolito partidista. Morena en cambio es un partido de un solo caudillo a quien se le debe lealtad absoluta. Él lo creó, él lo mueve, él lo determina. En vez de mantener distanciados a los militares los ha incorporado al ejercicio del gobierno. El riesgo: sin el caudillo el partido se desmoronaría, no hay sucesión de mando para reemplazarlo, y faltaría ver si los militares estarían dispuestos a ceder lo ganado.

Otras diferencias: el PRI se distinguió por construir instituciones, mientras que a Morena le estorban y las destruye. El PRI consolidó su poder a través de un sistema que combinaba el corporativismo, el clientelismo y el control electoral. Su base de apoyo la sustentó a través de organizaciones corporativas que incluían sindicatos, organizaciones campesinas, la burocracia y los grupos empresariales. Se negociaba con estas fuerzas y al final éstas garantizaban lealmente un constante apoyo y movilización de votantes. La 4T en cambio, no es corporativista, sino que integró un mecanismo clientelar de apoyo mediante dádivas directas en efectivo disfrazadas de “programas sociales” y complementado con un ejército propagandístico de casa por casa representado por los 30 mil “siervos de la nación”, capaces de movilizar esa base clientelar.

Si se aprueban las 18 iniciativas de Morena sin modificaciones, el gobierno de CS, antes de tomar posesión, habrá creado un nuevo régimen autocrático, sin división de poderes y sin los contrapesos inherentes a la democracia. Será “la herencia maldita”. Nos esperan seis años complicados.

X: @frubli

Economista egresado del ITAM. Cuenta con Maestría y estudios de doctorado en teoría y política monetaria, y finanzas y comercio internacionales. Columnista de El Economista. Ha sido asesor de la Junta de Gobierno del Banxico, Director de Vinculación Institucional, Director de Relaciones Externas y Coordinador de la Oficina del Gobernador, Gerente de Relaciones Externas, Gerente de Análisis Macrofinanciero, Subgerente de Análisis Macroeconómico, Subgerente de Economía Internacional y Analista.

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