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Opinión

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¿Las nuevas políticas comerciales dejarán atrás al mundo en desarrollo?

Mientras Estados Unidos y Europa persiguen la acción climática y los objetivos económicos nacionales, los países en desarrollo temen que el colapso del sistema de comercio multilateral socave sus perspectivas

CAMBRIDGE – Los países en desarrollo están cada vez más preocupados de que Estados Unidos le dé la espalda al régimen comercial multilateral. En medio de las crecientes tensiones geopolíticas, los formuladores de políticas de los países de bajos y medianos ingresos temen que una ruptura de ese régimen los convierta en rehenes de la política de las grandes potencias, lo que socavaría sus perspectivas económicas.

Sus preocupaciones no son infundadas: las políticas comerciales de EU han cambiado significativamente en los últimos años. Lo que parecía una serie de medidas al azar bajo el expresidente Donald Trump (sanciones a empresas chinas, aumento de aranceles y la fatal subversión del organismo de resolución de disputas de la Organización Mundial del Comercio) se ha convertido en una estrategia amplia y coherente bajo el actual presidente Joe Biden.

Esta estrategia, que tiene como objetivo reconstituir el papel de Estados Unidos en la economía global, incorpora dos imperativos. Primero, EU ahora considera a China como su principal rival geopolítico y ve su ascendencia tecnológica como una amenaza para la seguridad nacional. Como muestran las amplias restricciones de la administración sobre la venta de chips avanzados y equipos de fabricación de chips a empresas chinas, EU está dispuesto a sacrificar el comercio y la inversión internacionales para frustrar las ambiciones de China. Además, espera que otros países hagan lo mismo.

En segundo lugar, los formuladores de políticas de EU tienen como objetivo compensar las décadas de descuido de las prioridades económicas, sociales y ambientales nacionales centrándose en políticas que promuevan la resiliencia, cadenas de suministro confiables, buenos empleos y una transición de energía limpia. Estados Unidos parece feliz de perseguir estos objetivos por su cuenta, incluso si sus acciones podrían afectar negativamente a otros países.

El mejor ejemplo de esto es la Ley de Reducción de la Inflación (IRA), la histórica legislación de transición climática de la administración Biden. Muchos gobiernos en Europa y en otros lugares se han indignado por los subsidios de energía limpia de 370,000 millones de dólares incluidos en la IRA, que favorecen a los productores estadounidenses. Pascal Lamy, exdirector de la OMC, instó recientemente a los países en desarrollo a unirse a la Unión Europea para formar una coalición “Norte-Sur” sin EU, para “crear una desventaja para (los estadounidenses) que les haría cambiar de posición”.

Sin duda, Europa tiene su propio tipo de unilateralismo, aunque más suave que el de Estados Unidos. El Mecanismo de Ajuste Fronterizo de Carbono (CBAM) de la UE, que tiene como objetivo mantener altos los precios del carbono dentro del bloque mediante la imposición de aranceles sobre las importaciones intensivas en carbono, como el acero y el aluminio, tiene como objetivo aplacar a las empresas europeas que, de lo contrario, se encontrarían en desventaja competitiva. Pero también dificulta el acceso a los mercados europeos a países en desarrollo como India, Egipto y Mozambique.

Por lo tanto, los países en desarrollo tienen mucho de qué preocuparse. A medida que EU y Europa intentan aislar a China y diseñar políticas en apoyo de sus nuevas agendas internas, es poco probable que tengan en mente los intereses de las economías más pobres. Para los países pequeños de bajos ingresos, el multilateralismo sigue siendo la única salvaguardia contra el solipsismo de las grandes potencias.

Pero los países en desarrollo harían bien en reconocer que estas políticas unilaterales están impulsadas por preocupaciones legítimas y, a menudo, están destinadas a satisfacer necesidades globales. El cambio climático, por ejemplo, es claramente una amenaza existencial para la humanidad. Si las políticas estadounidenses y europeas aceleran la transición verde, los países más pobres también se beneficiarán. En lugar de condenar estas políticas, los países de ingresos bajos y medios deberían buscar transferencias y financiamiento que les permita seguir su ejemplo. Por ejemplo, deberían exigir que los países europeos canalicen los ingresos de CBAM a los exportadores de países en desarrollo para apoyar la inversión de estas empresas en tecnologías más ecológicas.

En términos más generales, los países en desarrollo deben recordar que sus perspectivas económicas están determinadas ante todo por sus propias políticas. A falta de una caída mundial al proteccionismo al estilo de la década de 1930, es probable que no pierdan el acceso a los mercados occidentales. Además, los países orientados a la exportación, como Corea del Sur y Taiwán, diseñaron sus milagros de crecimiento durante las décadas de 1960 y 1970, cuando los países desarrollados eran mucho más proteccionistas de lo que son ahora o probablemente lo serán en un futuro previsible.

También es cierto que el modelo de industrialización orientado a la exportación ha perdido fuerza por razones que poco tienen que ver con las políticas proteccionistas del Norte Global. Debido a que las tecnologías de fabricación actuales requieren tanta habilidad y capital, es difícil para los recién llegados imitar el éxito de los tigres de Asia oriental (llamo a este fenómeno “desindustrialización prematura”). Los futuros modelos de desarrollo tendrían que depender de las industrias de servicios y las pequeñas y medianas empresas, en lugar de las exportaciones industriales, para construir una clase media próspera.

El renovado enfoque de los países desarrollados en la construcción de economías nacionales resilientes y equitativas también podría beneficiar a la economía mundial. Es mucho más probable que las sociedades cohesionadas apoyen la apertura al comercio y la inversión internacionales que aquellas perturbadas por las fuerzas desiguales de la hiperglobalización. Como han demostrado muchos estudios, la desaparición de puestos de trabajo y el declive económico regional a menudo pueden engendrar políticas etnonacionalistas.

En una “carta a la próxima generación” de 2019, Christine Lagarde, entonces directora gerente del Fondo Monetario Internacional y actual presidenta del Banco Central Europeo, lamentó el aumento del unilateralismo y enfatizó los beneficios del acuerdo posterior a 1945. “Bretton Woods lanzó una nueva era de cooperación económica mundial, en la que los países se ayudaron a sí mismos ayudándose unos a otros”, escribió. Pero lo contrario también es cierto: cualquier régimen global exitoso, incluido el sistema de Bretton Woods, debe basarse en la idea de que los países pueden ayudarse unos a otros ayudándose a sí mismos.

En resumen, cuando se trata de lograr un crecimiento estable y sostenible, los países en desarrollo no deben preguntarse qué pueden hacer por ellos los países más ricos del mundo, sino qué pueden hacer ellos para mejorar sus propias perspectivas económicas.

El autor

Dani Rodrik, profesor de Economía Política Internacional en la Escuela Kennedy de Harvard, es presidente de la Asociación Económica Internacional y autor de Straight Talk on Trade: Ideas for a Sane World Economy.

Copyright: Project Syndicate, 1995 - 2023

www.projectsyndicate.org

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