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Los entramados venideros
Ya en 1904, el geógrafo británico, Halford Mackinder, en una conferencia pronunciada en la Royal Geographical Society, avizoraba un futuro de profusa interconectividad gracias a una superarteria de acero que cubriría el vasto espacio euroasiático. Una superarteria que superaría de forma exponencial los itinerarios terrestres de los mercaderes de la mítica Ruta de la Seda. Para Mackinder, el tendido del tren ruso que se extendía “desde Wirballen hasta Vladivostok” por ejemplo, y que cubría más de 9,500 kilómetros, no sólo aseguraba a la Casa Románov el acceso a los confines más orientales de sus dominios a través del gélido paisaje siberiano sino que además le confería una mayor movilidad a las fuerzas zaristas. Que hubiese tropas rusas emplazadas en Manchuria razonó, era “tan significativo del poder terrestre móvil como el ejército inglés establecido en Sudáfrica lo era del poder marítimo”.
Pese a las bondades logísticas e integracionistas que ofrecía la prodigiosa “red de ferrocarriles” que vislumbraba, Mackinder también era consciente del desafío estratégico que aquéllo implicaba, pues refirió que en el caso de Rusia, estaba en marcha la consolidación de su propia esfera de influencia en su flanco oriental: “Es cierto que el ferrocarril transiberiano es todavía solamente una línea de comunicación única y precaria, pero no habrá transcurrido una gran parte del siglo antes de que Asia esté cubierta de ferrocarriles. Los espacios comprendidos por el Imperio ruso y Mongolia son tan extensos, y son hasta tal punto incalculables sus potencialidades en cuanto a población, trigo, algodón, combustible y metales, que es inevitable que allí se desarrolle un gran mundo económico...que será inaccesible al comercio oceánico”.
Hoy en día, la carrera por el trazado de los tendidos ferroviarios del siglo XIX y principios del XX con sus implicaciones geopolíticas, ha mutado a otro campo de competición hegemónico que engloba cadenas de suministro multimodales, flujos energéticos y mayor cobertura digital. En efecto, el empantanamiento del conflicto ruso-ucraniano y las ulteriores sanciones contra Moscú, animaron a otros actores internacionales a proponer y/o a rehabilitar otras sendas comerciales a fin de diversificar y blindar la añeja conectividad Este-Oeste. Tal es el caso del Corredor Medio, que vincularía las economías de Türkiye, Asia Central y China continental con Transcaucasia como itsmo nodal y a instancias de las firmas escandinavas Maersk y Nurminen Logistics, deseosas de evadir el diferendo ruso-ucraniano. O el Corredor Zangezur, que promete estrechar los vínculos entre Azerbaiyán y el enclave azerí de Najicheván con Türkiye a expensas de Armenia e Irán. Impaciente por restablecer el esplendor de la Sublime Puerta, Erdogan anhela colocar un tren y un gasoducto que hermane a los pueblos de habla túrquica.
Pero quizá el diseño que se antoja más ambicioso sea el Corredor Económico India-Medio Oriente-Europa o IMEC, signado en la última cumbre del G-20. El IMEC no sólo busca hacerle contrapeso al megaproyecto chino de la Ruta y de la Franja, sino que también enlaza a Israel, Arabia Saudí y los Emiratos Árabes Unidos en una asociación estratégica inédita, junto con Bharat y la Unión Europea. De hecho, algunos analistas consideran, que las recientes batallas libradas en el enclave armenio del Alto Karabaj y la Franja de Gaza, buscan consumar o sabotear los entramados venideros.
Dr. Víctor Francisco Olguín Monroy es Profesor de Relaciones Internacionales de la FES-Aragón, Catedrático Invitado del Centro de Estudios Superiores Navales (CESNAV) y miembro de la Unidad de Estudio Rusia-Ucrania de COMEXI