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Opinión

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Los hijos del Diablito

Una rana diablo de la variedad amarilla. Foto: Shutterstock

Uno de los instintos más fuertes en la naturaleza de los mamíferos es sin duda el de cuidar a la cría después de nacida, ayudarla a crecer y darle las armas que necesitará en la edad adulta; todos conocemos las proezas que realizan los elefantes, las ballenas o los oso polares, por ejemplo, para ayudar a sus crías a empezar su camino con la pata (o la aleta) derecha. Los reptiles y los anfibios, por otro lado, suelen ser una historia bastante diferente, a menudo limitándose a poner los huevos fertilizados (eso sí, muchos huevos) en un lugar más o menos seguro, esperar lo mejor y continuar con sus húmedas vidas. Pero no todos.

En los bosques nublados de Ecuador y el Chocó de Colombia vive una pequeña rana dardo de la familia Dendrobatidae, muy atinadamente conocidas como ranas venenosas, que tiene una historia muy diferente. La pequeña Rana Diablo, Oophaga sylvatica, conocida por los locales como Kiki o Diablito es una especie diminuta, apenas unos 3 cm de largo, de color marrón o negro con brillantes manchas que van del amarillo al rojo pasando por todas las etapas intermedias, que vive en el suelo húmedo de la selva donde se alimenta mayormente de hormigas venenosas y otros insectos pequeños.

Cuando una rana diablo se aparea, emprende una travesía de niveles epopéyicos para llevar a sus renacuajos a buen término. El piso selvático es hogar para la mayoría de las especies que estarían encantadas de comer un renacuajo a cualquier hora, por lo que no es una opción, y mamá lo sabe. Así que empieza a subir a un árbol, cada vez más alto, por encima del dosel de la selva hasta unos 50 m, el equivalente a unos 3 km para un humano promedio. Una vez ahí, mamá debe encontrar una flor especial de la familia Bromeliaceae; estas plantas viven como epífitas en lo alto del techo selvático, atrapando humedad del aire con sus raíces aéreas y en una cavidad especial que recoge un poco del agua de la lluvia que cae durante casi 300 días al año en la selva, ésta escurre lentamente hacía las raíces pero mantiene un pequeño charco donde un renacuajo puede caber holgadamente, y es ahí donde nuestra heroína se dirige.

Mamá diablito deposita ahí uno de los cinco huevecillos que carga, y emprende continúa buscando otra flor donde continuar con su tarea. Puede que encuentre otra flor disponible en el mismo árbol, pero si no lo mismo da, y empieza el maratón de bajada para empezar de nuevo a trepar otro árbol gigantesco hasta depositar todos sus huevecillos. Pero sus huevecillos no están a salvo. Al no contar con un envoltorio nutritivo como muchos de sus primos, mamá debe alimentarlos, y protegerlos de los pequeños depredadores que habitan en lo alto de la selva. La historia de cómo las ranas diablo hacen para proteger y alimentar a sus crías, cuando cada una de ellas se encuentra a horas de distancia de la siguiente, siendo diminutas y desarmadas ranitas a las que cualquier ciempiés pequeño se podría desayunar, es una de las más dramáticas y extrañas historias de ranas que nadie ha contando.

solounpalido.azul@gmail.com

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Es ingeniero en Sistemas Computacionales. Sus áreas de conocimiento son tecnologías, ciencia y medio ambiente.

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