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Los nazis y la sentencia de la sobrerrepresentación

Los nazis llegaron al poder en Alemania, en enero de 1933, estableciendo una dictadura que acabó con el experimento democrático alemán que había durado doce años: la República de Weimar. No obstante, la policía, que había sido acusada de defender la democracia, se integró de un modo relativamente fácil al régimen nazi. No existió ni una purga ni una renuncia sistemática de policías.
La mayoría de los policías en 1933 no eran nazis, aunque si eran profundamente conservadores. Se consideraban profesionales neutrales y servidores imparciales de la ley. Sus creencias políticas personales no deberían interferir en sus obligaciones. Sin embargo, los miembros de la policía resultaron estar dispuestos a apoyar a un gobierno nazi que había destruido la democracia en Alemania. La policía, en particular, y los conservadores, en general, apoyaron a los nazis en 1933. Los conservadores llegaron a ver a la dictadura nazi como solución no solo para las debilidades de la República de Weimar sino también para toda una serie de dificultades profesionales características de la fuerza policial.
En 1933, Hitler fue nombrado canciller de Alemania por el presidente Hindenburg. Aprovechando su posición de poder, Hitler rápidamente tomó medidas para consolidar su control sobre el gobierno y eliminar cualquier forma de oposición. Mediante la promulgación de leyes represivas y la supresión de los derechos civiles y políticos, Hitler logró establecer un régimen autoritario y eliminar cualquier amenaza a su liderazgo.
Además, la quema del Reichstag, el parlamento alemán, en febrero de 1933, fue utilizado por Hitler como una excusa para restringir aún más las libertades civiles y perseguir a sus opositores políticos. Este evento marcó un punto de inflexión en el ascenso de Hitler y sentó las bases para la instauración de un régimen totalitario en Alemania (Enciclopedia del holocausto, https://encyclopedia.ushmm.org/content/es/article/the-police-in-the-weimar-republic ).
La exitosa estrategia de acoso y derribo de la República de Weimar que siguió el Partido Nacional Socialista constó de varios elementos:
- La propaganda nacional socialista se dedicó a agudizar la polarización social entre los “auténticos alemanes”, los verdaderos patriotas y sus enemigos, entre los que se incluía una amalgama compuesta por los medios de comunicación, el mundo financiero internacional, los partidos de Gobierno, los marxistas y el mundo de los “extraños” al pueblo alemán –inmigrantes y judíos–. Esta amalgama resulta bastante cercana a la que se halla en el momento actual en boca de la derecha iliberal para designar a sus adversarios.
- La propaganda de acoso a la república puso en el punto de mira el parlamentarismo y el papel que juegan los partidos políticos en las democracias. Supo sacar provecho de la inestabilidad gubernamental (no hay que olvidar que en el tiempo que duró la República de Weimar se sucedieron más de 20 gobiernos) pues la crítica al pluralismo partidista tanto como el elogio de la homogeneidad de la comunidad nacional alemana formaban parte del núcleo de su propaganda. Tuvo en este cometido la inestimable ayuda de intelectuales que se dedicaron insistentemente a desacreditar el sistema de partidos.
- La propaganda, en palabras de palabras de Theodor Adorno, se convirtió en la sustancia de la política de la derecha radical. Esta supo hipertrofiar su dimensión emocional y manipular los sentimientos afines al orden y la seguridad.
- La Constitución no llegó a ser anulada. No fue una garantía de la permanencia de la república. Convendría guardar esta lección pues, aún disponiendo de una buena constitución, las democracias liberales pueden ser atacadas y debilitadas por otros medios. De hecho, resulta posible sacralizar la constitución y horadar al mismo tiempo el régimen que la sustenta (María Victoría Gómez García, Así fue la estrategia de Hitler y el partido nazi contra la República de Weimar).
Hitler fue capaz de atraerse tanto a industriales como a latifundistas que, en el pasado, habían sido favorecidos por el Estado, especialmente, durante la monarquía imperial de Guillermo II, el último káiser alemán.
El apoyo financiero le va a venir al partido nazi (aparte de las pequeñas cantidades que entregaban los propios militantes, los beneficios de su periódico o colectas recaudadas de forma periódica) de una decidida, constante y en aumento ayuda económica por parte de ciertos empresarios alemanes.
La mayoría de los seguidores de Hitler fueron campesinos, habitantes de las pequeñas ciudades, gentes de clase media, estudiantes y, en menor número, trabajadores y obreros sin trabajo; también apoyaban a Hitler una minoría muy selecta de la clase alta.
Según G. Tarpley y Anton Chaitkin, algunos prestigiosos empresarios norteamericanos apoyaron al régimen nazi en los años veinte y principios de los treinta: “Prescott Bush (el abuelo de George W. Bush) y otros directores de la Union Banking Company (UBC) eran colaboradores de los nazis”. Además, Tarpley y Chaitkin afirman que “el gran crac financiero de 1929-1931 conmovió a Norteamérica, Alemania y a Gran Bretaña, debilitando a sus respectivos gobiernos. Asimismo volvió muy diligente a Prescott Bush más deseoso aún de hacer todo lo necesario para guardar su nuevo puesto en el mundo. Fue durante esta crisis que algunos anglo-norteamericanos adinerados apoyaron la instalación del régimen hitleriano en Alemania.”
Tibieza del Poder Judicial mexicano:
Haciendo paralelismos con el Poder Judicial Mexicano en la vida política de México: sobre el tema de la sobrerrepresentación, me gustaría dirigir unas palabras a los miembros del Poder Judicial Electoral antes de decidir sobre los mismos, al margen de que parece que los ministros ya han tomado partido.
En un libro de la Historia de la Corte, Pablo Mijangos (“La Corte del autoritarismo (1940-1982)”, habla de la “irrelevancia del principio de la división de poderes” (p. 152): “Formados en una cultura jurídica formalista y autoritaria, y con la mirada puesta en las prebendes del sistema, los ministros casi nunca hicieron valer su independencia y promovieron gustosamente una jurisprudencia acorde con las directrices del presidente en turno” (p. 153). Eso sí, a las “las horas más bajas de la doctrina constitucional en la historia jurídica mexicana” (p. 157) correspondió un nuevo y horrible edificio en 1941, una sala auxiliar, cierto corporativismo y la formación de clientelas familiares en su interior. Fue entonces cuando la Corte se transformó en realidad, vía los artículos 14 y 16, en el supremo tribunal de todo el país.
El capítulo “Transición democrática y justicia constitucional (1995-2011)” es el segundo más largo de libro. En él narra Mijangos acontecimientos interesantísimos mediante el uso de ejemplos de casos sonados muy controvertidos que en su momento lo mismo incrementaron que disminuyeron el prestigio de la Corte o de sus ministros: Fobaproa, CFE, veto presidencial al presupuesto de egresos, paridad de género, seguridad nacional, Ley Televisa, aborto y matrimonio entre homosexuales, El Encino, etc. Los relacionados con su ambigua facultad investigadora (Aguas Blancas, Lydia Cacho, San Salvador Atenco, maestros de Oaxaca y Guardería ABC) sumieron esta facultad en tal desprestigio que acabó por traspasarse a la Comisión Nacional de los Derechos Humanos (https://historiamexicana.colmex.mx/index.php/RHM/article/view/4104/4766).
Cara a la decisión histórica del Poder Judicial sobre los plurinominales, sin entrar al fondo de la cuestión, ¿no será una pendiente que nos lleve en cadena al autoritarismo, sin que luego los empresarios -como en el caso de Hitler- ni nadie pueda evitar el totalitarismo? Sobre ustedes pesa la conciencia histórica de cumplir su deber o comprar la primogenitura por un plato de lentejas.
A lo demás hay que incluir el apoyo decidido de los empresarios de alto poder adquisitivo y de las cámaras empresariales a favor del régimen de López Obrador. En lugar de preocuparse por el bien común sólo se han preocupado por hacer negocio y conservar sus “feudos” comenzando por Carlos Slim que obtuvo más de 30 mil millones de dólares haciendo negocios con la actual administración. Pero como la historia demuestra, cuando se llega a un régimen autocrático también pierden ineludiblemente el Poder de sus activos, como sucedió en el régimen nazi. Bien merecido lo tendrán.
¿Los pueblos tienen los gobiernos que se merecen? Siempre me he querido oponer a esa frase por hacer pagar a justos por pecadores en apariencia, pero después de 40 años de vivir en México, de convivir con el papel servir de los mexicanos y su poca solidaridad, me temo que al menos en el caso de México esta frase tiene una profunda realidad.