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Opinión

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Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos

Leo el S.O.S. de José Woldenberg dirigido a sus excompañeros. En principio señala: “La izquierda se movilizó por la equidad y la democracia. No puede ahora convalidar la edificación de un nuevo autoritarismo.” Aunque avalo las preocupaciones y la intención de la misiva del maestro, no puedo dejar de señalar que la izquierda mexicana y mundial siempre tuvo una fuerte vena autoritaria, semejante (pero no igual) a la del priismo de sus peores (o mejores, según quien lo vea) tiempos. Me pregunto si siempre estuvo ahí, oculta, latente, y ahora que hay las condiciones ideales crece y se fortalece.

En principio, nunca fue “la izquierda”. A principios de los años 70 había muchas izquierdas: estalinista, maoísta, trotskista, nacionalista, etc. En general, ninguna de estas izquierdas creía en la democracia como un medio para cambiar la sociedad mexicana. Influidos por la Revolución Cubana (sí, aunque usted no lo crea) creíamos que la vía armada o la revolución eran el camino y mientras había que aprovechar los escasos espacios que brindaban las instituciones burguesas. Cada grupo, muchos de los cuales bebían de Lenin y los bolcheviques, aspiraba a convertirse en “la vanguardia” que guiará a obreros, campesinos y estudiantes a derrocar el régimen opresor burgués. El lenguaje era ese y se puede constatar en los escritos de la época.

El derrocamiento de Allende en Chile confirmó nuestras sospechas: la burguesía nunca permitiría la consolidación electoral de la izquierda en el gobierno. De nuevo, las armas o el levantamiento popular eran el camino. Ya se sabe el resultado: los grupos guerrilleros fueron devastados, muchos de sus integrantes fueron desaparecidos, asesinados, exiliados o encarcelados. En gran parte, esta tarea sucia la llevaron a cabo las fuerzas armadas. Del levantamiento popular no hubo ni sus luces. Nuestras equivocaciones teóricas y prácticas (por decir algo) fueron respondidas con la fuerza y la brutalidad del Estado. En esa época, López Obrador era un orgulloso priista. 

Con la reforma electoral de finales de los años 70, que abrió la puerta a algunas izquierdas, varios grupos se aprestaron a participar. Quienes estuvimos en algunas de esas reuniones fuimos testigos en la construcción de una estrategia para utilizar la vía electoral con el objeto de acelerar las contradicciones del sistema y provocar un cambio radical, una revolución. Los partidos de izquierda se prometieron que no dejarían que el dinero y las posiciones desviaran el camino. También en este propósito se fracasó.

No fue hasta la llegada de la Corriente Democrática, desprendida del PRI, que décadas de fracasos de izquierda terminaron. En 1988 la sociedad mexicana vio seriamente a las izquierdas como una opción electoral. Me gustaría decir que el tiempo hizo demócratas a quienes no lo eran, a quienes tenían una visión autoritaria, verticalista y mesiánica de la realidad, pero los hechos ahí están. Las prácticas internas de los partidos de izquierda (y de los otros) no hablan precisamente de comportamientos democráticos y de respeto institucional, hablan del mayoriteo, de marginación y expulsión de adversarios.

Como una reacción a estas tendencias autoritarias y antidemocráticas, se fue construyendo, penosa y lentamente, un conjunto de instituciones y leyes que tratara de consolidar una democracia. Hay que decir que estos impulsos para crear un marco democrático provinieron de las academias, de los intelectuales, de los medios, de los científicos, de los profesionistas y de un grupo de militantes de partidos que creyeron en la necesidad de establecer reglas relativamente justas e igualitarias. De aquí nacieron el INE, el INAI y un conjunto más de instituciones indispensables. 

Pero los autoritarios estaban ahí, los que nunca impulsaron y apoyaron al INE y a los órganos autónomos, los que siguieron viendo las elecciones para hacerse del poder absoluto. De esta corriente es López Obrador, pero la sorpresa es que muchos de los que lo acompañan en su aventura autoritaria ayudaron a construir las reglas, leyes e instituciones que ahora se tratan de demoler. 

Dije sorpresa, pero debo decir que es relativo. Sabíamos que muchos eran demócratas de oportunidad y que aprovechaban cualquier resquicio para regresar a sus prácticas. El gobierno de AMLO está sirviendo como escaparate para que afloren, ahora sin pudor, estas tendencias. ¿En serio nos sorprende que tanta gente de izquierda, expriistas, expanistas y ex en general calle ante la agresión a los medios, la insensibilidad ante la violencia, la militarización, el acoso a los órganos autónomos y un largo etcétera? 

El autoritarismo es intolerante y el de López no es la excepción. Las respuestas que da su gobierno a las críticas internas y externas siempre es la misma. Ya hablaremos en algún momento del portazo a la nariz al Parlamento Europeo. A la mejor la frase del poema nerudiano no es correcta y nosotros, los de entonces, seguimos siendo los mismos, autoritarios y verticalistas.

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