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Opinión

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Paquete de entrega urgente

Los cuatro referentes del boom: Carlos Fuentes, Mario Vargas Llosa, Julio Cortázar y Gabriel García Márquez. Foto EE: Especial

Abrirlo, es como abrir el cajón de un mueble que no es tuyo. Como revisar un diario íntimo y ajeno. Como esculcar los bolsillos de ese abrigo que no te pertenece, pegar la oreja a la pared de enfrente o leer una carta que nunca estuvo dirigida para ti. Después, se pone peor –o mejor– porque cada vez es más emocionante. Podemos decidir entre abandonar el papel de metiches invasores y dejarlo cerrado para siempre o examinarlo hasta el final y sin culpa. Piense usted, lector querido: si ya lo tenemos al alcance de la mano ¿por qué no aprovechar la llegada de tan insólito regalo?

Nada que ver con la caja de Pandora, los archivos secretos del INAI o legajos académicos ocultos. Se trata del libro "Las cartas del boom", de la editorial Alfaguara, que reúne, por primera vez, la correspondencia entre las cuatro principales figuras del llamado Boom Latinoamericano: Julio Cortázar, Carlos Fuentes, Gabriel García Márquez y Mario Vargas Llosa.

Poco más puede pedirse y mejores invitaciones no hay.

Ofreciendo un panorama sin precedentes en la historia particular y colectiva de la literatura latinoamericana, con todos sus encuentros y desencuentros, el libro nos abre una ventana privilegiada. Nos permite asomarnos a una larga relación de complicidades y conversaciones entre amigos durante el momento del máximo auge de este cuarteto, en el que parecían estaban dejando de lado su absoluta soledad como creadores y se reconocían como parte del conjunto una misma literatura. Todo ello mandándose cartas y comentando el punto. Correspondencia que ahonda en todo lo que los acercaba y los unía: dialogar sobre novela, recomponer la literatura, revisar la historia latinoamericana, ensayar sus propias biografías y cuestionar la dinámica de sus ideas una y otra vez, siempre tomando en cuenta las epistolares opiniones de los otros.

Leyendo Las cartas del boom, fanáticos y despistados se enterarán cómo este cuarteto de escritores fueron colegas inseparables muchas veces, defensores de distintos pensamientos –pocas otras– y la manera en la que conservaron una cercana relación personal y profesional con los otros. Carta tras carta, renglón por renglón, el cuarteto acaba contando una historia donde sus autores no sólo se describen a sí mismos, sino que terminan revelándonos un periodo crucial de la historia moderna de nuestro territorio como lectores, seres culturales y políticos más sus filias y fobias, sus problemas económicos, sus cambios de pareja, el nacimiento de los hijos, sus neurosis y hasta la indignación que les causaban editoriales y editores.

Las cartas constituyen la parte central del libro que consta de dos partes: “Pachanga de compadres (1955-1975)”, con el mayor número de entradas y que corresponde a la época más importante del boom; y “Fin de fiesta (1976-2012)”, que agrupa textos periféricos, algunos, de la última etapa de sus vidas físicas y profesionales.

No falta la sección de Apéndices que reúne ensayos, entrevistas y documentos varios y las muchas referencias a entrevistas, críticas y opiniones respecto a cómo este círculo de cuatro plumas lo cambió todo. Vale la pena. Conseguir el libro y arriesgarse. Porque abrirlo, es leer a Julio Cortázar diciéndonos que fue muy agradable y extraño a la vez, algo fuera del tiempo, irrepetible por supuesto, pero que sin embargo lo había conmovido irremediablemente o a García Márquez asegurando que las únicas asociaciones de escritores que consideraba útiles y solidarias eran las que se establecían mediante el contacto personal y la correspondencia privada entre escritores amigos.

Abrirlo, es acordarnos de lo que Carlos Fuentes –como si fuera psíquico– escribió en 1968 y hoy es más cierto que nunca: que “la obra de García Márquez es incomprensible sin la de Cortázar, y la de Cortázar es incomprensible sin la de Vargas Llosa, y que así se establece toda una red que corresponde a algo muy real. Porque yo sé que cada uno de nosotros es muy consciente de lo que están haciendo los demás.

Abrirlo es como abrir el cajón de ese mueble que siempre ha sido tuyo, donde guardaste a diario lo íntimo y lo ajeno. Como andar caminado con el abrigo ese sin sacar nunca las manos del bolsillo, festejar que muy juntos estuvieran los cuatro, te dirigieran cartas, te regalaran libros y no estuvieran lejos.

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