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Opinión

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Se desacelera la inversión

Ante la transitoriedad de la 4T, ha tenido algún sentido estratégico la actitud del avestruz de hundir con resignación la cabeza en la tierra esperando a que pase la tormenta...

En el transcurso del actual gobierno –tan inexorablemente controvertido–, el comportamiento de los empresarios ha estado marcado por dos actitudes fundamentales: por un lado, el mutismo, el mimetismo, y por otro, la contención y hasta la huida.

Los empresarios saben bien que cualquier gobierno, no importa que tan destructivo y desfavorable sea, es siempre transitorio. A diferencia, sus empresas son permanentes, o así se supone que debe ocurrir. Así, tomando en cuenta la transitoriedad de la actual administración de la 4T, ha tenido algún sentido práctico su estrategia del avestruz, de hundir la cabeza en la tierra esperando a que la tormenta pase. Pero independientemente de las virtudes estratégicas de tan cuestionable actitud, la sociedad mexicana ha salido perjudicada. Se ha perdido el poder crítico que debe ejercer ese segmento de la población, principalmente a través de sus organismos cúpula.

Y la segunda variante de la estrategia ha resultado todavía más perjudicial: el retraimiento de la inversión y algo todavía mas preocupante: la huida del capital local al extranjero. El reportaje principal en la edición de El Economista del pasado lunes así lo confirma: “Se desacelera flujo de IED; mexicanos prefieren invertir en el exterior”. Concentremos la atención en este segundo aspecto. En el año 2022, las inversiones que los mexicanos realizan en el exterior ascendieron a 12,849 millones de dólares con un incremento inmenso contra la cifra de 1,594 millones del año precedente. Como se dice en la nota periodística correspondiente, lo anterior “contrasta con el comportamiento de la Inversión Fija Bruta en México que sigue muy estancada, muy rezagada respecto del nivel máximo histórico alcanzado en julio del 2018…”

La interpretación para esos hechos es muy clara: internamente, hay disponibilidad de recursos y capacidad empresarial para llevar a cabo inversiones, pero también preferencia porque estas se realicen en el exterior. Es cierto que esa omisión –por así llamarla– de la inversión nacional, puede ser compensada con inversiones externas, pero la perspectiva de esa tendencia no es deseable. Implica que en la propiedad de la planta productiva del país predomine el capital extranjero. El asunto convoca lecciones de la historia que no deben desdeñarse. Por el lado positivo, el presidente Miguel Alemán luchó por el desarrollo de una clase empresarial nacional. En el lado negativo, el exceso de inversión extranjera en el Porfiriato fue uno de los detonantes de la Revolución.

bdonatello@eleconomista.com.mx

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