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¿Tenemos la brújula perdida?
En una reunión de fin de año, la anfitriona nos preguntó cómo veíamos el 2024. Era una pregunta política. Por casualidad me tocó ser el penúltimo en hablar, así que pude escuchar las opiniones de personas inteligentes e informadas; no está de más decir que también son bienintencionadas. Todas ellas tienen en común que consideran, como yo, un desastre el sexenio de López Obrador.
En la reunión se habló de un escenario difícil para 2024, de un gobierno con los recursos financieros agotados, de la creciente militarización, del hecho de que vamos a una elección de Estado, con un partido apoyado abiertamente por el gobierno con recursos de todo tipo, del papel que jugaría en este escenario el gobierno de los Estados Unidos y el crimen organizado. Se llegó a mencionar la palabra “desastre”. “crisis” y “golpe de Estado”.
Al llegar mi turno de opinar me abstuve. La verdad, todavía no tengo datos suficientes que me permitan saber quién puede ganar la elección o cómo será la situación del país. Mientras escuchaba me preguntaba si los que estábamos ahí padecíamos una especie de ceguera de taller, retroalimentándonos con las opiniones similares de unos y otros. Me queda claro que la mayoría de las encuestas le dan una ventaja importante a Claudia Sheinbaum, pero las cosas pueden cambiar, como se ha demostrado en varias elecciones en las que las mediciones fallaron, algunas veces de forma estrepitosa.
Más allá de las encuestas hay que preguntarse sobre la percepción acerca de la situación del país. Conste que no hablo de la realidad del país, sino de la percepción que tienen las y los mexicanos y contrario a lo que muchos señalan no creo que la palabra “desastre” esté en la mente de la mayoría. Pongamos, como ejercicio imaginario, los pros y contras de la administración obradorista. Contras hay muchos: inseguridad, consolidación del crimen organizado, un mal sistema de salud, una explosiva situación migratoria, militarización, merma de la democracia, polarización de la población, corrupción abierta, ineficiencia gubernamental, obras faraónicas sin rentabilidad, clientelismo, ausencia de una política medioambiental, etc.
Los pros no son muchos: una economía que se ha recuperado de un mal inicio y de la pandemia y la crisis económica; un crecimiento de la inversión extranjera, a pesar de los malos augurios; una inflación que se va controlando; el cierre de la brecha de desigualdad que, aunque mínimo y frágil, está ahí; el crecimiento en términos reales de los salarios mínimos; un peso más fuerte que, sin embargo, no ha afectado las exportaciones, etc. Por supuesto, todos estos “logros” son discutibles y los expertos pueden dictar conferencias al respecto, pero me pregunto si esto afecta la percepción de que fue gracias a AMLO, quien, por cierto, lo presume a diario como si lo fuera.
¿Por qué la acción del crimen organizado, el cobro de piso, los desaparecidos o las masacres de jóvenes no ha afectado aparentemente la popularidad de AMLO? ¿Acaso la merma de la democracia importa menos que tener un trabajo y un apoyo asistencial? ¿La militarización y los abusos no parecen estar afectando mayormente al gobierno? ¿Se han acostumbrado miles de personas a convivir con el crimen organizado? Para ser claros, ni la militarización ni el debilitamiento de la democracia son preocupaciones mundiales. Ahí está Trump que, en otro tiempo, ni siquiera se habría atrevido a postularse como posible candidato después de todas sus fechorías.
La verdad es que no sabemos con certeza qué tanto todos estos elementos serán tomados en cuenta a la hora de votar. No obstante, hay una cosa que vale la pena cuestionar: la narrativa generalizada de: “esto es un desastre”.
Curiosamente, en otra reunión, esta vez familiar, cada vez que se señalaba alguna falta, omisión, fracaso o abuso de López Obrador, la respuesta de sus partidarios era: antes era igual o peor. Personalmente, no lo creo, pero lo importante es qué tanto sigue calando esta narrativa presidencial. Si es adoptada por la mayoría de las y los votantes se inclinarán por MORENA y esto no significa que no sean críticos o no vean sus tropelías, simplemente que creen que antes era peor o, viendo la realidad de otros países, podría ser peor.
Un último apunte. Varios analistas siguen hablando acerca de la polarización y encuentran, con ayuda de expertos, el hilo negro: la polarización alimenta a los gobiernos populistas. Gran descubrimiento. Concluyen que si la oposición les hace el juego a estos gobiernos entonces perderán. Pero, curiosamente, no sugieren una estrategia alterna ganadora. Tampoco dicen cómo frenar el debilitamiento de las instituciones, la militarización o la calumnia y la corrupción. Tal vez la estrategia no es tener buenas maneras, como subrepticiamente proponen, sino acentuar la polarización para sacudir al electorado, hacerlos sentir que esta elección es de vida o muerte para que salgan a votar.