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Opinión

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Una crianza única

Una rana dardo que sabe que nadie la molestará nunca. Foto: Shutterstock

(...), a medida que nos acercamos a los trópicos, hay un aumento mayor de estructura, gracia de forma, mezclas de colores, juventud perpetua y vigor de las formas de vida”,

Alexander Von Humboldt.

Después de poner el último de sus huevecillos en la relativa seguridad de una bromelia, en lo alto del dosel de la selva nublada de Centroamérica, mamá diablito debe prepararse para el nacimiento de sus renacuajos. Una de las especies más pequeñas en la familia de las ranas dardo (cabe cómodamente sentada en una moneda de 2 pesos) emprende el arduo descenso hasta el suelo por cuarta ocasión, como quien trepa por un edificio de 3 km varias veces al día.

Con un refinado sentido del olfato, la rana diablo busca su siguiente presa: diminutas hormigas e insectos venenosos de diferentes especies que dejan un rastro químico inconfundible. Estos no constituyen la base de su dieta, sino que son proveedores de ciertos ingredientes exclusivos y de vital importancia: toxinas. Las ranas de la familia Dendrobatidae se caracterizan por ingerir insectos y artrópodos venenosos, a los cuales no sólo son inmunes, sino que pueden permitir que sus venenos se acumulen hasta niveles muy altos en su organismo, para luego utilizar procesos enzimáticos y convertir estas toxinas otras mucho más tóxicas a su vez, conocidas como batracotoxinas. 

Estas toxinas (en este caso una familia de alcaloides, para ser más precisos) vuelven a la rana dardo letal tras el simple contacto con su piel, lo que le permite moverse con total impunidad por la selva. Las llamativas manchas de un rojo brillante sobre negro son un mensaje que muy claro para cualquier animal medianamente despierto: “cómeme y te mueres”, uno de los mejores ejemplos de coloración aposemática de la naturaleza, que otros animales menos afortunados pero bastante perspicaces imitan para evitar que algún depredador decida invitarlos a una comida. Nadie en la selva se mete nunca con una rana dardo, al menos nunca más de una vez.

Vestida con su eficaz armadura química, nuestra protagonista sube a visitar nuevamente, uno por uno, a sus cinco renacuajos para alimentarlos y defenderlos, porque su “intocabilidad” no es hereditaria, cualquier araña o mantis oportunista podría darse un festín con sus preciadas crías. Cuando alcanza la primera flor que contiene uno de sus tesoros, mamá diablito deposita para su bebé un huevo infértil que lo mantendrá alimentado hasta la próxima visita; y como mami no puede quedarse a defenderlo personalmente, contiene también un regalo muy especial: un potente cóctel de neurotoxinas que emponzoña de inmediato el agua de la bromelia donde revolotea su pequeño, más que suficiente para paralizar y matar a cualquier animal que trate de entrar al agua a cazarlo; el epítome de la maternidad tóxica.

De vuelta a su trabajo, mamá rana dardo continúa yendo y viniendo de un lado a otro, de arriba a abajo. Durante sesenta días y sesenta noches sus tareas consisten únicamente en comer hormigas y bichos venenosos, trepar árboles gigantescos de ida y vuelta, y llevar a sus pequeños comida y pequeños regalos envenenados, asegurando su supervivencia mientras crecen y dotándolos de armas que les permitirán sobrevivir, quizá medrar incluso, en uno de los ecosistemas más competitivos de la Tierra.

solounpalido.azul@gmail.com

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Es ingeniero en Sistemas Computacionales. Sus áreas de conocimiento son tecnologías, ciencia y medio ambiente.

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