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Una segunda revolución verde para la agricultura mexicana (I)
Los retos que actualmente tiene la agricultura son diversos y de múltiples complejidades. Entre estos destacan lograr alimentar al ser humano, proveer de materias primas y energía, mantener la biodiversidad de los recursos, ser el motor de la bioeconomía, y de paso ser el soporte de los ingresos de la población rural, generar divisas, producir alimentos de calidad, ser eficiente y ser rentable.
Entre todos estos retos hay uno que es fundamental, sin el cual no se logran los demás, y es el que la agricultura sea rentable de forma sostenida.
Considerando las características del campo mexicano, 73% de las unidades de producción son menores a 5 hectáreas; 68% de los ejidatarios son mayores a 50 años (36% más de 65 años), la escolaridad promedio es de cinco años; 53% del territorio mexicano en el 2008 -de acuerdo con la Procuraduría Agraria- corresponde a propiedad social y 44% corresponde a ejidos con 84.5 millones de hectáreas. Estas características hacen pensar que los retos de la agricultura mexicana para ser rentable de forma sostenida son mayúsculos.
El modelo de producción agrícola aplicado desde la revolución verde en las zonas de agricultura comercial del país no favorece la rentabilidad. Este modelo se basa en el uso intensivo de insumos (semilla híbrida, fertilizantes, plaguicidas y diésel) e incrementa los costos de producción por insumos. Del 2005 al 2014 el precio de las semillas de maíz se ha triplicado, el de los fertilizantes se ha incrementado 1.6 veces, en tanto que el precio del diésel del 2005 al 2015 se ha multiplicado 2.77 veces.
Esta realidad de la agricultura comercial implica destinar cuantiosos recursos públicos para compensar el ingreso de los agricultores, faltando más recursos para atacar el problema de rentabilidad y abatir los costos de producción. En lo que se refiere a la agricultura de subsistencia, ésta quedó fuera del cambio tecnológico que experimentó la agricultura comercial producto de la revolución verde; en Oaxaca, por ejemplo, el rendimiento del maíz en 1950 fue de 894 kilogramos/hectárea y para el 2013 pasó a 1,046 kilogramos, a diferencia de Sinaloa que tiene un rendimiento 10 veces superior.
En síntesis, los productores tienen la posibilidad de decidir sobre las prácticas de producción que apliquen y buscar las que sean económica y técnicamente sostenibles. Esto es que tanto el precio de los productos como el clima son factores variables en los que el productor no tiene influencia, sólo puede tomar medidas para disminuir su efecto, como las coberturas de precios y el seguro agrícola. En la segunda parte de esta nota presentaré la oportunidad de la agricultura mexicana para promover la aplicación de técnicas de agricultura sostenible.
*Pedro Díaz Jerónimo es subdirector de la Subdirección Técnica y de Redes de Valor en FIRA. La opinión es del autor y no necesariamente coincide con el punto de vista oficial de FIRA.