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Opinión

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Un adiós para Ifigenia

Ifigenia MartínezFoto; Cuartoscuro

“Agradezco profundamente la confianza de mis compañeras y compañeros legisladores para desempeñar este acto simbólico, que representa no sólo un punto de inflexión en la historia, sino también el triunfo de nuestros valores de igualdad, justicia y democracia”, decía una parte del texto que Ifigenia Martínez ya no pudo leer, hace apenas siete días, en la toma de posesión de nuestra primera presidenta, su última aparición pública.

Apenas si podía ponerse en pie —“híjole, apenas me sostengo”, dicen que dijo — pero ausente no estaba. Vestida de rojo pasión, en el centro de la tribuna, cumpliría el mandato — el sueño, la encomienda muchos años anhelada y trabajada — de entregar la banda presidencial a una mujer. Ausente está ahora mismo y para siempre, porque sin pedir permiso, la muerte se la llevó, dejándonos sin nuestra maestra más coherente y favorita.

Ifigenia Martínez, que era más transparente que misteriosa, tiene dos fechas de nacimiento: el 16 de junio de 1930, que han manejado la mayor parte de los medios, anunciando que tenía 94 años al momento de morir, y la que consigna la Gaceta Parlamentaria: 16 de junio de 1925, que le otorga una calidad de leyenda casi centenaria, si es que tenía 99 años cuando abandonó este mundo. Poco importa a estas alturas. Son los hechos de su vida los buenos, los verdaderos y los que permanecerán.

Luchadora emblemática de la izquierda mexicana, Ifigenia Martínez fue licenciada, maestra y doctora en economía, una de las primeras académicas en hacer estudios sobre la desigualdad económica y social en nuestro país, la primera mexicana graduada con maestría y doctorado en Economía por la Universidad de Harvard, cofundadora de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) y catedrática del Centro de Estudios Monetarios Latinoamericanos. En 1960 fue nombrada investigadora del Instituto de Investigaciones Económicas de la UNAM, y en 1967 resultó la primera mujer directora de la Escuela Nacional de Economía de la misma Universidad. Su labor académica fue de la mano con su trayectoria ideológica y política: al año siguiente, en 1968 fue una de las principales defensoras de la máxima casa de estudios luego de que el Ejército ocupara el campus de Ciudad Universitaria y estuvo al lado de los estudiantes durante toda su vida.

Ifigenia atestiguó muchos de los grandes cambios que transformaron a nuestro país desde el siglo pasado: fue cabeza de la llamada “Corriente Democrática” del PRI, junto a Cuauhtémoc Cárdenas y Porfirio Muñoz Ledo, para después convertirse en fundadora del extinto Partido de la Revolución Democrática. Ya había sido diputada federal antes de este año –ocupando tal cargo en 1976, 1994 y 2009– además de haber sido la primera senadora de oposición en la historia de México en el periodo que corrió de 1988 a 1994.

Premios y distinciones también recibió muchos: la Medalla “Benito Juárez en 2009, otorgada por la Sociedad de Geografía y Estadística; en 2019 la Medalla “Sor Juana Inés de la Cruz”, otorgada por la Cámara de Diputados a mujeres eminentes y el 7 de octubre de 2021, justo un día como hoy, la Medalla Belisario Domínguez, máxima distinción que otorga el Estado mexicano y el Senado de la República.

Como maestra, más allá de haber impartido en la UNAM la materia de finanzas públicas durante mucho tiempo, resultó una educadora efectiva y claridosa. No faltan alumnos suyos que juran que casi les enseñó a sumar y restar, otros que entendieron que la economía no se trataba de sumas y de restas y varios que reconocen que, sin su ayuda, jamás hubieran sido tan disciplinados y llegado a donde querían llegar.

Amiga entrañable de todos sus amigos, la más atenta, cuidadosa y solidaria amiga de sus amigas, inteligente, culta, divertida y pródiga en buenos consejos y enseñanzas para todos, fue ejemplo de la intención cumplida de no perderse todo lo que disfrutaba de la vida. Ifigenia, aunque no pudo expresar en voz alta, el último día que la vimos, lo que nos quería decir, lo dejó todo por escrito.

Funciona como sus últimas palabras, lector querido, como nuestro último adiós y como consuelo también, pues enumera todos los parabienes que nos deseaba:

“La lucha por la justicia y por la igualdad es de todas y de todos. No descansaremos hasta lograr una democracia plena, donde no haya distinción de género, clase o condición; que nuestras diferencias no nos dividan, sino que sean la fuente de propuestas y soluciones compartidas a los distintos retos que enfrentamos. Hoy, más que nunca, necesitamos tender puentes entre todas las fuerzas políticas, dialogar sobre nuestras divergencias y construir, juntas y juntos, un país más justo y solidario. Es tiempo de altura de miras. Es tiempo de construir nuevos horizontes y realidades. Es tiempo de mujeres”.

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