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Las elecciones estadounidenses y la crisis de la blancura
Las elecciones presidenciales de 2024 deben verse como un conflicto político de más largo plazo que terminará con la restauración de la jerarquía racial. La tendencia del Partido Republicano hacia el autoritarismo y la búsqueda del gobierno de las minorías no se puede entender en otros términos.
CAMBRIDGE. La “crisis de la democracia” en los países occidentales se atribuye generalmente a la creciente desigualdad, el vaciamiento de la clase media y la política de migración masiva. Pero otro factor importante es la demografía, especialmente en Estados Unidos, donde la amenaza a la democracia sigue la evolución de los acontecimientos que afectan a los votantes blancos. Además, como las tendencias demográficas no se pueden revertir fácilmente, es probable que la creciente disfunción de Estados Unidos sea un factor persistente en la política mundial durante mucho tiempo.
Para 2044, los estadounidenses blancos representarán el 49.7% de la población estadounidense, frente al 70% actual y casi el 90% en la década de 1960. Este cambio podría tener enormes consecuencias desde un punto de vista político y psicológico. Por primera vez en la historia del país, los estadounidenses blancos serán una minoría, aunque sigan siendo más numerosos que los estadounidenses negros, los hispanoamericanos y otras cohortes. La menguante influencia política de los votantes blancos ya está creando una sensación de pérdida de estatus y marginación, como se refleja en parte en las encuestas que muestran que casi el 60% de los republicanos “se siente como un extraño en su propio país”.
En este contexto, las elecciones presidenciales de 2024 deben verse como parte de un conflicto político de más largo plazo que terminará con la erradicación o la restauración de la jerarquía racial histórica del país. En pocas palabras, los demócratas de hoy abrazan la idea de una democracia multirracial, mientras que los republicanos quieren que el país “vuelva a ser grande” restableciendo elementos de la antigua supremacía blanca.
Este conflicto es anterior a Donald Trump. Los candidatos presidenciales republicanos han obtenido la mayoría del voto blanco en todas las elecciones desde 1964, el año en que Lyndon B. Johnson, un demócrata, ganó la Casa Blanca y firmó las Leyes de Derecho al Voto y Derechos Civiles. Más recientemente, la victoria de Barack Obama en 2008 fue un momento de ajuste de cuentas para el electorado blanco, muchos de los cuales comenzaron a lidiar con las implicaciones de la cambiante estructura demográfica del país.
Después de la reelección de Obama en 2012, el Comité Nacional Republicano redactó un informe que reconocía la necesidad de que el partido se centrara más en atraer a las minorías. Pero, a nivel estatal, los republicanos se movieron en la dirección opuesta, al redoblar sus esfuerzos para atraer a los votantes blancos mediante medidas de supresión de votos y distritos electorales congresuales manipulados racialmente. Luego, en 2016, Trump aprovechó el descontento blanco para ganar la nominación del Partido Republicano.
Otra Presidencia de Trump intensificaría la batalla para restaurar la jerarquía racial y política histórica de Estados Unidos, dados los planes de Trump de deportar a millones de inmigrantes indocumentados. Pero incluso si Trump es derrotado, la lucha continuará. Es probable que el trumpismo sobreviva, porque la doctrina de “Make America Great Again” (“Hagamos a Estados Unidos grande otra vez”) ahora permea un Partido Republicano que se ha librado de los conservadores moderados.
Puede parecer suicida que un partido apueste su futuro a una cohorte demográfica, cuyo peso político está destinado a disminuir, incluso si el apoyo de los votantes no blancos ha aumentado en los últimos años (lo que refleja un mensaje eficaz sobre la reactivación de sectores de la economía donde las minorías étnicas también encuentran empleo). Pero la Constitución de Estados Unidos ofrece una explicación para esta estrategia. Como señalan Steven Levitsky y Daniel Ziblatt de la Universidad de Harvard, el sistema estadounidense incluye varias instituciones contramayoritarias que se suponía que garantizarían la estabilidad, pero que también pueden empoderar a una minoría política.
Lo que cuenta en la elección presidencial, por ejemplo, no es el voto popular sino el Colegio Electoral. Así es como Trump ganó en 2016, a pesar de recibir menos votos que su oponente. De manera similar, a cada estado se le asignan dos escaños en el Senado independientemente del tamaño de su población. En 2040, aproximadamente el 70% de los estadounidenses vivirá en sólo 15 estados, mientras que el 30% restante, desproporcionadamente más blanco y de mayor edad, elegirá a 70 senadores.
La combinación de tendencias demográficas, un Partido Republicano trumpificado y normas constitucionales contramayoritarias harán que la democracia estadounidense sea altamente disfuncional en los próximos años. Si bien sus sólidas bases institucionales pueden ayudar a evitar que Estados Unidos sucumba a la autocracia, parece destinada a periodos de mayor tensión y conflicto político.
En este contexto, no es descabellado imaginar crisis constitucionales que involucren al gobierno federal y a las legislaturas estatales por la gestión de las elecciones y los derechos de voto, o entre el Congreso y una Corte Suprema de extrema derecha por los derechos civiles, o entre el Congreso y un presidente polarizador.
No hay soluciones fáciles. Cualquier enmienda constitucional que pretenda eliminar el Colegio Electoral o reformar el Senado y la Corte Suprema (que no tiene límite de mandatos para los jueces) estaría muerta desde el principio, porque necesitaría supermayorías en ambas cámaras del Congreso y la ratificación de tres cuartas partes de los estados. ¿Podrían los estadounidenses converger hacia el centro y marginar a la extrema derecha y a la extrema izquierda? No parece probable que esto ocurra en un futuro próximo.
Las elecciones de este año no tendrán un resultado binario. Una victoria de la vicepresidenta Kamala Harris no salvará la democracia estadounidense, y una victoria de Trump no la matará de repente. En cambio, será una nueva entrega de un conflicto demográfico de larga data que comenzó hace seis décadas y que no muestra señales de terminar.
El autor
Edoardo Campanella, investigador principal del Centro Mossavar-Rahmani para Negocios y Gobierno de la Escuela Kennedy de Harvard, es coautor (con Marta Dassù) de Anglo Nostalgia: The Politics of Emotion in a Fractured West (Oxford University Press, 2019).
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