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Opinión

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La OMS sigue dando de qué hablar

Rafael Lozano

Rafael Lozano

Hace dos semanas escribí sobre el debilitamiento de la Organización Mundial de la Salud (OMS) por la eminente salida de los Estados Unidos en el contexto de desglobalización predominante. Sin embargo, en días recientes han ocurrido dos acontecimientos que exigen continuar con el análisis: el anuncio de la salida de Argentina de la OMS y el denominado "Caos estadounidense: defensa de la salud y la medicina", publicado en una editorial de The Lancet.

El análisis simple de la salida de Argentina hablaría de una alineación con la política de EUA, pero en el fondo, el asunto va más allá por su origen y sus consecuencias. Por un lado, exacerba la crisis política de la OMS a nivel global y regional. Argentina es un actor importante en salud pública en América Latina, y su salida podría afectar el equilibrio político de la OMS en la región. También puede promover críticas a la política sanitaria global que posiblemente generen desconfianza en otros países. Aunque ni EUA ni Argentina plantearon su retiro de la OPS, el hecho refleja un refuerzo del "nacionalismo sanitario".

El "nacionalismo sanitario" es un término que se utiliza para describir aquellos sistemas de salud profundamente influenciados por intereses nacionales y soberanos. Este enfoque puede implicar que los gobiernos prioricen la producción y distribución local de medicamentos, equipos médicos y servicios de salud, a menudo a expensas de la cooperación internacional. El auge del nacionalismo sanitario se exacerbó en la pandemia, y ahora reaviva dudas sobre si el derecho internacional salvaguarda la universalidad de los derechos humanos durante y despues de las emergencias sanitarias. El bloqueo de la ayuda internacional y el acaparamiento de suministros incrementan el daño sanitario y económico que las pandemias infligen sobre todo a los países de bajos ingresos.

La editorial de The Lancet aborda este tema diciendo: "Al congelar 90 días la ayuda financiera estadounidense -incluidos los fondos para el Plan de Emergencia para el Alivio del SIDA, incluso con una exención para 'programas humanitarios que salvan vidas'-, ha dejado los servicios de salud de países pobres en el limbo, en particular para la prevención y tratamiento del VIH" y añade: "el apoyo a la salud global de los EUA ha dado paso a una profunda polarización dentro del país, lo que lo coloca como un socio poco confiable en el escenario de cooperación internacional".

Me parece un buen momento para reflexionar sobre el futuro de la salud mundial considerando dos análisis contrafactuales ante el escenario de una OMS en paulatino debilitamiento acompañado de un proceso de fragmentación de la salud global:

¿Cómo le iría al mundo si se presenta otra pandemia tipo COVID?

¿Cuál sería el futuro de la salud global en materia de regulación, estándares, investigación, distribución de vacunas y fármacos?

Para el primer contrafactual, se disminuiría la capacidad de cooperación y coordinación sanitaria y se ralentizaría aún más la detección y respuesta a las epidemias. Un mundo con una OMS debilitada en una pandemia sería más caótico, con respuestas fragmentadas y desigualdades más profundas en el acceso a medicamentos y vacunas. Sin pretender ser apocalíptico, la capacidad global para enfrentar emergencias sanitarias se vería mermada con consecuencias devastadoras para el planeta.

Por otro lado, en el segundo contrafactual, se verían afectados los estándares internacionales en salud, como el seguimiento de la Clasificación Internacional de Enfermedades, que organiza el conocimiento de enfermedades y diagnósticos. Además, aumentaría la influencia de actores privados, lo que podría generar una fragmentación geopolítica en la salud global. Sobre todo, quedaría descoordinada la lucha contra amenazas emergentes como el cambio climático y salud o la resistencia antimicrobiana, entre otros. En este escenario, el acceso a la salud sería más dependiente de la capacidad económica de los usuarios y de los países, agravando la desigualdad.

La responsabilidad de que esto no suceda no recae únicamente en la OMS, sino que involucra a diversos actores clave: las oficinas regionales y otras agencias internacionales de Naciones Unidas, los estados miembros, organismos no gubernamentales, el sector privado, la filantropía, la sociedad civil, las universidades y los centros de investigación. Evitar el debilitamiento de la OMS requiere de un esfuerzo colectivo y coordinado. Es necesaria una combinación de reformas internas, apoyo multilateral, financiamiento diversificado y movilización de la sociedad civil. Cada actor tiene un papel crítico para que la OMS siga siendo útil en la respuesta a crisis sanitarias mundiales.

Diversificación tanto de la OMS, como del ecosistema sanitario

Ante la amenaza de un debilitamiento crónico, la OMS necesita diversificar su financiamiento, reducir dependencias de los países poderosos y explorar nuevos mecanismos financieros. Esto implica un modelo donde las oficinas regionales tengan más autonomía y donde se fortalezcan alianzas con el sector privado y tecnológico, siempre asegurando transparencia y equidad en la toma de decisiones. También es clave reforzar la resiliencia de los sistemas de salud de los países, garantizando que los procesos de cooperación sean más eficaces y sostenibles.

No se trata, como algunos países pretenden, de reemplazar a la OMS, sino de fortalecer su papel dentro de un ecosistema sanitario más diverso, incluyente y transparente. Se trata de construir una plataforma de salud global fortalecida para enfrentar los desafíos del futuro, garantizando que la salud no dependa del poder económico ni de intereses geopolíticos.

Por eso aplaudimos la iniciativa de The Lancet de transformarse en "...un punto focal de rendición de cuentas durante los próximos cuatro años, monitoreando y revisando las acciones del gobierno de los EE. UU. y las consecuencias de sus decisiones para la salud...". Sin embargo, para que tenga un verdadero impacto, su alcance tiene que ir más allá de la comunidad científica.

El principal riesgo es que el gobierno estadounidense ignore o desacredite estos informes, limitando su efecto. Para evitarlo, The Lancet debería ampliar su estrategia para influir en la opinión pública e involucrar a tomadores de decisiones, el sector privado y la filantropía. La evidencia científica es clave para generar movilización y exigir cambios en la política de salud global.

La rendición de cuentas debe ir acompañada de estrategias de comunicación efectivas y coaliciones amplias que transformen la evidencia en acción. En un mundo donde la salud global enfrenta desafíos sin precedentes, necesitamos esfuerzos que trasciendan las fronteras y eviten que la política sanitaria quede atrapada en intereses nacionales de corto plazo.

*El autor es profesor Titular del Dpto. de Salud Pública, Facultad de Medicina, UNAM y Profesor Emérito del Dpto. de Ciencias de la Medición de la Salud, Universidad de Washington. Las opiniones vertidas en este artículo no representan la posición de las instituciones en donde trabaja el autor.

rlozano@uw.edu; rlozano@facmed.unam.mx; @DrRafaelLozano

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El autor es profesor Titular del Dpto. de Salud Pública, Facultad de Medicina, UNAM y Profesor Emérito del Dpto. de Ciencias de la Medición de la Salud, Universidad de Washington. Las opiniones vertidas en este artículo no representan la posición de las instituciones en donde trabaja el autor.

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