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¿Podrá el CCE recuperar su voz empresarial?
No le sirve a nadie, ni siquiera al régimen, que los organismos empresariales sean serviles ante los dictados del poder.
La sumisión que alcanzó el Consejo Coordinador Empresarial (CCE) durante el último tramo del gobierno pasado resultaba muy conveniente para un perfil autocrático como el de López Obrador.
Si bien se ha mantenido la agenda política del sexenio anterior, el perfil de la presidenta Claudia Sheinbaum es diferente y ha mostrado interés en dialogar y en mostrar que aun desde el súper poder que concentra puede llegar a acuerdos.
La disyuntiva que ahora se abre para la llamada cúpula empresarial va, de mantenerse como un organismo anexado y dócil al poder o bien optar por una mejor interlocución, ahora que se necesitan mejores alianzas internas para lo que viene con la segunda era Trump.
Ver cómo el CCE está anexado como si fuera una subsecretaría de Estado puede ser contraproducente en el momento en que se requiera la interlocución entre los organismos empresariales de México, Estados Unidos y Canadá al momento de defender el acuerdo comercial trilateral.
Si se percibe al máximo organismo empresarial mexicano como un simple apéndice, le quita peso a una posición de la iniciativa privada conjunta de los tres países.
Es una buena noticia que el presidente saliente de la Confederación Patronal de la República Mexicana (Coparmex), José Medina Mora, tenga interés en competir por la presidencia del CCE.
Resultaría sano para esta cúpula, que agrupa a cámaras y confederaciones lo mismo de servicios, comercio, industria o del sector financiero, en representación de las empresas más pequeñas y grandes del país, tener una nueva oportunidad de externar una voz independiente.
La gama de los perfiles de los presidentes que ha tenido el CCE es muy amplia, desde banqueros, dueños de grandes empresas, otros de empresas medianas; expresidentes con carreras políticas, como Manuel J. Clouthier o Eduardo Bours; y desde los más combativos, como su fundador Juan Sánchez Navarro, hasta el extremo actual.
Medina Mora ha mostrado una voz independiente, sin la estridencia de dejar ver una agenda propia político-partidista, y sí con la experiencia de poder convenir con el gobierno morenista los puentes necesarios para que fluyan las inversiones.
Dejar al CCE como está sería condenarlo a que se apague su voz, a que sí haya algunos empresarios que puedan tener acceso al diálogo con la Presidenta, como el Consejo Asesor de Desarrollo Económico Regional y Relocalización de Empresas que, con la buena coordinación de Altagracia Gómez, que sí acerca a 15 empresarios, pero que no tiene la representatividad del CCE.
Habrá quien justifique que hacía falta un perfil bajo, muy bajo, para transitar los difíciles tiempos de López Obrador, quien fue capaz de cancelar a aquel dirigente del CCE que se presentaba como su amigo, Carlos Salazar Lomelín, pero hoy, aun dentro de la continuidad del régimen, sí son otros tiempos.
Los 13 organismos integrantes del CCE, que presumen representar 80% del Producto Interno Bruto, tendrán que decidir en marzo del próximo año si la actual posición de tapete del poder les viene bien para pasar desapercibidos o bien si pueden tener una voz, que, con todo respeto al descomunal poder presidencial, sea más útil para el país.