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"Svalbard y la seguridad alimentaria de la humanidad"

OpiniónEl Economista

El día 31 de octubre en Des Moines, Iowa, Cary Fowler y Geoffrey Hawtin fueron galardonados con el Premio Mundial de la Alimentación que, vale decir, es considerado como el Premio Nobel de la Agricultura. Este reconocimiento fue instituido en el año de 1986 y creado por el Doctor Norman Boarlaug, Premio Nobel de La Paz 1970, junto con John Ruan, miembro de una familia de filántropos de Iowa, con el propósito de honrar a los héroes de la alimentación en el mundo.

Esos dos científicos se dedicaron por más cincuenta años a proteger, salvaguardar y conservar los recursos genéticos de más de 6,000 cultivos agrícolas, así como a sus parientes silvestres, los cuales han sido utilizados y conservados desde hace siglos, generación tras generación y en todos los confines del mundo. Esta magnífica labor requirió de la convicción y de la participación de investigadores, asesores políticos, gobiernos, agricultores y miembros de la sociedad civil.

Vinculado con este esfuerzo, promovieron, con gran visión, la creación en los países reconocidos por su gran agro diversidad de bancos de germoplasma (instalaciones para el depósito de semillas a bajas temperaturas) para almacenar las semillas de sus cultivos prioritarios. El propósito de este proyecto fue salvaguardar las semillas de estas especies para que pudieran ser utilizadas en el futuro. Esta labor respondió al reconocimiento de que en muchos casos, y por diferentes circunstancias, algunas especies vegetales han desaparecido o están en riesgo de desaparecer, y con ellas se pierde también todo el conocimiento ancestral sobre sus usos prácticos y su valor cultural.

No solo los bancos de germoplasma nacionales han recolectado y documentado la información relacionada a las especies vegetales de la mayor importancia para cada país; también el Grupo Consultivo de Centros Internacionales (CGIAR, por sus siglas en Inglés) ha invertido gran cantidad de recursos económicos y humanos para financiar prospecciones, colectas, documentación y conservación de una inmensa cantidad de semillas de especies alimenticias y sus parientes silvestres, y que se conservan en sus respectivos bancos de germoplasma.

Uno de estos centros, el Centro Internacional de Mejoramiento de Maíz y Trigo (CIMMYT) tiene su sede en nuestro país desde 1966 y ha contribuido significativamente a colectar y almacenar la gran diversidad genética de las razas de maíz originarias de Mesoamérica.

La conservación de semillas es una responsabilidad de largo plazo, y por lo tanto, requiere de un esfuerzo financiero que, en muchas ocasiones, los países no están en capacidad de sostener. En este sentido, los centros internacionales sí pueden mantener las colecciones de semillas en instalaciones con las condiciones que así lo garantizan, prácticamente a perpetuidad.

Estos centros internacionales compartían las semillas almacenadas en sus instalaciones con quienes las solicitaran, preponderantemente los centros de investigación con más capacidad, infraestructura e innovación científica, pero también con las empresas transnacionales que mejoran y comercializan variedades de cultivos alimenticios.

Tal situación generó una trascendental discusión en torno a los derechos de propiedad cuando se trata de la salvaguarda, uso y destino de los recursos fitogenéticos: ¿Quiénes deben ser los dueños de esta invaluable riqueza? ¿Los países? ¿Los agricultores? ¿Los desarrolladores? ¿Las grandes empresas que los mejoraron? ¿O quienes los han cultivado por cientos de años a través de su cultivo generación tras generación?

Estos cuestionamientos deberían responderse partiendo de la premisa de que la conservación de tales materiales genéticos obedece a la necesidad de garantizar la seguridad alimentaria de las futuras generaciones, lo cual significa que dicha información debe ser considerada como un bien público de toda la humanidad.

Convencido de la necesidad de que este importantísimo bien público estuviera al alcance de todos, particularmente de los países con problemas para garantizar la alimentación de su población, en 1994 Geoffrey Hawtin negoció y persuadió a los directivos de los centros internacionales del CGIAR de firmar un acuerdo con la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) para poner a disposición y beneficio de todos los países los recursos genéticos almacenados en sus respectivos bancos de germoplasma. Al mismo tiempo, Cary Fowler lideró las negociaciones y la elaboración del Plan de Acción Global para la Conservación y Uso de los Recursos Genéticos para la Agricultura en el seno de la FAO.

De esta forma, Hawtin y Fowler lograron, en el ámbito de las Naciones Unidas, el Tratado Internacional de Recursos Genéticos para la Alimentación y la Agricultura, el cual los considera como un bien público de la humanidad, por lo que debería garantizarse el acceso libre y sin costo a los países que los solicitaran para sus programas nacionales de investigación y desarrollo.

A pesar de este gran avance, restaba otro tema por resolver vinculado con la preservación de esta riqueza, siempre expuesta a amenazas como las que ahora trae consigo el cambio climático. Ambos, Fowler y Hawtin, fueron actores clave para encontrar una solución: Crear una bóveda en las entrañas de una montaña en Noruega, con la temperatura adecuada durante todo el año, a fin de mantener las réplicas de toda la diversidad biológica almacenada en los bancos de germoplasma en el mundo.

Así, fue creada en 2009 la Cámara Global de Almacenamiento de Semillas “Svalbard”, que después de 15 años de operación alberga 1.25 millones de accesiones (muestras de semillas en bolsas laminadas) de cultivos agrícolas, sus parientes silvestres y otras especies de importancia alimenticia, medicinal, industrial, entre otras.

Este es el acervo de la mayor diversidad mundial de cultivos agrícolas, el cual hoy en día cobra mayor valor pues en él están contenidos los genes que ayudarán a las futuras generaciones a solventar problemas asociados a la productividad agrícola, resistencia a plagas, enfermedades, valores nutrimentales y otros factores adversos que enfrentará la humanidad en el futuro. El material, depositado voluntariamente en la bóveda de Svalbard, proviene de instituciones de investigación, de la sociedad civil, de organismos gubernamentales y de comunidades indígenas.

México ha sido muy responsable en la conservación de sus recursos genéticos aprovechando la capacidad técnica de instituciones nacionales, como el Instituto Nacional de Investigaciones Forestales, Agrícolas y Pecuarias (INIFAP), e internacionales, como el CIMMYT, perteneciente al CGIAR. Al mismo tiempo, las comunidades indígenas, los investigadores y las organizaciones sociales también hemos contribuido a la tarea de colectar y preservar nuestro acervo genético. Por su enorme relevancia, este esfuerzo se ha concentrado de manera destacada en la conservación de la diversidad genética de maíz, frijol y chile, entre otros importantes cultivos. Réplicas de nuestras colectas han sido resguardadas en Svalbard para garantizar a las futuras generaciones de mexicanos el acceso a la riqueza genética heredada de nuestros ancestros.

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