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Opinión

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El teletrabajo y el desarrollo global

Para aprovechar la oportunidad que presenta la infraestructura digital globalizada de hoy, los países en desarrollo deben pasar de ser simplemente un lugar para el trabajo subcontratado a desarrollar ecosistemas empresariales propios y completos.

Foto: Especial

LONDRES. Los últimos 30 años han visto surgir una oportunidad revolucionaria para el desarrollo humano y el crecimiento económico. La informática moderna tiene potencial para permitir la difusión mundial y a gran escala del teletrabajo, y puede facilitar la creación gradual de sectores y ecosistemas tecnológicos enteros en cualquier país.Una gran parte de la actividad educativa y económica ya se puede desvincular de la ubicación física, lo que brinda oportunidades a quienes carecen de acceso a escuelas o lugares de trabajo tradicionales. Pero fuera del sector tecnológico, no hay una apreciación suficiente de estas posibilidades.

En los países desarrollados, la pandemia del Covid-19 desencadenó en 2020 una revolución del teletrabajo para la mayoría de la gente. Pero hay una revolución aún más amplia, y todavía incipiente que viene cobrando fuerza desde el surgimiento de los servicios comerciales de internet a mediados de la década de 1990.

Esto no fue evidente de inmediato porque en los primeros 20 años de la revolución de internet, la tecnología todavía favorecía en gran medida la coincidencia espacial y la concentración geográfica. El ancho de banda de las telecomunicaciones todavía no permitía videoconferencias de alta calidad, y los equipos informáticos todavía tenían que estar cerca de sus usuarios. De modo que la actividad educativa y empresarial aún favorecía la proximidad física respecto de universidades, predios corporativos, edificios de oficinas, centros de investigación y desarrollo, sistemas informáticos e incluso fábricas.

Pero con el tiempo estos requisitos se fueron relajando. Los servicios en la nube eliminaron la necesidad de tener hardware informático in situ (con los costos asociados). El incremento de velocidad de los servicios de banda ancha hizo posibles videoconferencias internacionales de alta calidad y sistemas de comercio electrónico, y las plataformas SaaS (software como servicio) dieron a las empresas la posibilidad de buscar y contratar trabajadores, hacer publicidad, vender, recibir pagos y adquirir insumos en forma remota. Luego, las redes móviles y satelitales extendieron la conexión a internet a las áreas rurales, donde servicios de educación virtuales permitirían aprender inglés, ingeniería de software y muchos otros temas a distancia.

Con el tiempo, la proximidad física perdió importancia. Al principio, el cambio se evidenció en el auge de las industrias indias de subcontratación de servicios (centros de atención telefónica, software) y en el primer ecosistema de startups importante surgido fuera de Estados Unidos, en Israel. Pero luego otros países (entre ellos Taiwán, China, Filipinas y Ucrania) fueron desarrollando industrias de subcontratación, ecosistemas de startups o ambas cosas. E incluso en países sin ecosistemas tecnológicos, muchos jóvenes inteligentes y dinámicos aprendieron inglés y programación, comenzaron a trabajar para compañías occidentales y luego fundaron empresas propias.

Sin embargo, hasta la llegada del Covid-19, había una variedad de barreras culturales y psicológicas que todavía impedían el pleno aprovechamiento del teletrabajo. Pero la pandemia lo hizo necesario en forma inmediata y urgente. En la primera mitad de 2020, el porcentaje de teletrabajadores de oficina estadounidenses se disparó del 6% al 65 por ciento. De pronto, incluso las startups (que antes consideraban esencial la proximidad física) comenzaron a contratar ingenieros de software dondequiera que pudieran hallarlos, de Argentina a Ucrania. 

Sé de qué hablo; las personas que contraté en este periodo son en su mayoría gente que aprendió inglés y programación a través de internet, trabajando para gerentes a los que nunca vieron en persona.Ahora, un individuo inteligente e industrioso puede aprender desde casi cualquier lugar, usando una infraestructura virtual muy desarrollada y en gran medida gratuita, ofrecida por una variedad de actores que incluye a Khan Academy, usuarios de YouTube, LinkedIn Learning (antes Lynda.com), Udacity (ahora propiedad de Accenture) y varias universidades (como OpenCourseWare del MIT). También hay una nueva infraestructura muy desarrollada para el trabajo remoto internacional (basta pensar en Stripe Atlas, Carta, Deel, AngelList), que incluye el uso de stablecoins para pagar a los teletrabajadores incluso en países con monedas volátiles o no convertibles.

Con estas herramientas, personas de todo el mundo hoy pueden seguir la trayectoria profesional tradicional de Silicon Valley: aprender programación, empezar a trabajar para una tecnológica, unirse a una startup, fundar la suya y, al final, tal vez convertirse en inversores ángel o capitalistas de riesgo. Pero este proceso se podría ampliar mucho más y generar, al hacerlo, profundos beneficios para el desarrollo educativo, económico y humano de muchos países, y en particular para grupos tradicionalmente marginados (los pobres, las mujeres, las comunidades rurales, las personas sin educación formal).

Sin embargo, para aprovechar esta oportunidad, los países en desarrollo deben pasar de ser una mera fuente de trabajadores subcontratados a desarrollar un ecosistema empresarial completo con startups, incubadoras, capital de riesgo y mercados públicos. En muchos casos, el principal impedimento no es la falta de dinero, sino la formulación de políticas. Pero, en este tema, los desafíos más urgentes varían según las condiciones concretas de cada país: nivel de ingresos y pobreza, grado de urbanización, infraestructura de telecomunicaciones, nivel educativo, discriminación contra mujeres y minorías, grado de protección a las industrias establecidas, controles monetarios, política de inmigración y el entorno legal e impositivo.

Como cualquier revolución tecnológica, esta también supone riesgos. Puesto que la educación presencial tradicional es una de las pocas instituciones que todavía promueven la cohesión social en la era de internet, su reemplazo puede tener consecuencias indeseables. Asimismo, los ingenieros de Silicon Valley ya temen perder sus empleos frente a trabajadores extranjeros, y esas pérdidas, de ser masivas, pueden tener profundas repercusiones sociales y políticas.

Son inquietudes legítimas. Pero muchos en el mundo tecnológico creemos que el teletrabajo es una oportunidad para el desarrollo global, ante la cual las ayudas al desarrollo tradicionales palidecen en comparación. Además, sus repercusiones están a punto de multiplicarse, porque la inteligencia artificial amplificará tanto los problemas como las oportunidades.

Piénsese, por ejemplo, en aprender inglés, algo que hoy es esencial, por ser el idioma global de la ciencia, la informática y los negocios. Es posible que en cinco o diez años esta habilidad ya no sea necesaria, porque la inteligencia artificial permitirá traducir, subtitular e interpretar el lenguaje natural, en tiempo real y en cualquier lugar.

Asimismo, pronto la inteligencia artificial hará mucho más fácil redactar documentos legales para la constitución de empresas, la contratación de empleados y la suscripción de contratos, lo que reducirá de forma drástica las barreras reales (apropiadas) a la actividad empresarial. Al hacerlo, también puede desafiar el poder de empresas establecidas que hoy poseen un control asfixiante sobre muchas economías nacionales.

¿Aprovecharán los gobiernos esta oportunidad? Y si lo hacen, ¿actuarán con prudencia para mitigar los peligros que plantea la revolución del teletrabajo? Por el momento, algunos parecen bien posicionados, pero hay muchos que no, y deberán actuar rápido para unirse a la revolución que ya está en marcha.

Charles Ferguson, inversor en tecnología y analista de políticas, es el director del documental ganador del Óscar, Inside Job.

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