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Política

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La violencia en México no es causa del tejido social rasgado, es consecuencia de la retracción del Estado: Claudio Lomnitz

Los problemas de inseguridad en el país han sido interpretados erróneamente como resultado de una crisis de orden moral, cuando, en realidad, lo que sucede es que el Estado ha perdido la capacidad de regular la economía informal e ilícita, entregándosela al crimen organizado, plantea el reconocido antropólogo.

El antropólogo Claudio Lomnitz es el autor de llibro “El tejido social rasgado”, editado por Era. Foto EE: Archivo

La idea de que los problemas de violencia padecidos en México provienen de una crisis moral —de un tejido social rasgado— forma parte de la ideología de un nuevo Estado que le ha cedido sus responsabilidades al Dios de la contingencia, plantea Claudio Lomnitz.

En entrevista con motivo de la reciente puesta en circulación de su libro “El tejido social rasgado”, editado por Era, el reconocido antropólogo, expone que las violencias en México han sido consustanciales al tránsito del país (que comenzó a gestarse durante las reformas neoliberales de las décadas de los ochenta y noventa del siglo pasado) hacia un nuevo orden.

Con frecuencia se atribuye esa violencia a una ruptura del tejido social, sin embargo, el académico de la Universidad de Columbia señala que esta “rasgadura” no se origina en una crisis ética, sino en la retracción del Estado, que ha perdido la capacidad de regular la economía informal y la economía ilícita, entregándosela al crimen organizado.

El libro recoge una serie de conferencias ofrecidas en su primer ciclo como miembro de El Colegio Nacional, en las cuales planteó tres tesis. La primera señala que no estamos ante una guerra, sino ante una nueva forma de regular la economía informal, que se liga a un Estado que tiene otras características, respecto de las que había antes de la llamada etapa neoliberal.

La segunda, plantea que este Estado actual no se caracteriza por la pérdida de su soberanía, como frecuentemente se dice, sino por el abandono de varias de sus funciones administrativas, en particular, por la relegación de la impartición de la justicia.

Y, la tercera, indica que la violencia, que se ha vuelto parte consustancial del tránsito hacia un nuevo orden, ha sido interpretada erróneamente como resultado de una crisis de orden moral, resumida en la idea del tejido social rasgado, pero antes que una causa de las violencias subraya, el orden de las costumbres se ha convertido en un objetivo táctico entre grupos violentos.

—¿Cómo debemos entender las violencias que se viven en México? Son el fenómeno para ver o son el síntoma de un proceso más grande?

—El tema del tejido social rasgado, es decir de la crisis moral y su relación con la violencia es muy complicado, porque hay veces que la crisis moral, es decir, el rompimiento con los hábitos, costumbres y valores que habían imperado en nuestra sociedad durante muchísimos años. ¿Ese rompimiento a veces es causa de violencias?, sí, pero muchas veces es un objetivo táctico de la violencia.

El rompimiento del tejido social es una mala idea porque al final culpa. Hay un proceso de revictimización de la sociedad misma con esa idea.

Finalmente la sociedad termina siendo culpable, porque la moral de sus jóvenes, por ejemplo, ya no se ciñe a las expectativas y entonces ahí está la culpa.

—Desde 2006 la explicación que se ha dado a la escalada de violencia es que vivimos una guerra contra el narcotráfico iniciada por el presidente Calderón sin haberse preparado para ello. Usted dice no estamos ante una guerra sino ante una nueva forma de regular la economía informal. ¿Cómo es eso?

—Sin duda, la irrupción de la guerra contra el narco marcó un antes y un después. Es una decisión histórica muy costosa de la que todavía estamos metidos.

Parte de lo que hay de fondo es que el Estado mexicano digamos, previo a las reformas neoliberales, organizaba el tema de la justicia y de la policía en una estrategia de una especie de sistema de extorsión regulado políticamente.

No era un tema de corrupción individual de tal o cual policía, sino así funcionaban las policías, tenía un cierto nivel de control político, porque como teníamos un sistema de partido único, donde de arriba a abajo, el país estaba gobernado por un mismo partido y una cadena de dependencias políticas, eso le imprimía algunos límites.

Eran unas fuerzas de regulación del orden, tanto a nivel de la policía, como también de los ministerios públicos y las procuradurías.

El problema que empieza a suceder es que ese sistema se va desmoronando, en parte porque la transición democrática hace que ya no haya un solo partido que regule, que hace que las elecciones estén más descontroladas y empiecen a depender más de factores locales, incluido el dinero del narcotráfico y en parte porque a finales de los años ochenta, entra México un nuevo producto dentro del narcotráfico que es la cocaína y hace que las organizaciones dedicadas al narcotráfico internacional tengan que ser mucho más complejas, porque tienen que articularse no solo hacia Estados Unidos, sino hacia Colombia y hacia Centroamérica luego a China y Asia.

Se hacen mucho más complejas, entra mucho más dinero en un momento de crisis económica muy profunda que hubo en el país durante los años ochenta y noventa.

Esto lleva a que se consoliden a nivel local poderes de una economía ilícita que ya no está bien regulada con el sistema de antes.

—En parte se le echa la culpa a la sociedad de las situaciones de violencia con el argumento de que se han perdido valores sociales y de manera paralela se dice que estamos en una cuarta transformación de la vida pública. Cómo observa eso. ¿Realmente estamos en una transformación de gran calado?

—Primero, hay unas continuidades en el gobierno de la Cuarta Transformación de la anteriores y luego, sí hay algunas importantes diferencias.

A nivel de continuidades, una de ellas es curiosamente que una tendencia de culpar a la sociedad, volviendo a un discurso que tradicionalmente fue conservador, que es la exaltación de la familia como la solución de todo.

Este gobierno ha vuelto a tomar el discurso familista e implícitamente la idea de los abrazos, no balazos. La idea es que, bueno, esa gente que se dedica a las economías ilícitas ha sido orillada a esas situaciones por la pobreza y la pobreza es un resultado del neoliberalismo. Han estado, como descarriados, no han sabido bien orientar sus problemas, que los han llevado a una violencia incorrecta; en lugar de orientarse a una transformación política, se han orientado a ganarse la vida violentamente y de manera ilegal. Entonces, nosotros vamos a abrirles los brazos y los vamos a reincorporar a la sociedad.

Esa idea, simplemente no está basada en ningún análisis económico. En las economías ilícitas no se trata de recibir el abrazo y el perdón del presidente de la república y de nadie más.

En segundo lugar, el análisis de que todo esto se debe a la pobreza, tampoco es exactamente demostrado. Está claro que la pobreza es parte del contexto en que ocurre todo esto pero no está claro que, por ejemplo, si uno distribuye a través de transferencias directas del Estado a las familias o lo que sea que eso vaya a resolver el tema de las economías ilícitas eso no está demostrado y no sucedió antes y no ha sucedido antes, porque el sistema de transferencias del Estado básicamente las inventó el gobierno del presidente Carlos Salinas de Gortari y han existido en todos los gobiernos neoliberales y en este también.

—¿Cómo es esta idea de la contingencia que usted plantea?

—Hoy a esta época podría llamarse la época de la contingencia porque en lugar de que haya una estrategia de construcción institucional de economía, de regulación de administración de la justicia, lo que hay es constantemente la presentación del día a día como algo que mejora acá y empeora allá.

Entonces se presentan estos hechos como explosiones localizadas, tanto en un lugar como en un tiempo y que luego pasan.

La manera de gobernar no es en función de una solución estructural o de ruta hacia una solución estructural, sino como una especie de administración de una violencia que ya está en la sociedad y que va a irrumpir de diferentes maneras en diferentes lugares en distintos momentos.

diego.badillo@eleconomista.mx

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Periodista mexicano, originario de Amealco, Hidalgo. Editor del suplemento Los Políticos de El Economista. Estudié Sociología Política en la Universidad Autónoma Metropolitana. En tres ocasiones he ganado el Premio Nacional de Periodismo La Pluma de Plata que entrega el gobierno federal. También fui reconocido con el Premio Canadá a Voces que otorga la Comisión Canadiense de Turismo, así como otros que otorgan los gobiernos de Estados Unidos y Perú.

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