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Arte e Ideas

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Cada esquina, ?su fantasma

Vicente Quirarte, además de la poesía, el siglo XIX mexicano, los modernistas, tantos viajes y viajeros, nos comparte lupa y catalejo para mirar de otra forma a la ciudad de México.

No conforme con habernos regalado sus propias letras, compartido lecturas favoritas, sido un maestro incomparable de disciplinas y pasiones -literarias y no-, Vicente Quirarte, además de la poesía, el siglo XIX mexicano, los modernistas, tantos viajes y viajeros, nos compartió lupa y catalejo para mirar de otra forma a la ciudad. A la ciudad de México, por supuesto. Por antonomasia, por gusto, por placer. Y también porque es parte central, no sólo del Anáhuac, sino de la geografía literaria del poeta.

Es en su libro Elogio de la calle donde Quirarte nos contó que en nuestra ciudad, la otrora región más transparente, cada actor tiene su papel, cada escritor su historia y que vivir y caminar en ella es como tomarle el pulso y beberle el aliento.

Escribe: Vivimos, amamos y odiamos en una ciudad hacia la cual sólo pueden experimentarse pasiones radicales: al manifestarle nuestra declaración de odio, en realidad estamos aceptando que se trata del único, del imposible, del loco amor. Humillados y ofendidos, transitamos obligatoriamente por ella, resignados a ser presa para su subsistencia. Deberíamos invertir los términos de semejante afirmación. Es por los hombres que la ciudad existe. No somos exclusivamente la sangre que alimenta las arterias del gran vampiro, sino primero, y esencialmente, la razón de su existencia.

En aquel libro, nos encontramos a la musa callejera de Guillermo Prieto, desciframos la ciudad de Ángel de Campo parados sobre su misma banqueta, escuchamos los taconazos perdidos de Bernardo de Balbuena, cuando la ciudad era epítome de grandeza mexicana, y compartimos la tristeza del último paseo de Manuel Acuña por las última calles que pisó antes de su noche fatal. Sin embargo, ahora, el nuevo libro de Quirarte nos habla de la misma ciudad, pero no con la misma gente. Se trata de Ciudad fantasma, relato fantástico de la ciudad de México, (XIX-XXI), tomo uno. Se trata de una antología realizada con Bernardo Esquinca, que llegó a las librerías hace un par de meses y promete un segundo tomo. Los que no tuvieron la fortuna de ser alumnos, amigos, compañeros o fanáticos de Vicente Quirarte, quizá no sabrán de su otro amor, que complementa y no se opone: el terror, el misterio, lo gótico y fantástico; los vampiros, los fantasmas, las ánimas que se van y se regresan, los monstruos considerados como una de las bellas artes.

En este libro, el arte y sus aparecidos siguen estando aquí. Muchos a pesar del tiempo transcurrido. Como los de la leyenda de Don Juan Manuel o el Carro de Fuego del que hablaba Francisco Zarco. Pero también hay distintas apariciones. Fantasmas nuevos de autores nuevos que gracias a la Providencia transitan por el libro tomados de la mano y comparten el espacio citadino. La Llorona de Artemio del Valle Arizpe vive en la misma ciudad y el mismo libro que la mujer que camina para atrás de Alberto Chimal, y ambas se encuentran en nuestra esquina favorita de terror hogareño. Sorpresas también: resulta que hasta Salvador Elizondo, José Emilio Pacheco y Carlos Fuentes tienen un lugar en este fantasmagórico escaparate del cual muchos no tenían ni idea.

En entrevista al respecto, Vicente Quirarte dijo: En este libro combinamos nuestras pasiones en común, que son la literatura de terror y la ciudad de México, pero también un conocimiento de lecturas distintas. Yo conocía muchos autores del siglo XIX que no eran tan familiares para Bernardo Esquinca , y Bernardo tenía conocimiento de autores del siglo XXI de los que yo ni siquiera había oído el nombre. Eso hace que la antología sea histórica por una parte y por otra incorpore autores que están publicando sus primeros libros o que no han publicado ninguno, como es el caso de Luisa Iglesias Arvide, que cierra el volumen y que aparecerá, esperemos, dentro de un año.

Mientras tanto y con paciencia, todo fuera como eso, esperaremos. Al cabo ya sabemos que toda dificultad, si es eludida, se convertirá más tarde en el fantasma que perturbará nuestro reposo.

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