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Arte e Ideas

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Como comparsas de dioses muertos...

Abigarrada y compleja, la muestra de la mirada de Paz sobre el arte debe ser visitada más de una vez.

Hay exposiciones que son más una sensación que un conjunto articulado de obras. Es el caso de En esto ver aquello: Octavio Paz y el arte, el gran evento con que se celebra en el Palacio de Bellas Artes el centenario del nacimiento del poeta, el ensayista, el pensador.

La sensación no es necesariamente agradable. Lo que uno siente es que hace falta más tiempo, más espacio para detenerse en cada obra, leer cada cita, quizá anotarla para luego buscar el ensayo o el poema del que viene.

Con lo cual no quiero decir que En esto ver aquello sea perfecta. ¿Cómo? ¿Una exposición llena de lo más granado del arte mundial no es buena? , me preguntarán. Su problema es precisamente la gran cantidad de piezas, muchas de ellas fantásticas.

Picasso, Braque, Bretón, Chillida, el arte mesomericano, el de la India. ¿Qué tienen en común? Que todos tuvieron un lugar en el pensamiento de Paz. La exposición no quiere dejar nada fuera y ahí donde haya una cita provocativa de Paz sobre, por ejemplo, el erotismo o el cisma que significó el surrealismo en la historia del arte, hay una obra que le responde.

En las paredes de En esto ver aquello conviven con igual belleza Paul Klee con Jasper Johns y Siqueiros con Jackson Pollock.

La mente laberíntica de Paz los acogió a todos. Laberinto para quien esto escribe, que tiene un entendimiento muy ralo de la obra del autor.

Dicen que escuchar a Paz conversar era como estar en una conferencia; que el asunto se volvía especialmente memorable cuando la plática era con Elena Garro, que fuera su primera esposa. Laberíntica porque mapear esa mente es complicado: una vuelta y hay filosofía, otro recodo y poesía, dos vueltas más y hay cine, humor, sexo, y mucho arte.

Le parece a esta reseñista que en ese sentido Héctor Tajonar y Miguel Fernández, los curadores, hicieron un buen trabajo. Un verdadero dédalo se recorre por partes, y por eso esta exposición debe verse en varios días.

Quien así lo haga podrá darse tiempo para descubrir al Diego Rivera cubista o detenerse todo lo que quiera antes los dibujos y apuntes de Picasso en torno a su Guernica, o todavía mejor: ver una hora completa la reimaginación de Las meninas del genio español, de quien Paz escribió que era tal vez no el mejor y tal vez no el único gran artista de su generación, pero sí el artista que mejor retrataba nuestro tiempo.

O quedarse maravillado ante el torso desnudo de una diosa hinduista. Tan sólo la sala dedicada al arte erótico vale un día de museo.

Decenas de museos prestaron obras. Museos de todo el mundo: la Tate inglesa, el Pompidou francés, el MoMa de Nueva York y los grandes museos mexicanos como el Tamayo, el de Arte Moderno y el Nacional de Antropología.

De éste último provienen las piezas de la inquietante sala de arte mesoamericano, que tanto interesó a Paz, y que tiene su propio sabor. La sensación de la que hablo al principio, ese abigarramiento un tanto intimidante, se acrecienta en ésa, la última sala del recorrido. Como si guardara secretos místicos que explicaran nuestro lugar en un universo ajeno.

Como si fuéramos (lo somos) comparsas de dioses muertos.

concepcion.moreno@eleconomista.mx

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