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Con palabras hemos sido sometidos; con ellas nos liberaremos: Mauricio Merino 

Es normal que todo gobierno construya su propia narrativa, pero lo que preocupa es cuando esa narrativa empieza a cobrar significados distintos a la que cada palabra en su origen debe comunicar… y eso está ocurriendo en México, señala el autor Mauricio Merino Huerta.

En México, la deliberación pública está muy contaminada. Ciertas palabras han sido torturadas desde el poder para otorgarles significados distintos a los que originalmente tienen, para sostener su narrativa, expone Mauricio Merino Huerta.

Entrevistado con motivo de la presentación de su más reciente libro “Gato por liebre. La importancia de las palabras en la deliberación pública”, editado por Debate, plantea que los regímenes políticos más poderosos han sido aquellos capaces de crear palabras y modificarlas a placer, ya sea, para recrear la realidad, ignorarla o bien para dominarla. Sin embargo, subraya, eso permanece así hasta cuando brotan las que contradicen: las que se oponen a lo dicho. Si con ellas hemos sido sometidos, con ellas seremos liberados.

El reconocido politólogo indica que es normal que todo gobierno construya su propia narrativa, pero lo que preocupa es cuando esa narrativa empieza a cobrar significados distintos a la que cada palabra en su origen debe comunicar.

En el libro dedica un capítulo para cada una de 25 palabras a las que el gobierno del presidente Andrés Manuel López Obrador ha cambiado el significado.

Ahí están conceptos como corrupción, pueblo, neoliberalismo, conservadores y transformación.

Por ejemplo, para el gobierno y los poderosos actuales, corrupción no se usa para definir la captura de lo público para obtener beneficios económicos o políticos de particulares, sino que se usa como un asunto de buenos contra malos y como un arma contra los opositores. “Los buenos son los que siguen al poderoso y, los malos, quienes lo critican”.

Transparencia se usa para decir que es mala, que sobra, pues hay suficiente información sobre los asuntos públicos todos los días, a través de la conferencia matutina del presidente.

El también exconsejero electoral del primer Instituto Federal Electoral (IFE) autónomo, subraya que las palabras anticipan acciones; crean imaginarios colectivos y acaban siendo parte de nuestra forma de convivencia. Por eso son importantes.

Al preguntarle qué explica que mucha gente haya decidido creerle al presidente y no cuestionar lo que dice, recuerda que situaciones parecidas ya han ocurrido en otras naciones.

Cita el planteamiento de la filósofa alemana, Hannah Arendt, quien alguna vez se preguntó: ¿qué pasó con los alemanes en el momento en que emergió el partido Nacional Socialista?; ¿por qué acabaron tolerando todo este juego simbólico delirante al que llegó Hitler? Y encuentra dos razones: no es que fueran tontos los alemanes de aquella época, es que estaban hartos de los problemas que habían vivido con la república de Weimar, con la crisis de 1929, con los problemas que se habían derivado de la Primera Guerra Mundial y no encontraban una salida en el espacio parlamentario democrático que se vivía en los precedentes de la emergencia del partido Nacional Socialista.

Además, a pesar de que no podían creer que lo que estaba diciendo el partido fuera completamente cierto, preferían darle la oportunidad del cambio, en la mudanza que ofrecía.

Incluso, recuerda que el filólogo Víctor Klemperer, quien estudió justamente la lengua del Tercer Reich, advierte cómo fueron cambiando poco a poco el contenido sustantivo de ciertas expresiones hasta convertirlo en uno de los principales instrumentos de dominación sobre el conjunto de la sociedad.

Así permaneció hasta que la sociedad volvió a decir no, democracia es otra cosa, corrupción es otra cosa, participación es otra cosa, Estado de derecho es otra cosa, derechos fundamentales es otra cosa, no es lo que ustedes están diciendo.

Por otra parte, el académico destaca que el presidente Andrés Manuel López Obrador logró establecer una forma de comunicación, genial, porque explotó muy bien el sentimiento de culpa colectiva que generó el abandono a las personas más vulnerables, a los pobres, a los excluidos, a las personas invisibilizadas, cuando se aplicó el modelo neoliberal en el país.

Recalca que, en buena medida, su triunfo electoral en 2018 se debió a eso y al hartazgo de diversos sectores de la población al pasado inmediato y a los partidos políticos.

Entonces, lo que ocurrió fue que los mexicanos comenzamos a aceptar que la democracia era mala; que el control del poder era malo, mientras escuchábamos reiteradamente que cualquier cosa que se interpusiera a un modelo justiciero, igualitarista, habría que desecharlo, porque representaba élites, el pasado y cosas malas.

“Esta es la inoculación a la que me refiero con las palabras que se han usado desde el poder”.

Mientras eso ocurría, López Obrador se valió del fenómeno del populismo que ocurre a escala internacional, el cual se sirve del incumplimiento de las promesas democráticas que se tuvieron durante la transición a la democracia.

“Se le pidió a la democracia mucho más que ser un proceso de decisión y de liberación, se le pidió resultados, igualdad, se le pidió derechos para todo el mundo, se le pidió riqueza, se le pidió redistribución de la riqueza. No pudo entregar todo eso”.

En el epílogo del libro recuerda que el gobernador potosino Gonzalo N. Santos decía que la mejor forma de resolver un problema público era no nombrarlo. Dice que algo parecido sucede con el presidente López Obrador, que ha decidido no nombrar el periodo de la transición a la democracia experimentada los últimos años del siglo pasado y los primeros del presente. “Para el presidente no existió la transición a la democracia, punto… No lo ve y entonces lo desaparece por la magia de su comunicación política”.

Y ante ese estado de cosas, Mauricio Merino apela a la sensatez, que tiene que ver con el sentido original de las palabras. “Uno no puede simplemente aceptar que cuando digo blanco se entienda que es negro y ya lo acepto porque lo dice el poderoso”.

La sensatez de la que habla el académico tiene que ver con la reconstrucción de nuestra deliberación pública.

Sin embargo, advierte que no es una tarea fácil, sobre todo ante el protagonismo de las redes sociales en la comunicación pública.

“En lugar de producir una comunicación fluida, inteligente, lo que las redes sociales están haciendo, la verdad es empobrecer esa deliberación pública”.

Eso significa que lo que está gobernando la conversación pública no son las ideas, sino las emociones y en eso también se ha montado el populismo.

Para el académico, estamos compitiendo por la restauración de la inteligencia pública y la esperanza es que no se debe ceder al deslizamiento de nuestras expectativas democráticas  y acabemos sumidos en una autocracia electoral, plenamente consolidada, donde haya un solo poder (el Ejecutivo) y alerta de eso que, en esta época electoral adelantada, llaman segundo piso de la transformación del país, pero de ser cierto, lo que tenemos enfrente es un gobierno absolutamente autoritario y entonces, hay que defenderse y para empezar hay que defenderse por las palabras.

Licenciado en Economía por la Universidad de Guadalajara. Estudió el Master de Periodismo en El País, en la Universidad Autónoma de Madrid en 1994, y una especialización en periodismo económico en la Universidad de Columbia en Nueva York. Ha sido reportero, editor de negocios y director editorial del diario PÚBLICO de Guadalajara, y ha trabajado en los periódicos Siglo 21 y Milenio. Se ha especializado en periodismo económico y en periodismo de investigación, y ha realizado estancias profesionales en Cinco Días de Madrid y San Antonio Express News, de San Antonio, Texas.

Periodista mexicano, originario de Amealco, Hidalgo. Editor del suplemento Los Políticos de El Economista. Estudié Sociología Política en la Universidad Autónoma Metropolitana. En tres ocasiones he ganado el Premio Nacional de Periodismo La Pluma de Plata que entrega el gobierno federal. También fui reconocido con el Premio Canadá a Voces que otorga la Comisión Canadiense de Turismo, así como otros que otorgan los gobiernos de Estados Unidos y Perú.

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