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Crónica de una colonia multipremiada
¿Corresponde lo que vimos en pantalla con los recuerdos del barrio?
A propósito de las nominaciones de Roma, de Alfonso Cuarón, a 10 premios Oscar, hablé con el escritor Germán Rueda, autor del libro La Roma Sur, una colonia de personajes. Germán vive en Guadalajara desde 1972, pero me asegura que llegó a la Roma Sur con apenas 40 días de nacido, así que la colonia fue su cuna, escuela y patio de recreos.
El interés de hablar específicamente de la Roma Sur surgió en Germán como respuesta a la falta de material que hiciera una especie de crónica de la zona. “La Roma Norte es la bonita, es donde han vivido personajes desde el porfiriato hasta la Revolución. Tiene sus avenidas emblemáticas, como la Álvaro Obregón”, dice Rueda. “Y la Roma Sur, que empieza de Coahuila hacia el Viaducto, es la colonia de los que somos clasemedieros y nadie se había ocupado de escribir algo de ella”.
Al preguntarle por qué, me explica que es la parte de la colonia que no tiene casas preciosas, ni monumentos, “pero sí tenía el Estadio Nacional que era el lugar más emblemático de los deportes en la Ciudad de México. Ahí se llevaron a cabo los primeros Juegos Centroamericanos y del Caribe”.
De acuerdo con el también cronista, el gran acierto de la película de Cuarón es que logra destacar la vida cotidiana de una familia de clase media en la Ciudad de México de hace 40 o 50 años. “La plasma tal cual yo la viví, por eso la película me llegó muy profundamente. Además, sucede en la calle de Tepeji con Monterrey, donde vivía mi tía Adelina, a donde nosotros íbamos a comer, por lo que todo el rumbo me es muy familiar”, nos cuenta.
El cine y la vida real
Según Germán Rueda, la representación de la época y el espacio donde se lleva a cabo Roma conforman un retrato casi perfecto, donde él mismo se reconoce. “¿Te acuerdas de esos que iban marchando, la banda de guerra? Pues ahí iba yo cuando estaba joven, yo tocaba uniformado, así como se ve”, me cuenta, y llena de anécdotas la referencia: “Al fondo de esa calle está el Deportivo Hacienda, a donde mis amigos de la palomilla y yo íbamos a hacer deporte. Junto a eso está la escuela Benito Juárez, a la que yo asistí en la primaria”.
El entorno de la Roma de Cuarón también fue el de la de Germán. Bromeamos durante la entrevista. Le digo que podríamos haber sido vecinos, pues yo también tengo mi domicilio en la colonia. Pero, aunque asiente, me habla de otros tiempos.
“Las calles (de la Roma) fueron mi casa; mi palomilla de amigos, en la que llegamos a contabilizar casi 100, esa fue mi verdadera familia. Yo me formé en la calle, y de ahí surgió la idea de escribir algo de la colonia Roma Sur”.
Qué hace diferente a la Roma Sur de otras colonias de la zona centro de la Ciudad de México, le pregunto. “Para comenzar, su trazado es cuadricular, partiendo desde Coahuila en la frontera norte hasta el Viaducto. Esto hace que la arquitectura sea muy pareja, le da sabor. Las calles no tienen el esplendor de la Roma Norte, no son avenidas arboladas ni fuentes; sin embargo, destacan algunas edificaciones como las dos sinagogas, hay iglesias católicas y existió hasta una iglesia ortodoxa del rito griego, ya desaparecida.
“Al fondo de la calle Bajío, donde yo viví, está el Panteón Francés de la Piedad, un panteón hermoso con mausoleos muy elaborados, muy propios del porfiriato. Y nos divide, por ejemplo, de la colonia siguiente, que ya es la Doctores, que ya es un producto del empeño de la gente de escasos recursos que llegó por ahí y que empezó a poblar aquello con casas”.
Germán hace una pausa y me comenta que en el momento en que se lleva a cabo la acción de la película, él era joven, pero ya se había casado. Me lo imagino de la edad que tendrían Cleo y Fermín. Pero su época de andar de vago con la palomilla no estuvo tan lejana de 1971, aunque para nuestros días es un mundo de distancia.
“La Roma Sur era una colonia de palomillas, no solamente la nuestra, a la que le decíamos La Flota. Ahí estaban los de La Paleta, los del León de los Aldama y éramos puros chamacos, éramos novieros a morir, pero no se admitían mujeres.
“En ese entonces nos la vivíamos en la calle, porque no había coches, había gente. Podíamos darnos el lujo de jugar tochito en las calles, o beisbol a la orilla del Río de la Piedad. Y cuando la pelota caía en las aguas pestilentes del río, teníamos que sacarla aventándole pedradas para que se orillara y seguir jugando”.
Le pregunto qué es lo que más se parece entre la película y la vida real en ese entonces, y menciona la recreación de la fachada del cine Las Américas y la maestría con la que hace una toma de la esquina donde da la vuelta el tren en Insurgentes.
¿En qué ha cambiado?
“La colonia se ha venido abajo, ya es casi casi una sucursal de la Doctores, con talleres hasta en la calle, con restaurancitos por todas partes. Con el problema de los terremotos, algunos de los edificios más bellos ya no existen o están dañados y están por tirarlos”.
Germán es claro. El avance de la sociedad, dice, ha hecho derrumbar casas y edificios que fueron su hogar, como el edificio que estaba en la esquina de Tonalá y Bajío. “La casa de Cantinflas, en Bajío 111, ya no existe tampoco, ahí vivían mis amigos los Sierra. Los personajes que yo recuerdo en el libro se cambiaron de lugar o se murieron, los Capilla ya no viven ahí en Coatepec, José Luis Cuevas hace muchos años dejó de vivir en la calle de Piedras Negras; Salinas nació en un hospitalito que estaba en Bajío, casi con Tuxpan, y eso era para poder ponerle también una placa o una cruz, a según. ¡El Estadio Nacional lo tumbaron!”.
La conversación siguió por un rato más, entre anécdotas, recuerdos de sus amigos y aventuras con la famosa palomilla La Flota. Al final, le pregunto a Germán dónde puedo conseguir su libro. “Tengo un distribuidor exclusivo”, me dice con orgullo. “Lo pueden conseguir en La Estrella de Oro, la tlapalería que está en la esquina de Baja California y Tonalá”.