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Cuando la Virgen nos habla
Fue un viernes 12 de diciembre, juran las crónicas, cuando la ?Virgen de Guadalupe se le apareció por cuarta vez a Juan Diego. Y según el Nican Mopohua que le dijo textualmente: Juanito, el más pequeño de mis hijos, ¿a dónde vas?...
Fue un viernes 12 de diciembre, juran las crónicas, cuando la ?Virgen de Guadalupe se le apareció por cuarta vez a Juan Diego. Y según el Nican Mopohua que le dijo textualmente: Juanito, el más pequeño de mis hijos, ¿a dónde vas?... sabe y ten entendido, tú el más pequeño de mis hijos, que yo soy la siempre Virgen Santa María, Madre del verdadero Dios, por quien se vive; del Creador cabe quien está todo; Señor del cielo y de la tierra. Deseo vivamente que se me erija aquí un templo, para en él mostrar y dar todo mi amor, compasión, auxilio y defensa pues yo soy vuestra piadosa madre; a ti, a todos vosotros juntos los moradores de esta tierra y a los demás amadores míos que me invoquen y en mí confíen; oír allí sus lamentos, y remediar todas sus miserias, penas y dolores.
Bien sabemos que el obispo sospechó que había herejía en su pensamiento y tontería en su corazón y no se convenció de nada hasta que Juan Diego desenvolvió su blanca manta, cientos de rosas rodaron por el suelo y apareció pintado en la tilma un santo dibujo, el que se conservaría en el templo del ?Tepeyac, después basílica vieja y luego nueva, despertando sospechas, provocando aclaraciones y convirtiéndose en la imagen más venerada por antonomasia, por convicción o por mera pose de todos los mexicanos.
La mayoría de los estudiosos concuerdan que Juan Diego nació en 1474 en el calpulli de Tlayacac en Cuautitlán, establecido en 1168 por la tribu nahua y posteriormente conquistado por el jefe Azteca Axayacatl en 1467; localizado 20 kilómetros al norte de Tenochtitlan (hoy la Ciudad de México). El Nican Mopohua lo describe como un macehualli o pobre indio , es decir, uno que no pertenecía a ninguna de las categorías sociales del imperio, como funcionarios, sacerdotes, guerreros, mercaderes, etc. Pertenecía a la más numerosa y baja clase del Imperio Azteca, pero no a la clase de los esclavos. Hablándole a Nuestra Señora él se describe como un hombrecillo o un don nadie, y atribuye a esto su falta de credibilidad ante el Obispo Zumárraga. Pero ya se sabe lo ocurrido y lo que ocurre. La Morenita es nuestra santa patrona y con todas nuestras gracias y desgracias ha tenido que ver.
En la lucha por la independencia nacional, más allá de haber sido nuestro estandarte de batalla, participó también en el combate, contra advocación mariana: Los insurgentes seguían a la Virgen de Guadalupe y los realistas a la Virgen de los Remedios. Cuenta Carlos María de Bustamante que en tiempos de cruenta lucha se echó a correr la voz de una aparición de la Virgen de los Remedios. En su libro, Cuadro Histórico de la Revolución Mexicana, comenzada en 15 de septiembre de 1810 por el ciudadano Miguel Hidalgo y Costilla, describe así el curioso episodio:
Grande fue la sorpresa que recibió el virrey Francisco Javier Venegas con la noticia de esta desgracia de sus armas, la batalla perdida del Monte de las Cruces, y no poca la consternación en que se vio la capital. Como los visionarios y falsos devotos siempre toman su parte en todos los acontecimientos públicos, y el gobierno auxiliaba sus intentonas para deslumbrar a este público y sacar todo el partido posible, he aquí que el diablo que no duerme, escogió el mejor medio de alborotar a este pueblo y hacerlo que santamente armase un nuevo molote. Aparecióse nuestra Señora de los Remedios; pero no por los aires como cuentan las leyendas de ahora tres siglos, echando tierra a los indios mexicanos en los ojos, sino en coche, y en manos del padre capellán de su santuario. Pusósele a este bendito eclesiástico en la cabeza que el cura Hidalgo pudiera venir a robarse aquel simulacro de María Santísima, y con él sus alhajas, y así que emprendió trasladarlo muy lejos de esta catedral, librándolo de unas manos sacrílegas. Conocíamos el ferocísimo carácter de nuestros enemigos, y cada uno vaticinaba una serie de desgracias. Por semejantes motivos la llegada de nuestra Señora de los Remedios se tuvo por un agüero feliz contra los insurgentes.
Sin embargo, gracias a Dios ya sabemos que ni siquiera la aparición de la virgen extranjera pudo hacer nada contra el nacimiento de nuestro país independiente. La virgen de Guadalupe hizo milagros y provocó pasiones desde el principio. Las pasiones con varias aristas académicas, como la de Fray ?Servando Teresa de Mier, que en 1794 pronunció un discurso en la Colegiata de Guadalupe, donde su fervor llegó a tal impiedad que le costó un arresto y diez años de destierro. Los milagros pueden contarse por cientos: exvotos de agradecimiento son testimonios de curación, amores obtenidos y batallas ganadas que adornan iglesias y ?magnifican los recuerdos. La misma imagen de la virgen tiene su propia lista de milagros. Estilo de metafísico pasquín como aquel que afirma hay estudios oftalmológicos ?realizados a los ojos de la imagen de la Guadalupe en donde se detecta que la retina se contrae si se ?ilumina.
Hazañas grandes y pequeñas pueden imputarse a la virgen y también pedirle favores, como todos los años, sin control y sin descanso. La Guadalupe se ha encargado de todo: la calificación de la Selección Nacional cuando califica que aparezca el hielo en el Zócalo para poder patinar, que toda la ciudad se llene de luces y tener el árbol de Navidad más grande del mundo.
También se le puede pedir cualquier milagro y así acabar con las cosas imposibles: la desaparición de la estupidez humana, trabajo bien pagado con aumento anual de sueldo, armonía política entre todos los estadistas y naciones, paz en el espíritu, delgadez en el cuerpo, dinero de sobra para comprar regalos y un hígado que, durante todas las fiesta de este maratón que inicia, se comporte a la altura de nuestros desmanes. En el pedir está el dar, dicen. Cosa de no olvidar el fervor y caminar de rodillas, por si la virgen nos habla.