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Arte e Ideas

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El Camino viene por dentro

Fui buscando sabiduría; encontré serpientes y viajeros antiguos en un lugar donde la magia existe.

Santiago de Compostela, Esp. Todo comenzó con una vara de madera entregada por un cadáver en la iglesia de Santa María La Real en O Cebreiro. Antes de partir, visité un pequeño panteón en uno de los pueblos que conducen al mítico Camino de Santiago y en medio de las tumbas, al pie de una lápida de la familia Garcia Barxamaior apareció la vara que me acompañaría por los 44 kilómetros que andaría del camino y donde se convertirá en apoyo y algo más.

El Camino de Santiago es la ruta hacia la tumba de del apóstol Santiago, uno de los 12 discípulos de Jesucristo que vino a España a evangelizar y después se fue a Palestina donde fue torturado y asesinado.

Un peregrino cuenta que fue ahí cuando dos de sus discípulos fueron por sus restos para enterrarlos en una montaña de lo que hoy es Santiago de Compostela.

En dos días terminaría caminando muchos kilómetros. Al segundo día, tras un largo trayecto, me aparto del grupo para tratar de entender el camino... no pasa nada extraordinario o mágico.

En cambio, veo pasar a muchos peregrinos, todos me desean buen camino enfundados en playeras térmicas, bastones lujosos (y yo con mi varita) o costosas bicicletas; muchos de ellos lo único que quieren es su Compostela, un documento que prueba su aventura espiritual.

Disneylandia místico

Estoy agotado, a pesar de la belleza del paisaje me siento un poco decepcionado, más cuando me entero que los 50 kilómetros que voy a terminar caminando no son nada, la ruta original es de 700 kilómetros y va de los Pirineos hasta Santiago de Compostela y puede llevar un mes... ¡Joder!

Trato de no caer, el calor lo llevo pegado en la cabeza, me duelen los pies. Otros 10 kilómetros y sigo igual, abatido y cansado, pero obedezco las famosas flechas amarillas.

Las señales, cuenta la leyenda, se pintaron después de que un grupo de personas robó al gobierno un bote de pintura para señalizar carreteras.

Un grupo de ciclistas toma vino plácidamente en una de las tantas aldeas (pueblos) en el camino. Un canadiense dice, mientras come una empanada gallega, que tanta gente ha convertido la ruta en un Disneylandia .

Y puede ser verdad, la ruta es un destino turístico más de España y atrae a cerca de 1 millón de visitantes por año. Hay todo tipo de peregrinos, el que va con perros, en bicicleta, el estafador, pocos lo hacen de manera religiosa o espiritual, en general, vienen a turistear.

Como a un oasis logro llegar a un bar, estoy sediento, tengo 19 kilómetros en las espaldas y no puedo más. Ahí, me dice Celia Río mientras sirve la cerveza: Sin la ruta, muchas aldeas desaparecerían, es nuestro ingreso .

Aunque no se tienen cálculos reales, los peregrinos dejan una derrama económica importante; sólo para dar una idea, un bocadillo puede costar hasta 12 euros, una cañita de cerveza 1.30 y la noche en un hotel desde 10 hasta 50.

Las serpientes de Compostela

Entonces, llega el momento de enfrentarme a mis mayores miedos.

Veo a lo lejos un par de botas abandonadas en una roca, son el símbolo de que alguien no pudo más y abandonó el camino.

Ya no puedo más, estoy en el límite, y es ahí, cuando frente a mí se revelan diferentes figuras en forma de serpientes, no son reales pero las veo en árboles, arbustos, piedras y ramas... no me atacan pero me siguen y comienzo a asustarme.

No sé qué significan o sí son una amenaza o demonios. Soy escéptico, pero de pronto me encuentro caminando con las manos sobre la vara en mi espalda como si llevara una cruz.

Y prefiero cerrar los ojos y veo a viejos peregrinos y romanos que me rebasaban y podría jurar que los escuche decir buen camino y en ese momento siento paz.

No trataré de convencer a nadie, el Camino de Santiago es una experiencia personal, un viaje hacia adentro que nadie olvidará si se enfrenta a él.

La mayor revelación que tuve fue percibir todo el mundo que me rodeaba en ése momento: el sonido de las piedras al explotar debajo de mis pies, las nubes volado sobre la cabeza; el latido del pasto y una pausa en el tiempo que sólo el viento logra perturbar mientras se escabulle entre las hojas.

Finalmente, después de dos días de andar, el camino termina en la catedral de Santiago de Compostela, una ciudad turística con infinidad de bares, tiendas y multitudes que llegan para visitar la tumba que alberga los restos del apóstol. Pero no es el fin.

El Camino de Santiago no será mágico pero esconde una fuerza que obliga a despojarse de uno mismo, a percibir más allá de lo que permiten sus sentidos; es sufrir, caer, levantarse y renacer.

Buen camino, peregrino.

vgutierrez@eleconomista.com.mx

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