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Arte e Ideas

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El Cervantino, apasionado

Nada menos que cuatro presentaciones resultan, cada una a su modo, emocionantes, impactantes y arrebatadoras.

Guanajuato, Gto. Desde que llegué al Festival Internacional Cervantino (FIC) he estado llevando una suerte de concurso mental para proponer cuál sería la gran estrella del primer fin de semana .

He imaginado titulares para esta nota de hoy en la que proclamaría, desde mi tal vez no tan humilde opinión, al vencedor cuya reseña encabezaría el texto seguido, muy dignamente por las demás.

Pero claudico. Al menos cuatro ejemplares de las artes escénicas han sido en estos días cumbres incomparables en un Cervantino que, al menos de inicio, pareciera tener mayor calidad artística que sus predecesores recientes (y aclaro que, dada la enorme naturaleza del festival no he ido a tantas funciones como hubiera querido, por lo que no estarán todos los que deberían de estar).

He aquí breves reseñas (o fragmentos de las que hemos publicado en nuestra edición de Internet en estos días de fin de semana) de esos cuatro.

Coriolano, buen político, ?mal político

Cayo Marcio, desde su nombre que hace referencia a Marte el dios de la guerra, es el soldado perfecto. No sólo es bravo, fuerte y eficaz, también es un líder que infunde esas virtudes en el resto de la tropa. Y el colmo, es un monolito de honorabilidad. No se dedica al saqueo y no acepta una proporción mayor del botín de guerra.

Roma está orgullosa de él y lo quiere honrar nombrándolo cónsul.

Pero Marcio tiene también sus defectos: es orgulloso y soberbio, desprecia a la plebe y es un defensor a ultranza del statu quo. El pueblo romano no sólo le teme, lo odia porque se ha opuesto a que le regalen trigo durante una hambruna.

A este personaje no lo conocíamos en México, al menos no en vivo, no porque no tengamos soldados honorables (que sin duda debe haberlos aunque no brinquen a la fama) sino porque es el protagonista de la obra Coriolano de William Shakespeare, que en el Festival Cervantino, en Guanajuato, se estrenó en el país.

Dirigido por David Olguín, el montaje que hizo la Compañía Nacional de Teatro es estupendo. Con tan buenas actuaciones, vestuario y escenografía (esta última nada tuvo de romana), que fue una verdadera lástima que en la primera función el Teatro Principal estuviera a 50% de su capacidad.

Coriolano es una de las obras más políticas de Shakespeare, lo cual es mucho decir. El gran dramaturgo solía dedicarse a las clases dirigentes de Inglaterra o Roma, pero en este caso hace un énfasis en cómo los dramas y las personalidades de sus personajes afectan al pueblo entero.

Shakespeare se toma su tiempo para tejer los hilos de la compleja trama llena de personajes interesantes, y lo hace con tal maestría que los últimos 40 minutos nos mantiene en el borde del asiento, atentos y preguntándonos cómo se resolverá el tremendo conflicto que ha creado.

Fallos y decepciones

Pero no todo en el Cervantino es maravilloso. Destacaré dos que levantaron grandes expectativas pero que no llegaron a cuajar

Primero, la Orquesta Mexicana. Es una idea tan buena que de solo leerla levanta la moral: es una orquesta formada por instrumentos mestizos y clásicos que se dedica a tocar música que esté a medio camino entre la tradicional mexicana y la de concierto.

Al Cervantino trajeron un programa variado y atractivo, pero lo tocaron de forma muy desigual, algunas piezas bien y otras mal. En su defensa, cabe destacar que aparentemente los problemas fueron ocasionados por un deficiente sistema de sonido que no permitió que se escucharan bien entre ellos.

La otra decepción fue el cuarteto de cuerdas La Catrina. Los excelentes instrumentistas de de esta agrupación radicada en Estados Unidos (dos mexicanos, una brasileña y un chileno) hacen suyo el deber de difundir la obra de los compositores contemporáneos.

Y para cumplir con este cometido procuran explicar las piezas que están presentando. Sin embargo, a pesar de sus buenas intenciones, con ello evidencian que algunas de estas piezas no están hechas para lograr, ya no digamos una comunión con el público, sino siquiera un poquito de comunicación.

Así, sobre las incomprensibles obras de Roberto Sierra, Carlos Sánchez Gutiérrez y Marcela Rodríguez, sólo pudieron explicar tecnicismos, como que una tiene glissandos y trinos y otra contrastes rítmicos.

En cambio, cuando explicaron el último cuarteto de Mendelssohn nos contaron el momento emotivo del compositor, causado por la enfermedad mortal de su hermana, que ocasionó que escribiera su obra más oscura, de rebelión ante el fatal destino.

Al escuchar la obra, quedó claro que su explicación, aunque interesante y muy bienvenida, era innecesaria. El cuarteto, como toda obra de arte que se respete, no sólo se explica a sí mismo, sino que llega mucho más allá de lo que podemos verbalizar.

Los heróicos Buchbinder?y Beethoven

El viernes en estas páginas comenté sobre la proeza que está acometiendo Rudolph Buchbinder, al tocar en siete sesiones en cinco días consecutivos (sábado y domingo hay programa doble) las 32 sonatas de Beethoven para piano. Mi señalamiento es que no sólo suena arriesgado y agotador para el intérprete, sino hasta para el público.

A estas alturas, habiendo asistido a dos sesiones, sólo puedo decir que mi celo profesional me ha llevado a cubrir otras cosas (para que ustedes, lectores, tengan un panorama más amplio), pero si no hubiera venido al Cervantino a trabajar, habría asistido al ciclo completo.

De las dos reseñas que hemos publicado en Internet rescato algunas cosas: Buchbinder toca la ‘Sontata 17 en Re menor’, La Tempestad, para la que el compositor se inspiró en Shakespeare, y la emoción es aún mayor. Es como si escuchara a Beethoven por primera vez, me sorprenden su profundidad y apasionamiento. Y comprendo que el más universal de los compositores lo logró siendo también el más personal .

Si solo escucháramos el enérgico primer movimiento, Allegro molto e con brio, de la ‘Sonata 4 en Mi bemol mayor’, bastaría para que comprendiéramos por qué recibe el nombre de Gran Sonata, y por qué hubo quien la quiso llamar Appassionata (...), el resto de los movimientos, Largo con espressione, un Allegro sin adjetivos y el Rondo poco allegreto y grazioso, confirman que se trata de una pieza de gran calado en múltiples dimensiones .

Tras escuchar su versión de la ‘Sonata 14 en Do sostenido menor’, Claro de Luna, escribí: No me cabe duda de que este segundo recital ha sido una de las experiencias musicales más intensas y emotivas que he tenido.

Volodin y Rajmáninov, ?la pasión desmesurada

La leyenda del Concierto para piano y orquesta no. 3 de Serguéi Rajmáninov parece exagerada. Hecho famoso por la película Shine, eso de que esta obra puede enloquecer a los pianistas no muy fuertes de espíritu que tratan de tocarlo suena increíble.

Increíble, hasta que uno escucha a alguien como Alexei Volodin tocarlo.

El pianista ruso se presentó la noche del sábado con la Orquesta Sinfónica de Yucatán en un concierto que, de tan impresionante, apasionado y desmesurado, lo dejaba a uno, como público, extenuado.

Técnicamente, el concierto es tan complejo que parece imposible de tocar. Pero en esta obra, la dificultad pasa a segundo plano ante la expresividad. Cumbre del famoso temperamento ruso , con ella Rajmáninov nos zarandea el alma, la estruja, la eleva, la inflama, la achicharra, la engrandece... Pero sólo si la toca un pianista como Volodin.

Entonces la pregunta es si la Sinfónica de Yucatán estuvo a la altura de la empresa. Y la orgullosa respuesta es que sí.

En el concierto de Rajmáninov, la orquesta quedó convenientemente a la zaga (y con una que otra pequeña inconsistencia). Bien, en la obra parece más destinada a ser un mero acompañamiento del solista que a entablar un diálogo.

Pero, tras el intermedio, la agrupación bajo la batuta de Juan Carlos Lomónaco, dio una magnífica muestra de su propia valía con otra de Rajmáninov, la Sinfonía no. 2 en Mi menor , una de las cumbres del sinfonismo ruso.

Un sueño de verano?alegra el otoño

La divertidísima multitudinaria y multidisciplinaria producción mexicana Sueño de una noche de verano Felix Mendelssohn, puesta en escena de Juliana Faesler, mostró el viernes y el sábado en el Teatro Juárez que la comedia puede ser una forma de arte tan profunda como el drama, y que la danza, el teatro clásico y la música de concierto pueden convivir en nuevos formatos y ser no sólo del agrado sino del genuino disfrute del público contemporáneo de cualquier edad.

Desde que uno entra al teatro, así sea el primero, queda claro que va a presenciar algo fuera de serie. En el escenario hay un montón de gente elegantemente vestida que platica y se ríe como si estuviera en un coctel. Son los actores y bailarines de La Máquina de Teatro, los atrilistas de la Orquesta de Cámara de Bellas Artes y los cantantes del Coro del Teatro de Bellas Artes.

De pronto, comienza la obra. La trama de Sueño de una noche de verano, de Shakespeare, comienza a desenvolverse.

Egeo llama la atención de los asistentes sobre el hecho de que él quiere casar a su hija Hermia con Demetrio, pero como ella se niega porque ama a Lisandro, el padre reclama su derecho legal a matarla.

Tras esta primera escena, algunos de los asistentes a la fiesta toman sus instrumentos, José Luis Castillo, que acaba de interpretar a Teseo, se sube al podio y dirige a la orquesta en la obertura que hizo Mendelssohn para la obra. Otros de los asistentes toman sus atriles y sillas y los usan para bailar.

Los bailarines y actores participan también en los otros dos conflictos del Sueño, el que se da entre el rey y la reina de las hadas, Oberón y Titania, y el montaje que algunos de los trabajadores del teatro tratan de hacer sobre el romance de Píramo y Tisbe, que sólo puede darse a través de una rendija en un muro.

La alternancia y la convivencia de la música, la danza y la actuación se da con fluidez y sorprendente naturalidad. Eso y la excelente adaptación del lenguaje shakespearano a la actualidad, hacen que esta sea un comedia en toda regla, divierten y conmueven al público (incluso hasta las lágrimas en ambas emociones).

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