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Arte e Ideas

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El coco del sobreagudo

El tenor Lawrence Brownlee quedó a deber: abordó el aria Cessa di piu resistere con demasiadas precauciones.

Javier Camarena nos acostumbró a escuchar El Barbero de Sevilla (comedia en dos actos, 1816) bien cantado y hasta con lujos, entre ellos los varios do de pecho o do sobreagudo que esta pieza demanda sobre todo en el aria Cessa di piu resistere , que son la delicia del público. Por eso, de forma automática comparamos el trabajo del tenor mexicano con cualquiera que se arriesgue a cantar tremendo reto operístico.

Sin embargo, algunos cantantes se dan sus mañas, tal como ocurrió esta vez en la transmisión del Met de NY al Auditorio Nacional, lo que no desmereció la calidad del espectáculo, que en general nos dejó un buen sabor de boca con esa historia de enredos, divertida, bien llevada en lo dramático y con la excelente música de Gioachino Rossini. Magnífica producción de Bartlett Sher.

Y dado que a Javier le salen tan bien y tan fáciles los sobreagudos, con tanta potencia y brillantez, creemos que son tan fáciles de dar por lo que esperamos que todos los cantantes lo hagan. Incluso, el público embelesado por esta destreza le ha pedido a Camarena (y a Juan Diego Flórez también) que hiciera un bisado en este mismo escenario del Met; es decir, que repitieran inmediatamente, cada cual en su momento, la famosa aria de la más famosa ópera de Rossini.

Sin embargo, en la función del sábado 22 de noviembre, el tenor Lawrence Brownlee (Conde Almaviva) nos quedó a deber, lo que constituyó una gran decepción. A Lawrence se le vio con demasiadas precauciones al abordar esta especie de montaña rusa del canto, queriendo sólo pasar el momento difícil alejándose lo más que pudo de los sobreagudos.

Ciertamente, Brownlee no es un mal cantante. Tiene una voz potente, aunque no muy brillante, voz que su origen racial negro hace que tenga un timbre muy agradable con ese dejo a maderas preciosas. Aunque posee una relativa facilidad para los agudos, el señor Lawrence no quiso arriesgar. Ésa es la diferencia con Camarena y con Flórez: ellos dan todo en el escenario, por eso los quiere el público. Está visto que ambos seguirán siendo las estrellas en este universo constelado que es la ópera mundial, sobre todo en el canto rossiniano. Pese a todo, el público del Met premió al tenor Lawrence Brownlee con un gran aplauso tan luego concluyó la citada aria.

Una Rosina seductora

Quien hizo un papel excelente en lo actoral y vocal fue la mezzosoprano Isabel Leonard (Rosina). Es además una mujer carismática, de agradable presencia, que maneja muy bien su aparato vocal. Tiene una bella sonrisa que prodiga con facilidad y que complementa su atinado despliegue histriónico. Admirable, sobre todo, su Una voce poco fa , pero también en Contro un cor .

A ella tocó desempeñar el papel de pupila del doctor Bartolo (Maurizio Muraro), mujer que vive en casa de su protector. Doncella a quien el Conde Almaviva pretende con intención manifiestamente amorosa, pero también con la oculta pretensión de hacerse con su patrimonio. En este cortejo cuenta con la complicidad de Fígaro (Christopher Maltman). De este modo, Rosina al querer escapar de la sartén de su preceptor va a caer en las burguesas brasas del matrimonio... Y pensar que algunas feministas creen ver en este salto un acto de liberación y a Fígaro como el libertador .

El papel que desempeña el barítono inglés Christopher Maltman le quedó a la medida. Es un tipo simpático, ágil, divertido, aparte de buen cantante. Cabe destacar su estupenda aria Largo al factotum (Paso al factótum).

Don Bartolo y Don Basilio (Paata Burchuldaze) nos dejaron un estupendo dueto, La Calunnia é un venticello (La calumnia es un soplo de aire), que mereció fuertes aplausos por lo simpático y bien cantado.

En cuanto a la música, el director Michele Mariotti lució bien, sobre todo en la famosa obertura de El Barbero... , en donde la brillantez y destreza con que acometen los metales es grandiosa. En lo que nos quedó a deber el Met fue la escenografía: seis tristes puertas despintadas y pobres. Buen vestuario de Catherine Zuber.

ricardo.pacheco@eleconomista.mx

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