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El derecho a migrar

En el mundo globalizado de hoy donde las mercancías, las drogas, las armas y la información cruzan de un territorio a otro, sin obstáculos insuperables, el derecho humano a migrar es uno de los menos reconocidos.

En el mundo globalizado de hoy donde las mercancías, las drogas, las armas y la información cruzan de un territorio a otro, sin obstáculos insuperables, el derecho humano a migrar es uno de los menos reconocidos. Por el contrario, día a día se acumulan obstáculos para desalentar los traslados de millones de personas a otros países o continentes. Se les exige documentos, justificaciones que correspondan a un manual o a expectativas fijas, y aun si cumplen o pueden cumplir, de pronto se les cierra el paso por indeseables .

Estados Unidos, Europa, México, fabrican distintos argumentos para negarnos el derecho a buscar una vida mejor más allá de las fronteras que, por azar o destino, nos corresponden .

El ascenso de las políticas de seguridad nacional, la militarización de la política interior y exterior, la fijación con el terrorismo como amenaza mundial, ponen bajo sospecha a millones de personas de cierta nacionalidad, origen étnico o religión. Esta estigmatización favorece a la industria bélica y agudiza la tendencia autoritaria de gobiernos que usan la protección contra el terrorismo para limitar los derechos de sus propios ciudadanos o contener el avance de extranjeros que huyen de la violencia en su lugar de origen. A los primeros se les imponen sucesivos estados de excepción como en Francia; a los segundos se les condena a la exclusión y pérdida gradual o total de sus derechos humanos.

Nada nuevo anuncia la reciente reunión del G-7, donde el punto de consenso fue la lucha contra el terrorismo, determinación reavivada por el horrible atentado de Manchester. El miedo, agudizado por la continua repetición de escenas de pánico en los medios, es mal consejero.

Sobre todo cuando lo instrumentalizan grupos de poder que responden a una emergencia pero dejan de lado desastres humanitarios como la precariedad que enfrentan millones de refugiados, la hambruna en Yemen, o la amenaza para la vida del planeta, a corto y mediano plazo, del cambio climático. El riesgo de magnificar un solo problema sin considerar sus causas ni buscar soluciones pacíficas, de pasar por alto el sufrimiento de millones de personas, o de ignorar las aspiraciones de otras muchas a una vida mejor, está ya presente también en México. Aunque aquí no enfrentamos terrorismo sino violencia del crimen organizado o común, o de agentes del Estado, la agenda de seguridad nacional , según información reciente, Estados Unidos pretende imponer, militarizaría aún más nuestro territorio y agravaría la subordinación de funcionarios mexicanos como operadores de sus agencias de control fronterizo.

Lejos de la tradicional protección al derecho de asilo y a la histórica apertura a quienes huyen de la guerra y la represión, como?el Exilio español, argentino o chileno, México ya expulsa hoy a miles de personas que arriesgan su vida y integridad para pasar del sur al norte.

La eficiencia de las autoridades migratorias, como señalara en un seminario la investigadora Amarela Varela, contrasta con la ineficiencia policiaca ante los delincuentes. Quienes huyen de la pobreza, la violencia y la explotación o buscan ampliar sus oportunidades, como también explicara, enfrentan la amenaza de mafias y criminales nacionales o de autoridades al servicio de intereses geopolíticos, que en gran medida nos son ajenos.

El derecho a migrar que las autoridades han reivindicado ?para la población mexicana asentada en el norte del país es un derecho humano que deben reconocer y garantizar en nuestro propio territorio. No se trata sólo de respetar el paso de quienes por aquí transitan sino de reivindicar y respetar el derecho del ser humano a buscar mejores horizontes, a alejarse de la violencia y de la frustración, a mudarse adonde puede sentirse más feliz. ¿Cuántas mujeres sueñan con caminar sin miedo por una ciudad? ¿Cuántas quieren explorar otras formas de vivir, ser más libres que allí donde nacieron?

Migrar no es un privilegio, forma parte de la condición humana. Preservar este derecho para todas las personas exige rechazar la imagen de la extranjería como peligrosa otredad.

lucia.melgar@gmail.com

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