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Arte e Ideas

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La odisea de Bilbo ?al fin cobra vida

La segunda película de la trilogía es mucho mejor que la primera, aunque sea más modesta.

Para muchos, críticos y fanáticos por igual, fue un error convertir El hobbit, la amada novela de J. R. R. Tolkien, en una trilogía fílmica. La decisión del director Peter Jackson sonaba más a mercado y menos a buen entretenimiento. Y es que la novela es una historia sencilla, esbozo apenas de un mundo fascinante, que se abriría por completo en El señor de los anillos y en esa alucinación que es El Silmarillion, las obras posteriores de Tolkien.

La primera cinta de la trilogía confirmó el descalabro. Con muchos efectos especiales, poca historia y un ritmo torpe, El hobbit fue un desastre. Los personajes se veían perdidos en esa escenografía abigarrada, aunque bella, porque si algo sabe hacer Jackson es películas visualmente impactantes. La decepción se reflejó en la taquilla, no sólo en las malas reseñas.

El hobbit 2: la desolación de Smaug llega acompañada del escepticismo. No hubo estreno de medianoche, lo que es sintomático de la poca fe que las exhibidoras le tienen. La campaña publicitaria es menor, aunque no el número de opciones para verla. En nuestro país se verá en 2,000 pantallas en cuatro formatos: tradicional, 3D, HFR -el formato de altísima definición que Jackson desarrolló para la trilogía- y HFR IMAX.

Ojalá el público responda a la La desolación de Smaug, porque la verdad es mucho mejor película que su predecesora. Aunque sea, aparentemente, más modesta, es mucho más entretenida. No me atrevo a decir que sea un triunfo, pero sí es una entretenida cinta de fantasía, de esas con las que muchos crecimos en los años 80.

UNA HISTORIA MÁS MOVIDA

La desolación de Smaug no es absolutamente fiel al libro original y eso no hace sino beneficiar a la historia. Tolkien está muy bien para leerse en la cama, pero no es el narrador más movido. El cine necesita acción y que la trama avance, más todavía si la película dura casi tres horas.

La compañía de los 13 enanos, el mago Gandalf (Ian McKellen) y Bilbo (Martin Freeman), el hobbit, continúan su travesía para reclamar Erebor, la tierra natal de los enanos, el reino debajo de la montaña, abandonado hace años cuando un terrible dragón se apoderó del lugar. Cada vez están más cerca, pero les siguen los talones la banda de trasgos con intenciones asesinas y tendrán que cruzar un bosque encantado sin la ayuda de Gandalf.

En el viaje, encontrarán nuevos reinos, como el de los elfos del bosque y la pobrísima Ciudad del Lago, donde una revolución se está gestando. Orlando Bloom regresa como Legolas y roba cámara con sus movimientos dignos de videojuego, pero a él se la roba Evangeline Lilly, como la elfa guerrera Tauriel. Las escenas de batalla de esos dos son las mejores de la cinta, aunque la supuesta tensión romántica entre ambos nunca cuaja... Y es que Tauriel tiene los ojos puestos en alguien más. Ese romance se ve mucho más prometedor.

Ese es otro de los aciertos de la película: los personajes tienen vida propia. Los enanos, que en la primera entrega eran indistinguibles (salvo su líder, Thorin, interpretado por Richard Armitage), tienen más juego y la ausencia de Gandalf McKellen, durante la mayor parte de la historia, permite que el drama interno de Bilbo y de Thorin se desarrolle. Ese Thorin puede ser un héroe, pero algo lo tortura...

Y las subtramas y personajes secundarios son atractivos: la destrucción de la raza de los cambiapieles, la revolución en la Ciudad del Lago, el soberbio rey de los elfos y sobre todo, la ominosa presencia de un mal que va creciendo y que sólo Gandalf alcanza a percibir. Ese mal aparece en dos cuerpos: una sombra negrísima y un dragón encerrado en un castillo, el Smaug del título.

A ambos da voz Benedict Cumberbatch, actor sensación en el mundo nerd. Sobra decir que lo hace muy bien. Lo mejor de La desolación de Smaug es que recupera el don épico de El señor de los anillos. Esa sensación de que algo vital está en juego y que nuestra presencia vale la pena siquiera para echarle porras a los héroes.

concepcion.moreno@eleconomista.mx

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