Buscar
Arte e Ideas

Lectura 3:00 min

Manuel Acuña y el vértigo lento de la vida

El autor de Nocturno a Rosario es uno de los máximos representantes de la literatura mexicana del romanticismo.

Estudiaba para médico y fue poeta. Y en el vértigo de su vida corta todo se volvió entrevero: las elegías se confundieron con sonetos, las buenas calificaciones estuvieron a lado del ajenjo y los cráneos se firmaban igual que los poemas. De aquel jovencísimo estudiante destacaron lo mismo su monografía de anatomía topográfica (sobre la cavidad céfalo raquidiana) que los ensayos publicados en la Sociedad Literaria Netzahualcóyotl (grupo para la recreación y esparcimiento de espíritus cultos y sensibles).

Se llamó Manuel Acuña y nació el 27 de agosto de 1849 en Santiago de Saltillo, Coahuila. Tuvo 14 hermanos, conservó a 11 y escribió los más sentidos versos del romanticismo mexicano. Pero, a pesar de la excelencia de sus versos, fue incapaz de curar las heridas de su alma.

Llegó a la ciudad de México en 1864 y se matriculó en el Colegio de San Ildefonso. Estudió Matemáticas, Latín, Francés y Filosofía, todo con buenas notas y menciones por su mucha dedicación constante en el estudio . Consiguió quedarse a vivir en el corredor bajo el segundo patio de la Escuela de Medicina, en el cuarto número 13 el mismo que ocupara Juan Díaz Covarrubias y del cual salió para ser fusilado en Tacubaya ; sin embargo, y a pesar de que su primera composición poética se llamó Ante un cadáver , tuvo un grupo de amigos inseparables que presenciaban de cerca sus trabajos de teatro (en la noche del estreno de su drama El Pasado, por ejemplo) y no controlaron sus lágrimas tampoco cuando en el funeral de un compañero hizo estremecer a la familia, viejos, estúpidos y sabios nada más diciendo:

La muerte no es la nada

Sino para la chispa transitoria

Cuya Luz ignorada

Pasa sin alcanzar una mirada

De la pupila augusta de la

historia.

De entre las obras de Manuel Acuña, la más conocida es el Nocturno (dedicado a su amada Rosario), que ha pasado de generación en generación como un canto al amor y al desengaño y que, dicen, representa una reflexión acerca de la vida y la muerte desde el punto de vista de la materia misma y su transformación. Pero como siempre en su corta y vertiginosa vida, nunca se agotó la hora, ni el año ni el minuto, a los 24 años ya había probado todo lo agrio, lo dulzón y amargo y le faltaba nada más morirse. Cuenta Juan de Dios Peza, el último que lo vio con vida, lo siguiente:

Abandonamos la Alameda a la hora del crepúsculo, lo dejé en la puerta de una casa de la calle de Santa Isabel y me dijo, al despedirnos:

Mañana a la 1 en punto te espero sin falta.

¿En punto? le pregunté.

Si tardas un minuto más...

¿Qué sucederá?

Que me iré sin verte.

¿Te irás adónde?

Estoy de viaje... Sí... de viaje... Lo sabrás después.

Estas últimas palabras cayeron sobre mi alma como gotas de fuego. Quise preguntarle más, pero él se metió en aquella casa y yo me fui triste y malhumorado, como si hubiera recibido una noticia infausta.

Nada más infausto que la muerte. Nada mejor que celebrar sus 166 años de vida, hoy mismo que los 142 de muerto que todavía no cumple.

Únete infórmate descubre

Suscríbete a nuestros
Newsletters

Ve a nuestros Newslettersregístrate aquí

Últimas noticias

Noticias Recomendadas

Suscríbete