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Montezuma, trancazo a la indiferencia
Guste o no, moleste o divierta, cause enojo o conmoción, no hay forma de permanecer indiferente ante Montezuma, la producción operística que presenta este año el Festival Internacional Cervantino.
Guste o no, moleste o divierta, cause enojo o conmoción, no hay forma de permanecer indiferente ante Montezuma, la producción operística que presenta este año el Festival Internacional Cervantino.
Su fuerte carga simbólica y su innegable belleza plástica, las magníficas ejecuciones tanto de la orquesta alemana como de los cantantes y una dosis considerable de morbo, hacen de Montezuma especialmente notoria.
Antes de seguir de morbosos: magnífica la interpretación de la orquesta alemana Concerto Elyma que, bajo la certera y apasionada dirección de Gabriel Garrido, tocó con réplicas de instrumentos barrocos, incluyendo una viola da gamba (entre el chelo y la guitarra), dos traversos (flautas, pero distintas), una tiorba (una suerte de laúd) y dos cornos naturales (capaces de dar menos notas que los de llaves).
NO LE HACEN FUCHI AL MORBO
El factor del morbo está presente desde el libreto que escribió Federico II de Prusia, monarca que pretendía con esta fábula del buen salvaje identificarse con un rey justo y bondadoso, querendón con su pueblo, que se ve arrastrado por la violencia (aunque el prusiano sí tuvo oportunidad de responder bélicamente, no como el protagonista de su historia).
El morbo también se hace presente en la música de Carl Heinrich Graun, compositor preclásico, compuesta para ocho voces, cuatro castrati, tres sopranos y una contralto, que nos remonta a una época en que la música era infinitamente más importante que la integridad física de unas cuantas personas con talento.
No parece casual que los tres contratenores del elenco tenga una presencia física muy varonil: Montezuma (Flavio Oliver) y Cortés (Adrián George Popescu) en guapo ( buenísimos , diría una vecina de asiento), y el capitán Narvés (Christophe Carré) en tosco.
El papel de Pilpatoé, el general de Montezuma, tuvo que ser interpretado por Lucía Salas dada la altura de las notas que debe alcanzar. Ella lo hizo también de forma muy feroz y varonil.
Y sin duda, ver a Lourdes Ambriz (magnífica como Eupaforice, la prometida de Moctezuma) desgreñada, con las ropas desgarradas y subiendo literalmente despatarrada por unas escaleras mientras canta su apasionado odio a Cortés, quien ha tenido la imprudencia de insinuársele, tiene su dosis de morbo.
Pero antes de pasar a las escenas más fuertes, vale la pena decir cómo se estructura el montaje.
EL DOBLE DISCURSO
El director de escena Claudio Valdez Kuri se las arregla para partir de un libreto bastante ñoño, acordémonos de que Federico II quería quedar bien, y entregar una obra completa y profunda. Para ello, propone una disociación del discurso que rompe por completo con la idea de simplemente ilustrar lo que se canta.
Nos acostumbra a ello, desde la primera escena, de forma bastante inocente: mientras Montezuma alaba su propia y enorme bondad, extrae el corazón palpitante de un hombre en un sangriento sacrificio.
Paréntesis para festejar una vez más a Ambriz: las cosas se van complicando, hasta llegar al dramático momento en que Eupaforice, quien se ha convertido en la líder del pueblo que busca rescatar a su soberano de las garras de los invasores, está paradójicamente vestida de empleada doméstica y plancha algo que se parece a una bandera nacional.
PERO HAY ESCENAS MÁS FUERTES
Pero algunas escenas trascienden el morbo y van más allá por su significado simbólico.
Ver a Cortés sodomizando a Montezuma, mientras el emperador azteca viste zarape de Saltillo, sombrero de charro y otro de paja, encima, con la leyenda Viva México , es sin duda un golpe fuerte.
Y cuando tratamos de respirar tranquilos, pensando que a fin de cuentas este país está celebrando 200 años de Independencia de aquellos malvados conquistadores llega sutil y menos vistosa, pero quizá más poderosa, la referencia al 2 de octubre de 1968.
Compañeros se grita fuera del libreto, y las manta y carteles de inmediato nos transportan a otro de los muchos momentos donde el poder se ha impuesto con violencia.
En lo personal a este reseñista Montezuma le gustó, divirtió y conmovió, pero no cabe duda de que habrá muchos a quienes les genere sensaciones contrarias. Lo que no se puede es permanecer indiferente.