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San Sebastián: lo sacro, lo profano y lo pop
El curador Abraham Villavicencio relata cómo la imagen del beato ha trascendido épocas y estilos.
Miguel Ángel, Sandro Botticelli, Alberto Durero, Caravaggio, Ángel Zárraga, Marcel Duchamp, Carl Fischer, Damien Hirst. El espacio textual puede agotarse solo de nombrar a los artistas que han representado a San Sebastián: al fresco, al óleo, modelado en mármol, en fotografía, dentro de un estanque de formaldehído.
¿Qué hace de la hagiografía de San Sebastián un modelo ideal para replicar en el arte? ¿Es su martirio lo único que lo hace altamente referencial? Lo fue, pero se ha resignificado; se ha diversificado en estandarte y en objeto lúdico a la par de su notable devoción. El curador de arte virreinal del Museo Nacional de Arte (Munal), Abraham Villavicencio, lo explica ampliamente a propósito de la festividad de San Sebastián marcada el 20 de enero.
El origen
“El culto a San Sebastián surge con fuerza, como devoción, en la Baja Edad Media (s. XI al XV) y responde a las transformaciones sociales en Europa después del siglo XIII, a consecuencia de la peste. Era invocado como el protector de las ciudades. La imagen del cuerpo lleno de flechas era la metáfora de la protección de este santo, a través de su cuerpo sagrado que muere en el Imperio Romano. Se convierte en la metáfora del receptáculo de las desgracias que pueden azotar a las ciudades y frenar la enfermedad. Otra razón importante es que San Sebastián era un guerrero y esas mismas transformaciones de la Baja Edad Media (las cruzadas, por ejemplo) impulsaron la devoción y los cultos a santos guerreros”.
Las hagiografías perpetuadas en los libros, como la de San Sebastián, permitieron a los artistas servirse de esos relatos para hacer las representaciones iconográficas. A pesar de que el mito de este santo remite a los primeros años del cristianismo, no tuvo un culto desbordado en la época paleocristiana ni en la Alta Edad Media (s. VI al XI); tiene aproximadamente 800 años de devoción y en años cercanos al Renacimiento fue un ejemplo de vida y modelo de santidad para la sociedad castrense.
Históricamente, agrega, se discute sobre la existencia de muchos de los santos, dado que sus referencias hagiográficas se transmitieron oralmente por siglos. De la vida de San Sebastián, la primera versión escrita que se conoce se remite al siglo XIII. La hagiografía del héroe es la disyuntiva, argumenta: la elección entre el bien o el mal; es decir, del camino de Dios o el camino del paganismo (el culto a los otros dioses), hace identidad con las disyuntivas de vida de los cristianos de la Iglesia temprana perseguida por el Imperio Romano.
La representación iconográfica de San Sebastián, como todas las representaciones basadas en las hagiografías ambientadas en la época paleocristiana, obedece a mujeres y varones fuertes que no temen al dolor del cuerpo para defender su fe.
Lo sacro
La representación del santo, refiere el curador, ha variado de acuerdo con los tiempos y su contexto político y social, siempre, por supuesto, representando sus atributos.
“El modo clásico de representarlo siempre será él desnudo, apenas con un sendal amarrado en la cintura, flechado en el momento en el que está amarrado al árbol. Jamás representado con dolor. El decoro, en términos artísticos, es el modo adecuado para representar a cada personaje según su jerarquía, sacralidad o profanidad”, puntualiza y agrega que lo importante del dolor de los santos no está dado en la resistencia del cuerpo sino en la fortaleza de la fe.
El siglo XVII, retoma, amplía el repertorio iconográfico de San Sebastián no limitándose solo al momento del martirio sino a otros pasajes de su hagiografía, como el trabajo del tenebrista francés Georges de La Tour, quien, dice, sirviéndose de la teatralidad de las luces, escoge los pasajes marginales del clímax del martirio para representar al santo, donde Santa Irene cura sus heridas.
“Una de las representaciones artísticas más complicadas para reconocer a San Sebastián es el que pintó Miguel Ángel en la Capilla Sixtina: en el Juicio Final, no como un santo flechado sino como uno resucitado, atlético y con las flechas en la mano; las mismas que habían sido su martirio se convierten en los emblemas de su triunfo”, retoma.
Lo profano
De ahí hace un salto diametral al modernismo en la transición del siglo XIX al XX. En ese momento, contextualiza, se aprovecha la imagen del santo para hablar del erotismo del cuerpo masculino. Da referencia de “una de las obras maestras del Munal y de las más importantes en la producción de Ángel Zárraga, es justo el San Sebastián”. Explica que en esa representación el santo tiene unicamente una saeta que entra debajo del pezón y la postura del cuerpo no es el mártir gallardo como lo que hubiera pintado Piero della Francesca en el Renacimiento. “El cuerpo está en un contraposto muy sensual, que no es un cuerpo muerto pero tampoco el cuerpo estoico del cristianismo sino erótico (...). Mucho de lo que elimina la estética neoclásica son todos los referentes simbólicos, metafóricos o alegóricos. Era la literatura la que tenían la capacidad de representar lo invisible, no así la plástica que tenía que ceñirse a aquello que sí era perceptible a través de los sentidos”.
Reflexiona que obras de San Sebastián como las de los escultores mexicanos Felipe Valero (1857) o José María Labastida (1830) responden a modelos como los del griego Praxíteles. Afirma que el mártir ha sido una de las representaciones importantes del santoral en términos artísticos porque es uno de los grandes pretextos para el estudio anatómico masculino, que hay pocos temas en la historia sagrada que lo permitan. El motivo de la desnudez, explica, permite que el modernismo explote el erotismo del cuerpo del santo. “San Sebastián tiene un lugar esencial en las representaciones homoeróticas en el arte”.
Lo pop
En la actualidad, afirma, la imagen del beato ha sido releída desde un ojo secular, se ha convertido en icono para representar diversos intereses intelectuales, sociales, estéticos; en una imagen que da unidad. Refiere, por ejemplo, que hay una fuerte identificación de las comunidades masculinas homosexuales en la figura de San Sebastián.
“Hay artistas que han jugado con esto”, explica. “Con este juego de erotizar el cuerpo de San Sebastián, es posible ver representaciones en cromos, murales: elementos gráficos más para consumo de la cultura pop. Se juega con la erotización del cuerpo en donde, en lugar de estar sufriendo, de estar arrebatado en la fortaleza espiritual, se convierte en una figura lúdica que juega con la mirada del espectador, que voltea a mirarlo de una manera seductora o que muestra su desnudez, a veces con pantalones de mezclilla, a veces solo sin camisa. Se ha convertido en ese icono cruzado con la apropiación del kitsch, acorde con los valores de una sociedad actual, politizado desde otra perspectiva de las luchas de inclusividad”.
También se ha retomado la hagiografía del personaje para enriquecimiento de la cultura pop. Dos ejemplos de esto son las sesiones fotográficas que protagonizaron el escritor japonés Yukio Mishima y el boxeador estadounidense Muhammad Ali, coincidentemente, en 1968.
“La imagen de Ali es esa pervivencia del héroe, es la representación de un héroe nuevo, distinto, incluso de los medios masivos de comunicación. Es la misma disyuntiva: el San Sebastián que se divide entre el camino de la profanidad y la vida cristiana. Ali se niega a ir a la Guerra de Vietnam casi como un acto subversivo ante lo que implicó la Guerra Fría. Es la imagen de San Sebastián puesta al día. Es una tensión artística muy interesante. Desde la fotografía que recurre a la estética clásica pero con la presencia subversiva política de un héroe que responde y se niega a formar parte de las masacres”, dice.
“Las imágenes van mudando en el tiempo, en su representación en función de cómo serán utilizadas, de la circulación que tendrán y de la significación social que se les va dando. El lenguaje plástico va muy de la mano con el imaginario de una época”, concluye.