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Arte e Ideas

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Sigfrido en el MET, suma de arte y tecnología

Nibelungos, dragones, dioses, gigantes, héroes, todos ellos aparecen transitando en un escenario que se transforma gracias a la impresionante maquinaria escénica, invento de Robert Lepage; junto con esto, en tercera dimensión, observamos pájaros volando, arroyos que fluyen, peñascos con cascadas, montañas de fuego...

Nibelungos, dragones, dioses, gigantes, héroes, todos ellos aparecen transitando en un escenario que se transforma gracias a la impresionante maquinaria escénica, invento de Robert Lepage; junto con esto, en tercera dimensión, observamos pájaros volando, arroyos que fluyen, peñascos con cascadas, montañas de fuego… Un derroche impresionante de arte y tecnología es lo que vimos en la representación de Sigfrido, ópera en tres actos de Richard Wagner, que se transmitió en vivo al Auditorio Nacional de la ciudad de México desde el MET de Nueva York, la mañana del sábado 5 de noviembre.

Ni qué decir de la orquesta dirigida por Fabio Luisi, la cual sonó wagnerianamente imponente, precisa y en tiempo; no por otra cosa está catalogada como uno de los mejores ensambles del mundo.

Por este despliegue de arte es que las cinco horas que dura la obra se pasan volando. Al final, las caras del público mexicano (y los aplausos en la sala del Auditorio Nacional) reflejan el gusto por haber asistido a esta función de primer mundo que se mira simultáneamente en 1,600 salas del planeta, gracias a la magia del satélite.

El antecedente de Sigfrido está en La Walkiria, en la que se cuenta el drama de Sigmundo y Siglinda (padres de Sigfrido), quienes son acusados por el dios Wotan de adulterio, por lo que ordena a la walkiria Brûnnhilde matar a la pareja. Pero ésta desobedece y Siglinda escapa, por lo que la walkiria es encerrada como castigo en una cárcel de fuego. Sigfrido nace en casa de Mime, el enano nibelungo, Siglinda muere en el parto y el enano cuida al futuro héroe. Cuando Sigfrido crece, él mismo repara la espada Nothung con la que mata al dragón Fafner, guardián del tesoro de los nibelungos y del anillo de oro todopoderoso.

Después de su primera tarea como héroe consumado, acude a la montaña de fuego a liberar a Brûnnhilde mediante un beso.

El desarrollo de personajes

En general, los cantantes cumplieron su cometido de manera más que satisfactoria pero, por ser el protagonista, nos referiremos a Jay Hunter Morris en primer lugar. Digamos que, para hacer el papel de un dios o de un héroe no sólo hay que parecerlo, hay que sentirlo, situarse frente al público como ese personaje que se pretende representar, con grandeza y fuerza; y eso fue lo que le faltó a Jay Hunter Morris (tenor estadunidense) para poder cuajar al personaje principal.

Y es una verdadera lástima porque Jay Hunter es un buen cantante, con un fraseo impecable y una voz cálida, llena de matices; un tenor que además viene de representar el mismo papel de Sigfrido en la Ópera de San Francisco, donde (según la crítica) le fue muy bien.

Tal vez en esto tenga que ver la desafortunada serie de incidentes en que se han visto envueltos los cantantes que han querido interpretar el papel de Sigfrido en el MET en esta temporada. Primeramente, Ben Heppner fue quien estuvo programado para el rol protagónico, pero se retiró de la puesta en febrero. Después le siguió Gary Lehman, el cual renunció hace unas semanas por motivos de salud. Finalmente, Robert Lepage, director de escena, encontró a Jay Hunter Morris, que ya había hecho Sigfrido para la ópera de San Francisco. Por eso al tenor texano no le costó tanto trabajo -con muy pocos días de ensayo-, ponerse a un nivel aceptable para esta obra, tal vez no para un 10, pero sí un siete.

La soprano estadunidense Deborah Voigt, muy acertada (fuerza en su Brûnnhilde), lo mismo Patricia Bardon (Erda) y Bryn Terfel (bajo-barítono inglés que hizo el papel del Caminante, disfraz del dios Wotan). El que sorprendió con su voz profunda y bien colocada fue el bajo-barítono filipino Eric Owens, quien interpretó a Alberich. Y no olvidemos al tenor alemán Gerhard Siegel (Mime) cuyos diálogos con Wotan son admirables.

Errores en la producción también los hubo, sin que desmerezcan la espectacularidad de la representación. Por ejemplo, el dragón Fafner y el pájaro parlante no son verosímiles. La muerte de Mime es de teatro escolar: al nibelungo le encajan la súper espada Nothung en el sobaco para simular que le atraviesan el cuerpo. Y el temido dragón que se narra en la historia resulta ser un animal bobo que se deja matar sin mayor lucha.

Resulta interesante observar cómo mediante la tecnología podemos tener un buen punto de comparación de lo que se está haciendo en una de las catedrales de la ópera en el mundo.

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