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Tótem: un sol que brilla incluso en la oscuridad de la pena
La película de la cineasta mexicana Lila Avilés recibió elogios de la crítica europea, tras su estreno mundial en el Festival Internacional de Cine de Berlín, que la perfilaban como una de las favoritas para llevarse el Oso de Oro; finalmente consiguió el Premio del Jurado Ecuménico.
Sol (Naíma Sentíes) tiene siete años y vive con su madre Lucía (Iazua Larios). En una de las primeras escenas de la cinta que protagoniza la vemos camino a la casa de su familia paterna, donde sus tías alistan la fiesta de cumpleaños para su padre Tona (Mateo García Elizondo). Cuando pasan debajo de un puente, ambas piden un deseo. Sol confiesa el suyo: “que no se muera mi papá”. Ese inicio ya revela que la pequeña actriz carga desafíos grandes.
Tótem es el segundo largometraje de la directora mexicana Lila Avilés (La camarista, 2018), que tuvo su premier mundial la semana pasada en el Festival Internacional de Cine de Berlín y donde ganó el Premio del Jurado Ecuménico, uno de los galardones más respetables de los jurados independientes que asisten a la Berlinale.
Lila Avilés fue elogiada por la prensa especializada, junto al elenco, luego de la proyección de la cinta, mientras que la crítica europea destacó la inteligencia con la que la directora supo desarrollar su propuesta y el trabajo de la protagonista infantil “intrépida y llena de carácter” (Screendaily).
La película, ambientada en una casa familiar, se centra en un evento: los preparativos para una fiesta de cumpleaños con tintes de despedida. Aunque se lea simple, en ese lapso la realizadora logra construir una historia profunda en la que visita temas como la enfermedad, la muerte, la familia, el amor, la ternura y la resiliencia desde la mirada de una niña. Todo ello alejada de llantos, angustias u otros lugares comunes para retratar un drama. Por el contrario, el filme ofrece un coro lleno de voces, de personajes diversos, de mascotas e insectos que acompañan a Sol en su anhelado reencuentro/despedida con su padre.
Tona, un artista plástico de 27 años, no quiere que lo vean, sólo se lo permite a Cruz (Teresita Sánchez), la ama de casa quien ha estado junto a la familia toda una vida y quien lo acompaña a sortear los estragos que sufre a raíz de un cáncer terminal. “Tu papá está descansando para salir esta noche a la fiesta”, le dicen a Sol sus tías con dulzura y es la única respuesta que obtiene la niña a lo largo del día.
En esa espera de silencios, más que de diálogos, Sol brilla. Transmite melancolía mientras espera reencontrarse con Tona, se cuestiona sobre el amor de su padre, lanza preguntas a la asistente virtual de su teléfono móvil sobre el fin del mundo, por momentos se distrae pegando caracoles en los cuadros o probando un vino viejo que encuentra en la bodega de la casa. Avilés crea momentos íntimos en los que explora las relaciones humanas y nos muestra un México desde otra perspectiva, la de la familia y su relación con la muerte y la enfermedad. Un lugar alejado de esos estereotipos y tópicos de cárteles, crimen y sufrimiento tan explorados hoy en el cine mexicano.
La cinta cierra con una verdadera fiesta que, aunque carga un trasfondo demasiado doloroso, revela la maravillosa conexión que hay entre cada uno de los personajes a partir del amor y el cariño por Tona y nos invita a pensar en esos tótems a los que, más allá del lugar o la nacionalidad, uno siempre regresa y guarda en lo profundo.