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Zoológicos en México: crímenes ?sin castigo
Ya se sabe que el ecologismo es el cuento de nunca acabar y sirve para justificar presupuestos, lo demás es olvido.
El gran naturalista inglés Gerald Durrell (1925-1995) publicó El arca inmóvil (la edición original es de 1976, y la española de Alianza, de 1984), texto en el que aparecen las preocupaciones del fundador y director del zoológico de la isla de Jersey. Libro ejemplar que reflexiona sobre los temas esenciales dentro de la captura, cautiverio, cuidado, incluso en la parte arquitectónica de los inmuebles, los riesgos y las consideraciones en torno de la fauna en peligro de extinción.
La figura de Durrell ha permitido la lectura de una infinidad de volúmenes cuyo eje principal es el amor a los animales, de una u otra forma Murciélagos dorados y palomas rosas, Bichos y demás parientes, Atrápame ese mono, Misión de rescate en Madagascar, Filetes de lenguado o su soberbia Trilogía de Corfú, describen la experiencia autobiográfica de un conservacionista.
Su espíritu crítico lo llevó a observar el mundo animal a través de muchos zoológicos del mundo. La mayoría estaban asediados por políticas extrañas en donde las especies en cautiverio eran una suerte de prisioneros. Esto ha persistido aún en medio de las hipocresías del ecologismo actual.
Hace unos meses, en visita a Buenos Aires, quien esto escribe se percató de las deficiencias brutales del zoológico de la capital porteña, con sus osos polares de piel amarillenta y sumergidos en un descuido total, esto sin contar con otros animales exhibidos en condiciones lamentables, hecho que lo hermanaba con el de Chapultepec. Otras instituciones funcionan con mentalidad de primer mundo y son admirables, entre ellos los de Amsterdam, París, Barcelona, San Diego, Budapest, Basilea o Berlín, para mencionar sólo unos cuantos de lo apreciados por este viajero aficionado. También debe decirse que en el interior de la República la situación de los zoológicos es lamentable, uno de ellos es el de Culiacán, territorio abandonado y sin que llame la atención en medio de los acosos de la narcocultura.
En el Distrito Federal, ciudad de vanguardia , según los lemas propagandísticos de Marcelo Ebrard, los zoológicos permanecieron en el franco deterioro. Ya se sabe que el ecologismo es el cuento de nunca acabar y sirve para justificar presupuestos, lo demás es olvido. Ahora, con la nueva administración del apreciable doctor Mancera, las cosas deben cambiar de forma radical.
Acaba de ocurrir algo que debe ser tema de reflexión: según las aportaciones del biólogo Juan Carlos Rodríguez, quien encabeza la ONG Pro Fauna Silvestre Animalis, se asesinó, ésa es la palabra exacta para definir el hecho, a la loba Yuma, hembra en perfectas condiciones de salud a la que se sometió a una cirugía para analizar su aparato reproductivo.
El trabajo veterinario se realizó sin las mínimas condiciones que exigiría un ejemplar que aparece entre los que están en peligro de extinción; se calcula que quedan alrededor de 350 lobos mexicanos grises y todos, en cautiverio. Los carniceros que operaron al animal lo hicieron en la mesa de la farmacia del Zoológico de los Coyotes.
El sitio carece de un quirófano profesional y ni siquiera tiene el equipo de anestesia inhalada, tampoco posee los medicamentos de emergencia.
Las fotografías del lugar que publica Rodríguez dan cuenta de un espacio ilógico para llevar a cabo este tipo de intervenciones quirúrgicas a los animales.
Yuma despertó cinco horas después y murió desangrada por la negligencia de los cavernarios que la operaron, personajes que, tal vez, sólo los nazis hubieran aceptado en sus campos de concentración. De seguro que esos veterinarios burócratas ni siquiera han reflexionado en las consecuencias de su acto negligente.
¿Estarán al tanto del hecho la secretaria del Medio Ambiente del DF, Tania Muller García, o el mismísimo Jefe de Gobierno de semejante atropello? ¿Para qué se establece una Ley de Protección a los Animales en el DF? Si se ejerciera dicha legislación, los criminales debieran estar en la cárcel.
Para ellos fue una ejemplar más, otro de los muchos que se mueren o se matan en los zoológicos de la capital de la República.
Eso pasó el 14 de febrero y los responsables del atropello mantienen su chamba sin problema alguno. Están listos para asesinar lobos o lo que se les presente, ellos dirán: ¡Al fin y al cabo son animales¡ Lástima que una ciudad de vanguardia conserve el ánimo cavernícola y nadie ajuste cuentas a burócratas de la veterinaria que cobran por realizar un daño a la fauna.
Por fortuna, existen agrupaciones como la del biólogo Juan Carlos Rodríguez o veterinarios comprometidos, como Elena Castro y Sara Alvarado, que observan alarmados la impunidad con la que se cometen semejantes delitos en el DF. ¿Qué diría Durrell de semejante caos?