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Juan José Padilla indulta a Sonajero y se consagra

Un regalo le permitió tener una faena de antología y el público no dudó en pedir el indulto número 28 en la Plaza México.

El desazón y la resignación se dibujaron en su rostro, el llamado Pirata de los ruedos, Juan José Padilla, ya se había resignado a no triunfar de forma consecutiva luego de cinco tardes cortando orejas en la México. La gente le pedía que regalara un astado, pero al jerezano no se le veía la intención con base en las malas condiciones que había tenido el lote que le correspondió, pero de pronto se asomó el empresario Rafael Herrerías desde su palco en el callejón y le hizo señas de que él se lo regalaba y que lo toreara.

Quizá fue el pundonor demostrado, quizá la enjundia o vaya usted a saber por qué, pero esperó al séptimo cajón, un burel de la casa titular de Villa Carmela, de nombre Sonajero y marcado con el número 214, con 480 kilogramos de peso. Lo recibió con afarolados y lances a pies juntos, le colocó banderillas y remató con la revolera seguida de una brionesa para, luego de la suerte de varas, cubrir el segundo tercio con su acostumbrada manera de arriesgar en demasía para colocar dos pares al cuarteo y un par al violín de forma por demás extraordinaria.

Las ovaciones se sucedían una detrás de otra y la faena de muleta la inició de forma heterodoxa, inventándose los adornos e hilvanando tandas con pases de mano baja, lentos, profundos y muy sentidos, tanto que el público se regodeaba en los olés, coreaba entusiasmado el quehacer de un torero que hace tan sólo un par de años estuviera debatiéndose entre la vida y la muerte.

Padilla, a quien su pasión, afición y amor por la fiesta brava ya le había costado un ojo de la cara y que estuvo a punto de irse de vacío en la monumental de Insurgentes, pero cuando tuvo de frente un bravo, noble y claro burel al que entendió a la perfección y le pudo instrumentar una faena de altos vuelos, de sello de figura y en la que el público capitalino nutrió los tendidos de pañuelos blancos para pedir el indulto número 28 en el coso de la colonia Nochebuena. Así catapultó a este sobreviviente de los ruedos al lugar de honor en el escalafón de la actual temporada.

En los dos toros de su lote, el diestro español cubrió los tres tercios y su balance fue ovación y palmas tras un aviso.

Rivera y Mauricio, sendas orejas

Por su parte, el torero potosino Fermín Rivera dio un recital de temple, toreo sobrio, profundo y va-lor en su primero, para cortar una oreja. En su segundo, un deslucido y débil ejemplar abrevió para escuchar breves palmas.

El tercer espada en el cartel, el capitalino José Mauricio, enfrentó un enrazado y codicioso astado al que le pegó cuatro estatuarios cerrado en tablas, lo toreó por ambos lados y mató con entera algo caída para recibir por petición mayoritaria un apéndice, que después le protestaron. En el sexto, toro descastado y huidizo, abrevió y le aplaudieron.

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