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She-flation: la tendencia acelerada en la tasa de inflación y el impacto para las mujeres
Los precios están incrementando de manera acelerada en todo el mundo; la mayoría de los países registran tasas de inflación que superan significativamente sus objetivos y la incertidumbre en el sector energético y agropecuario persiste por los conflictos internacionales y otros factores externos. Lo obvio: esto impacta la capacidad adquisitiva de los hogares. Lo menos obvio: el impacto es diferenciado para las mujeres.
Jazmín es la madre de dos niñas, responsabilidad que no comparte con nadie más –aunque su madre le ayuda–, su fuente de ingresos principal es una pequeña tienda de abarrotes instalada en la cochera que le asignaron en su complejo habitacional. Sus ingresos se completan con el dinero que recibe del Programa Bienestar para Madres Solteras.
“Con la tienda vivo al día, más ahora, porque todo está más y más caro, pero ya cuando me cae el dinerito para las niñas, siento alivio porque me alcanza para comprar casi la despensa completa, a veces hasta un helado para mis niñas y mi mamá”, dijo en entrevista para El Economista, casa editorial a la que pidió no compartir sus apellidos por motivos de privacidad.
Además de la comida, los gastos relacionados con el hogar, los gastos escolares de sus dos hijas y el apoyo a su madre, Jazmín tuvo que gestionar el ingreso del hogar hace tres meses porque su familia enfermó de Covid-19, aunque no necesitaron atención médica, “pagamos una prueba solamente y unas vitaminas para todos que nos mandó el doctor”.
Y a esa lista de bienes y servicios básicos para llevar una vida en condiciones óptimas, las mujeres tenemos que agregar los productos de gestión menstrual y las revisiones rutinarias ginecológicas. En la casa de Jazmín viven cuatro mujeres, que enfrentan, enfrentaron o enfrentarán este gasto.
Antes de que Jazmín fuera la jefa del hogar ¬–alquilado, por cierto– en el que vive con sus hijos y su madre en la alcaldía Iztacalco, la jefa del hogar fue su madre, Juana. Y como ellas, en México las mujeres lideran 3 de cada 10 viviendas, de acuerdo con cifras del Censo Poblacional 2020 levantado por el Inegi (Instituto Nacional de Estadística y Geografía).
Lo malo no es que las mujeres sean las jefas del hogar, sino que con mucha mayor frecuencia se encuentran con mayores vulnerabilidades: el 58% de los hogares donde la responsable es una mujer, ella se encuentra desocupada, económicamente inactiva o es menor de 15 años, de acuerdo con cifras de la Encuesta Nacional sobre Ingresos y Gastos de los Hogares 2020 (ENIGH) del Inegi.
Adicionalmente, el 33% de los hogares liderados por una mujer no tienen acceso a servicios médicos y el ingreso promedio corriente de las viviendas con una jefatura femenina es casi tres veces menor que el de las que tienen jefatura masculina.
Estas desigualdades preexistentes quedaron expuestas a la llegada de la crisis económica por la pandemia Covid-19, alrededor del mundo se alertó sobre el impacto diferenciado para las mujeres y los riesgos de no intervenir desde la política pública. Ahora, que muchas de estas brechas de género incluso se ampliaron durante la recesión y también durante la recuperación, llegó el fenómeno temido: la inflación.
¿De qué va la “she-flation?
Los precios están incrementando de manera acelerada en todo el mundo; la mayoría de los países registran tasas de inflación que superan significativamente sus objetivos y la incertidumbre en el sector energético y agropecuario persiste por los conflictos internacionales y otros factores externos. Lo obvio: esto impacta la capacidad adquisitiva de los hogares. Lo menos obvio: el impacto es diferenciado para las mujeres.
“She-flation” o “she inflation” es como se ha conceptualizado este impacto diferenciado que se exacerba en un país en el que más de la mitad de las mujeres viven en alguna condición de pobreza o vulnerabilidad económica y esto se combina con un movimiento inédito y repentino en los precios de alimentos y energéticos, componentes de alta incidencia en el INPC y el índice de la canasta básica.
El limón, la cebolla, la tortilla, los chiles y las carnes son algunos ejemplos que vale la pena anotar. No sólo por ser productos fundamentales en la dieta de los y las mexicanas, también por ser alimentos con un contenido de nutrientes importante en términos de seguridad alimentaria. Y la tendencia acelerada en sus niveles de precios impacta de manera directa a la economía doméstica, especialmente cuando los hogares son liderados por mujeres: casi 40% del gasto corriente de los hogares con jefatura femenina se destina solo a los alimentos.
La vivienda es otro de los genéricos que aparece mes a mes en la lista de mayor incidencia al INPC (Índice Nacional de Precios al Consumidor), aunque el nivel de precios no registra aumentos pronunciados, sí suma pequeños encarecimientos mes a mes. En México, el 12% del gasto corriente de los hogares con jefatura femenina va al rubro de la vivienda y servicios.
La manera en que la inflación, especialmente el componente no subyacente –que integra los aropecuarios y energéticos–, se encuentra acelerando, produce una vulnerabilidad adicional para las mujeres mexicanas, especialmente las que se encuentran en los deciles más bajos, porque justamente el consumo básico que ejercen está relacionado con los bienes y servicios que registran las tasas más altas de inflación.
Pero eso no es todo, las mujeres, en general, tienen trabajos más precarizados, ganan menos, tienen mayores gastos e incluso ejercen gastos que son exclusivamente femeninos. Y un factor fundamental: una mayor parte de los ingresos de las mujeres son transferencias directas del gobierno o de familiares en comparación con los hombres.
Según las cifras de la ENIGH 2020, el 24.5% del ingreso corriente de los hogares que lidera una mujer proviene de estos apoyos. Por lo que resulta importante resaltar que, debido a que estas transferencias no se ajustan en línea con las tasas de inflación, un cuarto del ingreso total en estas viviendas se encuentra en el limbo.
La tasa de inflación interanual se ubicó en 7.28% en México (el objetivo del Banxico es de 3% +/- un punto porcentual) y sólo el índice de la canasta de consumo mínimo se encareció 7.9% durante este lapso. Pero éstos no son sólo números, implican un aumento generalizado y diferenciado en los supermercados, mercados sobre ruedas, tiendas de autoservicio, tiendas de abarrotes, centros comerciales, gasolineras y en los cheques de la luz, el gas y los combustibles.
La política pública con perspectiva de género es fundamental para subsanar estas desigualdades en el aparato económico. La feminización de la pobreza podría aumentar de manera significativa y los modestos avances en materia de desigualdad podrían borrarse.