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...Y los GMOs
Las vacas de las que obtenemos nuestra leche nunca vivieron libres, en salvajes manadas rumiantes que asolaban las praderas del Neolítico, junto a piaras de regordetes puercos armados con tocino. El maíz que comían nuestros ancestros no eran unas hermosas y doradas mazorcas, eran apenas más que espigas con unos cuantos granos miserables. Los primeros plátanos que comimos los humanos no eran esta sonrisa amarilla suave, dulce y uniforme que son ahora, ni se parecían, vamos. Los humanos los hicimos ser lo que son ahora, a través de un proceso largo, laborioso y guiado más por instinto que por experiencia, durante milenios, para conseguir de ellos exactamente las características que queríamos.
Gracias a esta selección artificial hemos domesticado bueyes, búfalos, cerdos salvajes, aves de corral o lobos, y los hemos convertido en animales más dóciles, más gorditos, con más pechuga, o buenos pastores; hemos polinizado y cruzado miles de plantas para obtener mejores frutos, cultivos más abundantes, incluso nuevas variedades de plantas en proceso lento y en muchas ocasiones infructuoso. Hasta que descubrimos que todos esos cambios están dictados por pequeñas cadenas de ácidos en el interior de todas las células de los seres vivos, el ADN, y que podíamos tomar atajos que nos podrían ahorrar mucho tiempo y dolores de cabeza. Así nacieron los primeros organismos genéticamente modificados, los anatemizados GMOs.
Un GMO es cualquier organismo al que se ha insertado en su genoma, material genético procedente de otra especie diferente, lo que otorga al organismo modificado ciertas características, como la resistencia a una plaga, un herbicida, una mayor cantidad de alguna vitamina, o una mayor resistencia a la sequía. Desde 1922, año en que se comercializó el primer maíz híbrido, agricultores de todo el mundo han visto incrementadas sus cosechas gracias a mutaciones artificiales introducidas por humanos. Pero esto no significa que a todos nos guste la idea de ir por ahí intercambiando genes entre nuestra comida y otras especies, por lo que el movimiento anti-GMO ha cobrado fuerza en las últimas décadas hasta convertirse en grupos violentos que lo mismo bloquean iniciativas de ley que destruyen cultivos experimentales.
Este rencor se debe tanto a los GMOs en sí como a las prácticas comerciales asociadas a ciertas empresas productoras de semillas y pesticidas. Y sí, estamos hablando de Monsanto, que por sí sola ha contribuido más al encono del público hacia la ingeniería genética que todos los estudios científicos tratando de demostrar la villanía de esta. Sus prácticas leoninas de comercio, su constante acoso a los agricultores que no usan o dejan de usar sus productos o las demandas millonarias a campesinos cuyos cultivos se contaminan con material genético propiedad de Monsanto son lo primero que viene a la mente de muchos, con justa razón si simpatizas o eres uno de los afectados.
Al igual que Internet, la ingeniería genética es una invención que ha contribuido de manera positiva al bienestar común, aunque ambos han sido utilizados con fines maliciosos; pero hemos de entender que ni son lo que viene a salvar al mundo, ni a destruirlo. Las regulaciones y supervisión a la que están sujetas estas investigaciones son muy estrictas, lo cual está muy bien. La postura científica en general es clara: no ha habido un solo estudio revisado por pares y con resultados comprobables que demuestre diferencia alguna entre una dieta que incluya GMOs y otra que no. La FAO y las autoridades alimentarias de Estados Unidos y la Unión Europea entienden perfectamente admisible el consumo de estos dentro de sus fronteras, y son también promotores del intercambio de conocimiento sobre el tema a la vez que promueven la investigación.
Para hacernos un panorama más claro de cómo nacen los GMOs, por qué provocan tanto miedo en algunas personas, y por qué los riesgos que muchos se imaginan son bastante improbables, los invito a profundizar en los aspectos técnicos y científicos; cómo funciona, y cuál es el panorama actual en ingeniería genética.