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Opinión

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8M: Violencias intolerables

La exigencia de reafirmar y hacer valer el pleno respeto a los derechos humanos en México no puede esperar al inicio de un nuevo gobierno. Es una demanda urgente, pospuesta desde hace décadas, que en este sexenio se ha convertido para millones de personas en un grito en defensa de la vida, como lo vimos este #8M. Para las mujeres y  la gente joven no se trata de un anhelo abstracto. Es un reclamo colectivo que elevan desde su experiencia cotidiana, individual y comunitaria: ellos son el grupo más asesinado y denostado, ellas las más acosadas y vejadas. Esto explica en gran medida que, desde hace casi diez años, el #8M no sea sólo un día de conmemoración de las luchas feministas, laborales y ciudadanas de las mujeres, sino también, y cada vez más, un día de denuncia de las violencias machistas, criminales e institucionales contra nosotras;  un segundo #25N, más poderoso y concurrido, con la clara conciencia de que, mientras persistan o  predominen las violencias, no hay ni habrá igualdad, libertad, seguridad ni pleno disfrute de los derechos ganados.

Por esto también resulta indignante la escalada de brutalidad con que el gobierno federal y sus imitadores han respondido desde 2019 y 2020 a esta movilización social. Hayamos participado en decenas de marchas antes de 2019 o empezado nuestro caminar entonces, sabemos que unirse en cuerpo y voz con cientos o miles de mujeres da confianza y energía;  la certeza de no estar solas, de ser con otras en el dolor y en la indignación, en la lucha por un presente digno y un futuro mejor. Sabemos también que el #8M2020  marcó un cambio exponencial, en parte  por la arbitraria  y estúpida violencia de las autoridades capitalinas en 2019, en mucho por la intensificación de una violencia machista cada vez más cruel, desnuda e impune,  cobijada por instituciones misóginas, medios amarillistas y discursos políticos y sociales sobrecargados de prejuicios y odio. Estas mismas razones llevaron el viernes pasado al doble de mujeres y chicas a las calles capitalinas y a muchas miles más a las plazas de múltiples ciudades.  Esta impresionante capacidad de las mujeres para movilizarse y persistir en sus exigencias, pese a vallas y gases, debería ser la nota en todos los medios: ellas ponen el cuerpo en defensa de la vida. En cambio, la pavorosa desfachatez con que gobiernos de todos colores, en particular morenistas, desplegaron una saña absurda contra las manifestantes nos recalca que el Estado no soporta  ni la digna rabia ni las exigencias de justicia.

Aunque agredir a mujeres y jóvenes y a cualquiera que ose cuestionar sus “logros” sea el sello de este gobierno y sus corifeos estatales, no podemos minimizar la desmedida reacción gubernamental contra las mujeres y chicas hartas de vivir con miedo en Zacatecas y Colima. Tampoco la normalización del uso criminal de policías y gases contra manifestantes y periodistas en ésas y otras plazas del país,  gobernadas por Morena, MC o el PAN. Como apuntó la socióloga Irma Saucedo en un comentario personal ante el despliegue represivo en Zacatecas, hay que preguntarnos si esto presagia tiempos más obscuros.  En mi opinión, más que un augurio,  para las “chilangas” sería una advertencia más de que, si Morena gana la presidencia y/o la capital, viviremos más represión.  Presagio o aviso,  es sin duda alarmante para todas las mexicanas que gobiernos morenistas, incapaces de garantizar la seguridad ciudadana, recurran a la brutalidad policiaca contra  jovencitas inermes, que  fueron golpeadas, desnudadas  y vejadas a plena luz,  y que gobiernos estatales dizque aliados de la “democracia” (Chihuahua, Guanajuato, Jalisco, Monterrey) se amurallen y agredan a manifestantes pacíficas.

Quienes lleguen a gobernar el país en cualquier nivel deben entender que las mujeres y chicas del siglo XXI no estamos dispuestas a callar ni a someternos a la intolerancia oficial  ni a la violencia machista, venga de donde venga.

 

Es profesora de literatura y género y crítica cultural. Doctora en literatura hispanoamericana por la Universidad de Chicago (1996), con maestría en historia por la misma Universidad (1988) y licenciatura en ciencias sociales (ITAM, 1986).

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