Lectura 5:00 min
Del dolor al opio, y al placer
En 1998 se publicó en la revista Anesthesia & Analgesia un documento creado por la OMS llamado “El alivio del dolor en el cáncer” que detallaba los “escalones” a seguir para paliar el dolor en pacientes crónicos y terminales; este documento se continúa publicando y se conoce actualmente como la Escalera de la Analgesia de la OMS. Los medicamentos que vimos la semana pasada en este espacio, los AINEs, ocupan apenas el primer escalón en esta escalera, junto a ciertos coadyuvantes.
No seguiremos detallando la estructura de este documento, no a propósito; hoy empezaremos a repasar algunos medicamentos que son los más efectivos en el tratamiento del dolor, que sucede también son algunas de las sustancias causantes de una de las más recientes epidemias en Estados Unidos. Me refiero por supuesto a los derivados del opio, sustancia extraída de la adormidera o amapola real, Papaver somniferum, sustancia que conocemos desde hace milenios. 15 siglos antes de Cristo, los egipcios recopilaron uno de los más grandes tratados de farmacopea de la antigüedad, el papiro de Ebers, donde ya se menciona el uso del opio para calmar dolores de muelas y hacer dormir a los niños.
A diferencia de la corteza de sauce, el opio no sólo calma el dolor, también provoca placer. Durante milenios se utilizaron el opio y sus derivados para calmar el dolor, ayudar a conciliar el sueño o simplemente a proporcionar sueños placenteros, dulces sueños de opio. Pero no fue sino hasta 1804 que el químico alemán Friedrich Sertürner logra identificar y aislar el primer alcaloide derivado del opio, la morfina (por Morfeo, dios griego de los sueños) que se comercializa como analgésico y ayuda para dejar el alcohol. Más de 40 alcaloides como la codeína, tebaína, papaverina y noscapina (narcotina), entre otros, están presentes en el opio, y todos presentan los mismos efectos analgésicos y narcóticos en mayor o menor medida. A estos alcaloides, naturales o semisintéticos nos referimos científicamente como opiáceos (en México es más común llamarlos opioides, así que mantendremos el término) y suelen ubicarse en el segundo escalón.
Todas estas sustancias tienen una química diferente, pero todos funcionan esencialmente de la misma manera, vinculandose a los receptores opioides del cerebro. Normalmente las endorfinas se conectan a estos receptores opioides, calmando el dolor. Las sustancias que nosotros llamamos opioides opioides son mucho, pero mucho más efectivos al conectarse a estos receptores que las endorfinas y lo hacen por más tiempo, por lo que pueden ayudar a calmar dolores mucho más fuertes de lo que un pobre neurotransmisor podría hacer. Los receptores opioides afectan muchas más cosas en nuestro organismo además del dolor, desde funciones corporales como la digestión y la respiración hasta el humor, el sueño, etc, por lo que los efectos de los opioides son más duraderos y dispersos que los provocados por los químicos naturales del propio organismo.
Cuando una droga se conecta a los receptores opioides del cerebro estos liberan dopamina, un neurotransmisor asociado con las sensaciones de placer y es responsable de la euforia que sienten los consumidores de estas drogas. Al mismo tiempo, inhiben la producción de noradrenalina, hormona que influye en procesos como la digestión y la respiración. Una dosis terapéutica de estas sustancias es suficiente para causar efectos no deseados como estreñimiento y poco más, pero el uso continuado o excesivo puede provocar una disminución en la función respiratoria, lo que puede ocasionar pérdidas de conciencia, daño cerebral e incluso la muerte por hipoxia.
Con el tiempo y el uso continuado, el cuerpo comienza a desarrollar tolerancia a los opioides. Tal vez inactive algunos, o muchos de estos receptores; tal vez estos se vuelvan menos sensibles a las sustancias a las que se vinculan. Entonces, para conseguir la misma cantidad de dopamina que antes y experimentar la misma reducción del dolor (o la misma sensación placentera) los pacientes deben recurrir a dosis cada vez mayores de la sustancia en cuestión, un ciclo que lleva a la dependencia física y la adicción.
Estos son a grandes rasgos los mecanismos gracias a los cuales los opioides se han insertado, como una bendición al principio, de manera perniciosa después, en unos de los sectores más vulnerables de nuestra sociedad: los enfermos y los adictos. Pero antes de entrar de lleno en el fenómeno de la crisis de los opioides, la próxima semana veremos cuáles son las nuevas drogas derivadas del opio que han aliviado el dolor de unos cuantos millones de personas, y provocado la muerte de otros tantos.