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Detrás de los datos de la inversión
Los datos de inversión que han sido publicados recientemente constituyen una señal positiva y reflejan cierto dinamismo de la economía en México. Sin embargo, es importante tomar estos datos con cautela antes de echar las campanas al vuelo.
En 2023, la formación bruta de capital fijo total creció 19.7% respecto a 2022. Tanto el componente privado como el público crecieron un 19.7% y un 19.6%, respectivamente. Al mismo tiempo, los datos de demanda agregada publicados la semana pasada muestran este dinamismo desde otra perspectiva. De acuerdo con estos datos, la formación bruta de capital fijo fue el principal impulsor del crecimiento el año pasado, y aportó 4.1% de crecimiento, superando al consumo privado. Los datos anuales revelan que, para 2023, la inversión bruta total fue el equivalente al 24% del PIB, una cifra alentadora que cumple con el objetivo histórico de formación bruta de capital de la economía mexicana.
Pero dentro de estos datos, hay detalles que vale la pena observar. En el cuarto trimestre, la inversión pública representó 3.5% del PIB, lo que es un aumento, pero sigue siendo lejano a los máximos observados entre 2008 y 2011, donde se mantuvo de forma constante por encima del 5 por ciento. En el fondo, los niveles de crecimiento mencionados anteriormente, que son muy impresionantes, se deben en gran medida a una caída significativa que ocurrió desde el segundo trimestre de 2018 al segundo trimestre del 2020.
Si bien es cierto que la inversión ha crecido, sobre todo impulsada por el sector privado, y hemos regresado a niveles similares como porcentaje del PIB del sexenio anterior, ¿qué quiere decir esto para una economía como la mexicana?
En todos estos modelos, el nivel óptimo de inversión (per cápita) depende de la productividad total de los factores de la economía y del nivel del acervo de capital per cápita. A mayor productividad y menos acervo de capital, mayor debe ser la inversión en una economía. En el caso de México, el acervo de capital per cápita sigue siendo muy bajo. Según estimaciones de diversos economistas, para cerrar la brecha del acervo de capital per cápita y compensar la depreciación de este, los niveles de inversión bruta deberían ser entre el 30% y el 35% del PIB. Aunque la cifra del año pasado es positiva, aún no nos encontramos ahí.
Ahora bien, más allá de cifras macroeconómicas, ¿qué quiere decir esto en términos prácticos? Como puede observar cualquier persona, la infraestructura en México, que principalmente proviene de la inversión pública, no está en buen estado. Los principales aeropuertos están saturados —basta con ir al AICM–, los puertos más importantes, como Lázaro Cárdenas y Manzanillo, presentan cuellos de botella. Las vías férreas, utilizadas principalmente para la exportación, operan cerca de su capacidad máxima. Además, las principales carreteras (sobre todo el eje CDMX-QRO-SLP-MTY-Nuevo Laredo) también están saturadas. Como lo señalaba Gerónimo Gutiérrez, la brecha en infraestructura de acuerdo con el Global Infrastructure Outook es de 1.4% del PIB.
Para el próximo gobierno, será fundamental detonar la inversión en infraestructura útil y productiva —no un aeropuerto vacío, una refinería que no refina o un tren en donde viaja muy poca gente. Como el espacio fiscal para hacer esto será muy reducido, si no es que nulo, no tendrá de otra más que buscar esquemas de colaboración con el sector privado. La puntera podrá decir misa para el presidente y su discurso político, pero sabe esto perfectamente. Ojalá empezara a actuar consecuentemente.