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Opinión

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En Defensa de la Fiesta Brava

Desde Morena y sus satélites surge otro intento de imposición ideológica y autoritaria: la prohibición de la Fiesta Brava. Es un atentado contra las libertades individuales y una lamentable expresión de resentimiento cultural anti-hispánico. No sólo desborda ignorancia, sino fanatismo e intolerancia, además de ser una aberración jurídica y un desplante descarado de hipocresía. Lo pretenden hacer modificando la Ley General del Equilibrio Ecológico y la Protección al Ambiente, tratándose, los toros de lidia, de una especie totalmente doméstica, no silvestre. Nada tiene que ver la fiesta brava con la temática de esa Ley, excepto porque los toros bravos se crían en libertad en ecosistemas naturales de matorral xerófilo o bosques de encinos. De hecho, la crianza de toros de lidia se da en binomio con la conservación de la biodiversidad. La desaparición de la fiesta brava no sólo implicaría la deforestación de dehesas y del campo bravo, sino, desde luego, la extinción misma del toro de lidia, una raza majestuosa, de enorme bravura, nobleza y hermosísima estampa. Sería una tragedia.

La hipocresía es palmaria en la iniciativa de prohibición. Toda muerte en la naturaleza y entre animales domésticos u objeto de aprovechamiento – y aún entre los humanos – es cruenta, e implica sufrimiento. Y esto ocurre ciertamente con los toros de lidia, aunque quien les da muerte (el torero), lo hace de frente, y se juega la vida en ello. No obstante, a lo largo de su ciclo de vida, la existencia de los toros de lidia es plena; en total libertad y con cuidadosa satisfacción de sus necesidades e instintos.

El verdadero sufrimiento y crueldad están en otra parte. Peces, crustáceos y moluscos (pulpos, que no son sólo sintientes, sino inteligentes), sufren indeciblemente al ser enganchados, asfixiados y muertos a palos en la cubierta de las embarcaciones pesqueras. Pero el sufrimiento es mucho más terrible, masivo e implacable, y durante toda su vida, en el caso de millones de animales sintientes sujetos a crianza y explotación industrial: cerdos (que también poseen una inteligencia notable), reses y pollos. Viven toda su vida encarcelados en jaulas inhumanas, torturados, sin poderse mover, separados de sus madres, sin relaciones sociales, con potentes focos sobre su cabeza, y saturados de hormonas y antibióticos. Son transportados en camiones, hacinados en cajas espantosas emitiendo gemidos desgarradores de horror por las carreteras de nuestro país, hasta llegar a infames rastros donde sienten, huelen y escuchan la tortura y la muerte. Su vida acaba a golpes salvajes o degollados de manera cobarde y anónima. Alguna mentalidad moralizante (no yo), además, observaría que esta barbarie es, en muchos casos, perversa, y sólo por disfrute lúdico y ostentación gastronómica. Nadie requiere comer todos los días alimentos de origen animal, envueltos en tortura, muerte y sangre.

La fiesta brava en México es una tradición ancestral, y parte invaluable de la enorme diversidad y riqueza cultural de nuestro país. Ha inspirado durante siglos a la música, a la literatura, y a la pintura, así como a museos y a organizaciones de la sociedad civil. La plaza de toros más grande del mundo se encuentra en México. La fiesta brava es arte, valor, entrega, y conjunción plástica entre un torero y una magnífica fiera (los toros bravos son fieras); es un extraordinario patrimonio cultural inmaterial que debe ser protegido. Es muy considerable su valor económico y contribución al empleo y al bienestar de las familias mexicanas. La fiesta brava implica una derrama económica de más de 6,900 millones de pesos, y genera 80 mil empleos directos y 146 mil empleos indirectos. La crianza de toros de lidia cubre más de 167 mil hectáreas de dehesas distribuidas en 257 ganaderías, donde se conservan los ecosistemas naturales. La tauromaquia origina una importante cadena de valor desde la crianza de toros, veterinarios, novilleros, cuadrillas y toreros, comercialización, novilladas, corridas, ferias, medios de comunicación, y servicios inherentes y conexos al espectáculo.

Sin la tauromaquia, México sería menos libre, culturalmente más pobre, y presa de ideologías puritanas, donde grupos enervados y delirantes son capaces de imponerle su voluntad y preferencias al resto de la ciudadanía. Tal vez sólo aquellos que son 100% veganos tendrían autoridad moral y ética para pedir la prohibición de las corridas de toros, una vez que se hubieran prohibido la pesca, y la crianza industrial de cerdos, reses y pollos, y su confinamiento en centros de tortura, y de muerte. Al final, la solución es muy simple: a quienes no les guste la fiesta brava, que no vayan. Que nos dejen en paz a quienes cultivamos y admiramos la tradición, el arte, el valor, la entrega, la nobleza, la bravura, y la belleza, y a quienes con ello contribuimos a la conservación del patrimonio cultural y natural de nuestro país.

@g_quadri

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Político, ecologista liberal e investigador mexicano, ha fungido como funcionario público y activista en el sector privado. Fue candidato del partido Nueva Alianza a Presidente de México en las elecciones de 2012.

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