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La presión interior
Si sacaras y pusieras uno detrás de otro todos los vasos sanguíneos de un adulto promedio (esto es poco recomendable, por obvias razones) tendrías km suficientes para darle unas dos y media vueltas al mundo por el ecuador. Esas son las tuberías de tu sistema circulatorio, y por él se transportan unos 7 u 8 mil litros de sangre todos los días, aunque por supuesto son los mismos 4 o 5 litros que siempre tienes dentro; y que se filtra y recicla una y otra vez, para llevar a todos los rincones de tu cuerpo valiosos aminoácidos y glucosa, al tiempo que recoge los desechos de las células, todo el día, todos los días hasta el día de tu muerte.
Todo el trabajo de bombeo lo realiza por supuesto el corazón, un órgano formado de un tejido muscular único, diseñado para facilitar la contracción coordinada de sus cuatro cámaras, las aurículas (las cámaras superiores) y los ventrículos derechos e izquierdos. Un corazón promedio late unas 70 veces por minuto, 3,000 millones de veces en la vida un adulto también promedio, y en cada latido impulsará por tu cuerpo unos 70 mililitros de sangre. Tanto bombear ejerce una presión considerable en las paredes de tus vasos sanguíneos, y a esta fuerza que expande y contrae tus venas y arterias la llamamos presión sanguínea.
Medimos la presión sanguínea en las dos fases del ciclo cardíaco: la sístole, cuando las cámaras del corazón se contraen para expulsar la sangre arterial a todo tu cuerpo; y la diástole, cuando éstas se relajan entre latidos para recibir la sangre que luego tendrán que impulsar nuevamente. Un adulto sano genera una presión sistólica de entre 90 y 120 mm de mercurio, y una diastólica de entre 60 y 80 mm Hg, ergo un adulto sano debería presentar una lectura de unos 120/80 mm Hg.
En cualquier sistema de transmisión de fluidos existe un gran número de factores que pueden provocar una variación en la presión ejercida sobre las paredes de las tuberías, tales como el grosor de éstas, el espesor y la fluidez del líquido a transportar, así cómo el volumen del mismo. Por ejemplo, la sal en una persona con un elevado consumo en su dieta provoca la retención de agua, y el excedente de ésta se disuelve en la sangre. El volumen extra que aporta el agua añade una presión adicional, que a su vez provoca una mayor presión en las tuberías y el corazón debe latir cada vez más rápido y fuerte para continuar moviendo todo.
Por otra parte, ciertas situaciones y padecimientos como el estrés, liberan en el torrente sanguíneo sustancias como la epinefrina y la norepinefrina, hormonas que constriñen ciertas partes del sistema circulatorio, provocando atascos tuberías arriba. La configuración de los vasos sanguíneos les permite manejar estas fluctuaciones sin mayor problema gracias al tejido muscular alojado en medio de las paredes arteriales, ya que les permite contraerse y expandirse considerablemente sin llegar a sufrir daños. Sin embargo una persona que regularmente mantenga una presión de 140/90 o superior (lo que conocemos como hipertensión) puede llegar a sufrir graves daños debido al estrés adicional a que se someten sus arterias. El exceso de presión provoca pequeñas heridas en las paredes internas de los vasos sanguíneos, cuando las células blancas acuden a curarlos, se adhieren a las paredes dañadas de las venas para protegerlas. Lípidos como el colesterol se pegan también a esta capa de células hasta eventualmente formar una placa que engrosa y endurece las paredes arteriales. A este padecimiento lo conocemos como aterosclerosis.
Si esta placa se desprende se puede formar un coágulo sanguíneo que obstruye aún más la tubería de por sí estrecha hasta llegar a taparla por completo. Esto priva de oxígeno y nutrientes a los tejidos alimentados por esa tubería llegando a provocar su muerte; si eso pasa en el corazón el resultado es un ataque cardíaco, cuando las células del corazón empiezan a morir asfixiadas. Si el coágulo se desprende y viaja hasta el cerebro se provoca un infarto cerebral (el término correcto es accidente cerebrovascular) y si el tejido vascular permanece obstruido el tiempo suficiente provocará un daño irreversible.
Por supuesto, hoy en día contamos con cada vez más y mejores técnicas para prevenir y paliar el daño provocado por problemas circulatorios. Desgraciadamente son pocas las víctimas de accidentes vasculares que logran llevar una vida plena; en la mayoría de los casos resultan en un padecimiento crónico o la muerte del paciente, y lo más triste, como dice un cantautor español, es la sístole sin diástole ni dueño.