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Aranceles ¿y si Trump tiene razón?
¿Podría Trump estar en lo correcto con su obsesión por los aranceles? Es posible. Los economistas siempre han desestimado, encubierto o ignorado que muchos de los grandes éxitos de industrialización y desarrollo económico en la historia se han dado en un contexto de protección arancelaria. Empezando por Estados Unidos en el siglo XIX y buena parte del XX, siguiendo por Japón antes y después de la Segunda Guerra Mundial, España en los años 60´s y 70´s, el “milagro” brasileño en la misma época, y Corea del Sur, Taiwán y China. Cierto; la protección arancelaria en estos casos formaba parte de una visionaria política industrial, gobernanza competente, subsidios eficaces, crédito seleccionado, investigación tecnológica dirigida, y transferencia de tecnología extranjera. Pero esto no le quita mérito al argumento (aceptando que la guerra comercial durante la Gran Depresión profundizó la crisis global). También es verdad que, frecuentemente, el proteccionismo engendró corrupción, malos “ganadores”, baja productividad, ineficiencias, productos caros y de baja calidad, y rezago tecnológico. En México se le llamó Desarrollo Estabilizador, vía la sustitución de importaciones hasta inicios de los años 80´s, cuando el modelo se desfondó (sin embargo, dejó una base industrial nada despreciable, aunque poco competitiva). Adam Smith, David Ricardo, Stuart Mill, Heckscher y Ohlin, y Samuelson demostraron la lógica y las bondades del libre comercio: competencia y especialización, asignación eficiente de recursos, economías de escala, innovación, menores costos, y mayor bienestar. Si le sumamos inversión extranjera directa, privatizaciones, desregulación, disciplina fiscal, achicamiento del Estado, bajos impuestos, y flujos financieros más o menos libres, llegamos al Consenso de Washington. Este tuvo algunos buenos resultados como Chile, Gran Bretaña con Thatcher, y México con el TLCAN.
El debate está lejos de ser zanjado, y lo más probable es que, dependiendo el caso, lo recomendable sea una combinación inteligente de protección y liberalización, de acuerdo a cada sector, nivel de desarrollo de cada país, y condiciones económicas – e incluso geográficas – específicas. Desde luego, igualmente, de acuerdo a consideraciones estratégicas o de seguridad nacional, que parecen ser las preocupaciones de Trump, más allá de los intereses inmediatos de los consumidores. Curioso que, desde la derecha, ahora se reconozcan los límites del mercado. (No hablo de la derecha libertaria de Milei, sino de la extrema derecha que ha conquistado y le ha arrebatado a la izquierda el apoyo de los trabajadores en Europa y Estados Unidos). Preocupa el efecto a veces devastador que la liberalización comercial ha tenido sobre clases y familias trabajadoras que han visto desaparecer sus empleos, comunidades y sindicatos, víctimas de la Destrucción Creativa (Schumpeter), del fentanilo y alcoholismo, y han sufrido el colapso de su esperanza de vida. El hecho real, es que hay millones de personas en Europa y Estados Unidos (EU) que han perdido sus empleos industriales, productivamente satisfactorios, bien pagados y seguros, porque se han ido a China. ¿Realmente no importa dónde se fabrican las cosas? La manufactura (es decir, la producción de cosas reales físicas) es más importante de lo que parece; de ella depende una economía de servicios vibrante y sostenible.
La capacidad real para “hacer cosas” es fundamental para la innovación, las capacidades técnicas, el tejido social, y la autoestima de los trabajadores. Además, en el mundo actual, la diversificación económica puede ser en sí misma relevante; más, desde una perspectiva de seguridad nacional. Es vital una industria de defensa propia, que incluya acero, aluminio, minerales estratégicos y manufactura de maquinaria y equipos militares, que no pueden simplemente llegar de China. Si Estados Unidos realmente desean ser potencia global líder, no puede perder su base industrial. Los aranceles favorecen a la industria nacional sobre las importaciones, lo que tiene una lógica más amplia que el simple razonamiento económico (que no por eso deja de ser cierto). EU no puede permitir que su base industrial se destruya y sea transferida a China y a México. Tampoco el mundo puede permitir que todos los productos sean fabricados en China (vehículos, paneles solares, baterías, textiles, turbinas, minerales, electrónicos, maquinaria y equipos), porque es lo más barato y “eficiente”. Lo que ocurre crecientemente es que China y México fabrican y envían multiplicidad de productos físicos a Estados Unidos, simplemente a cambio de Bonos del Tesoro, pedazos de papel o bits. Eso no es sostenible para Estados Unidos. Es verdad que los aranceles pueden provocar mayores precios y cierta inflación en un solo pulso (aunque menor a la provocada por un desbocado gasto público). Los aranceles simplemente cambian los precios relativos. (Todos los impuestos son inflacionarios, sobre todo el IVA, favorito de los economistas). Un arancel es como un IVA a productos importados. ¿Quién pagará el arancel, el productor, el mayorista o el consumidor? Eso depende de las elasticidades de demanda y estructura de mercado de cada producto. En cualquier caso, puede ser un precio aceptable a pagar para conservar una indispensable y sólida base industrial nacional, en un escenario de intensa competencia geopolítica, económica y militar.