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Política

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Los pobres no lo son porque quieren: Máximo E. Jaramillo Molina

Hay una narrativa social perversa de la meritocracia, según la cual, tiene más quien más méritos hace para ello; sin embargo, eso no es así, expone el investigador de la Universidad de Guadalajara

Foto: Especial

En México no hay pobres porque así lo quieran: hay pobreza porque hay riqueza mal distribuida; hay opresión, dominación y explotación. Eso debe quedarnos claro para exigir cambios transformativos en nuestra sociedad, plantea, Máximo E. Jaramillo Molina, autor del libro “Pobres porque quieren. Mitos de la desigualdad y la meritocracia”, editado por Grijalbo, que comenzó a circular en librerías del país.

En entrevista, expone que hay una narrativa social perversa de la meritocracia, según la cual tiene más quien más méritos hace para ello; sin embargo, eso no es así.

El también académico de la Universidad de Guadalajara señala que, México, más que un país pobre, es un país desigual y, precisamente para revertir eso, se tiene que hacer una mejor distribución de la riqueza que se produce.

-¿Cuál es el objetivo de este libro?

Es hablar de las narrativas, de todas estas ideas que, de alguna manera, nos dicen que la desigualdad es legítima; que hay justificación para el grado alto de desigualdad con el que vivimos en la sociedad y que, en gran medida, se justifica con la meritocracia, que es esta idea de que las personas que están hasta arriba, lo están porque son las que más mérito tienen, digamos las que más esfuerzo y más talento tienen y, al mismo tiempo, las personas que están hasta abajo, son las personas que no tienen este tipo de méritos.

Es un discursivo que trata de justificar el alto grado de desigualdad con el que vivimos en países como México.

Mientras más desiguales son los países, más se cree en esa narrativa meritocrática, lo cual es paradójico, porque, uno creería que es más obvio que en países como México, es difícil salir de la pobreza solo con trabajo y con talentos.

El objetivo principal del libro es que las personas, que creen que es su culpa no haber logrado ciertos éxitos, pues dejen de creerlo.

Sobre todo, la gente que realmente cree que ha hecho algo mal; que algo le ha faltado hacer en la vida, esforzarse para obtener mejores resultados y que claramente no es cierto.

Eso es algo mucho más complejo que eso. En cada capítulo, lo que se hace es demostrar cómo se comparten estos mitos en distintos lugares y, además, aportar los datos que los desmienten.

Se trata de hablar de las causas de las desigualdades detrás de cada uno de los temas de los capítulos y hablar de cómo podríamos darles la vuelta a estas desigualdades.

-¿Cuál es lo problemático con el uso de la palabra mérito cuando la usamos en estos contextos? ¿Estamos ante el abuso de un término o de un uso malintencionado del mismo?

Creo que el tema es tratar de entender qué significa el mérito. Mucho de lo que se trata de aportar es que, en gran medida, ese mérito es socialmente construido.

Por ejemplo, se dice que las personas que tienen más méritos educativos obviamente merecen avanzar mucho más en la escuela, en las credenciales educativas y luego, por lo tanto, también justifica mejores ingresos o una mejor situación.

El tema es tratar de entender con qué están relacionados esos méritos. De dónde viene el poder tener el mejor aprovechamiento académico. En gran medida suele venir por un tema más que nada de familia de origen de contexto social.

Hay experimentos que muestran cómo, incluso gemelos, que se criaron en diferentes contextos sociales, pues obviamente tienen distintos resultados de vida.

El mérito que siempre se trata de resaltar, oculta todos estos factores sociales y externos que están detrás de los resultados de vida.

El tema se reduce a no olvidarnos de la parte individual del merecimiento de estas cosas, pero, además, tratar de visualizar la parte contextual, histórica, social, que muchas veces, por este discurso meritocrático, se oculta.

-¿Por qué es importante desmontar este tipo de narrativas?

Es importante desmontarlas para entender que los resultados de nuestra vida van más allá del individuo, van más allá del contexto y, en ese sentido, tal vez vale la pena cuestionarnos más sobre, qué tanto se lo merece el que está en la cúspide o, tal vez, valdría la pena redistribuir un poco más.

Cito, una filosofía que hay en tribus africanas, justo, que se llama ubuntu, que también la compartía la actual vicepresidenta de Colombia, Francia Márquez en su campaña, antes de aliarse con Gustavo Petro, hoy presidente ese país. Esa filosofía se reduce en unas cuantas palabras: “yo soy, porque somos”.

De alguna manera, lo que yo tengo, lo debo a la sociedad. Eso justifica mucho más tener de alguna manera mayor redistribución, buscar que no exista la pobreza e incluso de alguna manera, también lo pongo ahí en el segundo capítulo del libro, preguntarnos sobre si algún momento debería tener un límite superior la riqueza o es correcto; cómo hacemos ahora, que no hay ningún límite y cada quien puede acumular todo lo que pueda.

Esas discusiones ayudan a desmontar el mito y, de alguna manera, nos pueden dar mejores oportunidades para tratar de cambiar.

Tratando, a partir de exigencias de mayor distribución, de mejores condiciones para todas las personas, tener una perspectiva más comunal, más colectiva sobre los resultados de vida de las personas. Hacia esa dirección tendrían que ir las exigencias.

-¿Es un libro para documentar el pesimismo o para documentar un optimismo más realista?

La idea no es decir, de manera pesimista, que como nadie se esfuerza, nadie haga nada y pues igual, es tan grave, que no tenemos nada que hacer.

No. Más bien, la idea es cómo es sí, hay que esforzarnos, obviamente desde nuestro esfuerzo individual; hay que tratar de conseguir los mejores resultados de vida, pero también es muy importante ese esfuerzo, enfocarlo en ocasiones en esfuerzos colectivos.

Tratar de entender que las exigencias por proyectos comunitarios pueden llevarnos más allá de, simplemente, esta idea como completamente activa que nos han vendido, donde siempre tengo que esforzarme a ser más que el otro, para ganarle al otro y para competir con el otro, cuando en realidad muchos de estos esfuerzos se potenciarían si se buscara hacerlo de manera colectiva y de manera social.

Hacia allá va el libro, hacia entender que sí hay que esforzarnos, pero muchas veces, los resultados de vida no son nuestra culpa.

-En el caso particular de lo que presenta como un mito “la educación te sacará de pobre”, ¿cuál es el mensaje?

Es un mensaje que, primero que nada, pone el vaso, como lo queramos ver: medio lleno, medio vacío. Lo que digo es, no siempre la educación nos va a sacar de la pobreza.

Hay personas que sí tienen movilidad social a partir de la educación, incluso yo lo he vivido, que estudié posgrado, he tenido movilidad social, respecto de mi familia de origen, pero no siempre nos va a sacar de la pobreza porque hay una gran desigualdad en los sistemas educativos.

O sea, no te va a dar el mismo ingreso si estudias en el ITAM, que si estudias en una universidad intercultural o en una universidad tecnológica. Muy probablemente los resultados de vida, aunque sea la misma carrera, van a ser distintos.

Entonces, a partir de ahí hay que entender que el sistema educativo puede promover en algunas ocasiones movilidad social, pero en gran parte de las ocasiones, más bien reproduce las desigualdades con las que ya entraste al sistema educativo.

El mensaje es, hay que desvincular también esta idea que tenemos de que quien estudió más, pues merece más, quien dedicó más años de estudio, pues merece mucho mayor ingreso.

-¿El asunto de que generar prosperidad o combatir la pobreza implica un esfuerzo compartido?

Exactamente. Implica un esfuerzo compartido y que muchas veces, justo, verlo desde ese lado compartido, nos va a llevar a otras estrategias.

En muchas ocasiones, es ese cambio de estrategia es el que nos va a llevar incluso a mejores resultados, tanto en lo individual como en lo colectivo.

-¿En México, de qué depende que una persona, que nace pobre, no muera pobre?

Las cifras dicen que 74 de cada 100 que nacen en pobreza van a morir en pobreza y, además, las que no van a morir en pobreza van a morir solo un poquito arriba de la pobreza.

-¿Cómo hacer que no pase eso?

En parte, tener una sociedad mucho más distributiva. La pobreza en México existe en gran medida porque existe desigualdad. Tenemos que repartir mejor lo que creamos. México es, más que un país pobre, es un país desigual.

Y para hacer que ya no terminen muriendo en pobreza quienes nacieron en pobreza, pues me parece que el camino va mucho de la mano de tratar de generar mayor distribución, dar mejores condiciones laborales a las personas.

-¿Con programas sociales de transferencias directas de dinero es suficiente para sacar a la gente de la pobreza?

No, no es suficiente porque esos programas sociales en gran medida parten de alguna manera de la idea de que la pobreza era falta de educación y falta de capital humano y pues de alguna manera trataban de formarse capital humano para que luego ya pudieran, con su propio trabajo mantenerse.

En realidad, más allá de eso, para acabar con la pobreza, se necesita la redistribución de ingresos.

Obviamente que se apoye a las personas más pobres con programas sociales, pero se ocupa más que eso, se ocupa cambiar por una economía más justa.

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Periodista mexicano, originario de Amealco, Hidalgo. Editor del suplemento Los Políticos de El Economista. Estudié Sociología Política en la Universidad Autónoma Metropolitana. En tres ocasiones he ganado el Premio Nacional de Periodismo La Pluma de Plata que entrega el gobierno federal. También fui reconocido con el Premio Canadá a Voces que otorga la Comisión Canadiense de Turismo, así como otros que otorgan los gobiernos de Estados Unidos y Perú.

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