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Opinión

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Glorieta - Jardín de Memoria

Han creado en pleno Paseo de la Reforma un Jardín de Memoria, donde florecen rosas y arbustos, donde florece la memoria de mujeres asesinadas, violadas, desaparecidas, atacadas con ácido, donde los nombres de madres buscadoras, periodistas, defensoras asesinadas inspiran tristeza y admiración. El sábado plantaron flores moradas junto a la cruz rosa instalada en septiembre, a un año de la transformación de un pedestal vacío en un símbolo de lucha. Las sembradoras de belleza y memoria son madres despojadas de sus hijas e hijos, mujeres en busca de justicia y verdad en un país permeado de sangre, ante gobiernos sordos y ciegos que pretenden seguir administrando la violencia hasta el fin de los tiempos, ante ministerios públicos y jueces criminales en su negligencia, ante una sociedad tan dañada por la pobreza, la explotación, la violencia y la corrupción que parece -o es- indiferente a sus causas.

Son ellas, Lorena, la madre de Fátima, a quien le han matado a otro hijo, Antelma Vargas, madre de Ingrid, quien busca acompañamiento porque ya no confía en  autoridades que a tres años siguen sin hacer justicia. Es María Herrera, con cuatro hijos desaparecidos, quien desde 2008 busca saber la verdad;  son defensoras y sobrevivientes  las que reivindican su derecho a preservar la Glorieta de las Mujeres que Luchan, sitio de memoria y “reconocimiento”, donde todas las víctimas de las violencias machista, institucional, criminal, oficial unen sus voces contra gobiernos que buscan  desunir sus movimientos, donde se reúnen  y se dan apoyo, donde reclaman, exigen justicia y respeto a su causa,  una y la misma: la de la Justicia.

Con voz tranquila y una dignidad que impone y conmueve, le piden “por favor” a la jefa de gobierno que respete la Glorieta, que no pretenda imponer una figura que les ajena (la joven de Amajac): “una mujer de privilegio”, nacida “en cuna de oro”, que nada tiene que ver con las mujeres indígenas de carne y hueso cuyos lienzos expresan por qué luchan: “Por un planeta libre de violencia (acoso, hostigamiento, abuso) hacia las menores”, “Por la seguridad de la mujer, para que no haya más secuestros y feminicidios”, “Por el derecho de los pueblos indígenas y la seguridad de las mujeres”.  Con voz clara y segura, con su presencia callada y firme, estas mujeres reivindican su derecho a la ciudad : “ la ciudad es de todos”, afirman. No de quienes se apropian de manantiales y construyen vivienda de lujo, asfixiándolos (como en Aztecas 215), de los corporativos cuyos edificios  se alzan soberbios en Reforma.

Afirman, contra quienes se han erigido en voceros (hasta encarnación) del pueblo -al que no escuchan- que el pueblo “no es tonto”. Ellas saben, y lo enuncian, que los políticos en campaña prometen todo… y ya en el poder no cumplen. Lo saben por experiencia. ¿Cuántas veces han pedido audiencia con el presidente las madres de desaparecidos? Nunca tiene tiempo, dicen. En cambio, sí puede visitar a la madre de un criminal. Duele e indigna. 

Con determinación, afirman su derecho a preservar esta (anti) monumenta,  con su figura morada que desde el pedestal clama Justicia,  con sus carteles que nombre a nombre narran la historia de los crímenes de Estado, la violencia criminal y machista: Tlatelolco, el halconazo, Ayotzinapa, el feminicidio, la desaparición; con otros carteles que cuentan la historia de las mujeres que han luchado y luchan por un país donde niñas y niños puedan crecer sin miedo, donde mujeres y niñas vivan sin temor.

Si en vez de regodearse en logros imaginarios, repetir discursos vacuos, e inventarse un “pueblo” cortesano, la jefa de Gobierno escuchara a estas mujeres, tal vez entendería que un sitio de memoria elegido y cuidado por quienes han sobrevivido a la monstruosidad de la pérdida y la violencia sólo merece respeto. En ellas vive la dignidad de esta ciudad y este país, nuestros.   

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Es profesora de literatura y género y crítica cultural. Doctora en literatura hispanoamericana por la Universidad de Chicago (1996), con maestría en historia por la misma Universidad (1988) y licenciatura en ciencias sociales (ITAM, 1986).

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