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Putin y Stalin
Uno de los caprichos dictatoriales de Stalin fue rebautizar las ciudades de la Unión Soviética para gloria suya y de varios de sus secuaces. El primer caso se dio en Petrogrado, la cual recibió el nombre de Leningrado tras la muerte del líder revolucionario en 1924, y apenas un año más tarde Tsaritsyn pasó a ser Stalingrado. A partir de entonces comenzó una fiebre de “rebautizamiento”. Ordenó Stalin renombrar decenas de ciudades: Ekaterimburgo se convirtió en Sverdlovsk; Nizhni Nóvgorod en Gorki; Samara en Kuibishev; Stavropol en Voroshilovsk; Viatka en Kírov; Vladikavkaz en Ordzhonikidze; Perm en Molotov, y así un grande etcétera. Pero la mayoría de los cambios se dio para honrar al propio Stalin. Donetsk (en la actualmente disputada región ucraniana) fue Stalino, Dushanbé (la capital de Tayikistán), Stalinabad y Novokuznetsk, Stalinsk. Tras la Segunda Guerra Mundial varios países satélites de la URSS adoptaron la idea y así la polaca de Katowice fue renombrada Stalinogród, en Alemania Eisenhüttenstadt fue Stalinstadt, la húngara Dunaújváros en Sztálinváros, la rumana Brasov fue Oraşul Stalin, la búlgara Varna fue Stalin, y sigue una larga lista. Incluso algunos sicofantes llegaron a sugerir el cambio del nombre de Moscú por Stalinodar (regalo de Stalin).
Tras la muerte del tirano y con el proceso de desestalinización casi todas las ciudades rebautizadas recuperaron su nombre original, salvo algunas excepciones como Simbirsk, aun llamada Uliánovsk (Uliánov es el verdadero apellido de Lenin), Kaliningrado, por Kalinin y Dzerzhinsk (una de las ciudades más contaminadas del mundo) por Dzerzhinsky, el sanguinario fundador de la policía política soviética. ¡Vaya megalómana práctica esta de rebautizar ciudades, la cual se suponía desterrada para siempre! Pero, para asombro mundial, Putin pretende recuperar el nombre de Stalingrado.
La semana pasada se cumplió el 80° aniversario de la famosa batalla y el presidente ruso aprovechó para tratar de rehabilitar la figura de Stalin, uno de los más crueles tiranos de la historia, pero quien según el actual dictador ruso “solo fue un producto de su época”, y ha sido víctima de “una excesiva demonización”. La restauración putiniana de Stalin se ha materializado incluso con la aprobación de una ley la cual impone penas de hasta quince días de cárcel por “delitos” como denunciar las conquistas territoriales soviéticas en Polonia fruto de las célebres cláusulas secretas del pacto Molotov-Ribbentrop.
La “instrumentalización” de la historia es uso común de dictadores en sus afanes de legitimar sus arbitrariedades. Putin lo hace glorificando el poderío de la Unión Soviética y considera irrelevante su cruel legado de ingentes e innumerables crímenes. Utiliza el pasado falseándolo y tergiversándolo a espuertas y sin pudor alguno. Según esta óptica, el colapso soviético fue culpa de Occidente y se ha hecho de ello fuente de un vigoroso rencor, el cual se cierne como una sombra siniestra sobre Europa y el mundo. Ucrania, un país en considerado por Putin un patrimonio imperial, es la primera víctima de esta estrategia de instrumentalización.